Meyes Hernández, la desconocida musa de Cristóbal Balenciaga que también bailó flamenco para la reina Isabel II
La modelo despuntó en uno de los momentos clave de la carrera del diseñador vasco, pero abandonó debido a las exigencias físicas del trabajo. Su prematura muerte, a los 37 años, hizo que cayera en el olvido hasta que su sobrina, la cocinera Marta Navarro, le habló de ella al historiador de moda Enrique Lafuente
A principios de este año se estrenó en la plataforma Disney+ Cristóbal Balenciaga, creada por Lourdes Iglesias, Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, y protagonizada por Alberto San Juan. La serie, que recibió en general muy buenas críticas, provocó un re...
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A principios de este año se estrenó en la plataforma Disney+ Cristóbal Balenciaga, creada por Lourdes Iglesias, Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, y protagonizada por Alberto San Juan. La serie, que recibió en general muy buenas críticas, provocó un renovado interés en la esquiva, misteriosa y a la vez completamente fascinante figura del modisto vasco, su obra y su vida privada, que él siempre se preocupó de proteger al máximo. Cualquiera que se acerque a la serie será incapaz de resistirse al seductor influjo de esa atmósfera que flotaba en los grandes salones de la alta costura parisina de mediados del siglo XX. Una elegancia algo lejana y casi mística en el caso del genio de Getaria que, además de en los propios diseños, también se resumía y cristalizaba en las modelos de la casa.
Según cuenta la periodista y escritora María Fernández-Miranda en su biografía del diseñador, El enigma Balenciaga (Plaza & Janés, 2023), el modisto aleccionaba a sus modelos personalmente para que no sonrieran en ningún momento ni miraran de frente a las selectas clientas y periodistas que acudían a sus desfiles. Las modelos de Balenciaga caminaban de una forma peculiar, “apoyando primero la punta del pie y después el talón, de modo que más que caminar parecía que se deslizaran sobre el suelo”, escribe la autora. “Una mujer elegante debe ser un tanto desagradable”, parece ser que sentenciaba el maestro. Balenciaga, que gustaba de controlar al milímetro todo lo que pasaba en su maison, también elegía él mismo a las modelos. En ocasiones, más que por su belleza, las seleccionaba por su clase y su estilo inusual, y disfrutaba de ejercer de Pigmalión con las nuevas maniquíes, enseñándoles a posar según las normas de la casa. Las suyas.
Como la mayoría de modistos, él también tuvo sus modelos fetiche. El acuerdo general es que en los años cincuenta su musa fue Colette (no confundir con la escritora, que en esa época ya rondaba los 80 años). Más tarde, en los sesenta, ese papel lo ocupó Danielle Slavik, quien el año pasado volvió a las pasarelas para desfilar de nuevo para la firma, ahora bajo los mandos de Demna. Pero ellas no fueron las únicas que encandilaron al modisto. Recientemente, se ha descubierto que una de aquellas mujeres había nacido en Zamora y se había criado en Zaragoza. Se trata de María Nieves Hernández Ortiz, conocida familiarmente como Meyes, una peculiar mujer que llegó a trabajar para la maison gracias a una larga serie de casualidades y contactos.
La figura de Meyes Hernández habría quedado en una simple curiosidad, de esas que se cuentan a veces en las cenas familiares, de no ser por el empeño del diseñador e historiador de moda zaragozano Enrique Lafuente, que descubrió su historia a través de su sobrina, la cocinera zaragozana Marta Navarro. Ella le ha facilitado a Lafuente acceso a los recuerdos, imágenes y anécdotas familiares y concertado entrevistas con los hermanos de Meyes que todavía siguen vivos para ir reconstruyendo poco a poco la biografía de la modelo.
“Meyes Hernández nació circunstancialmente en Zamora en diciembre de 1924. Sus padres eran funcionarios y estaban destinados en esa ciudad”, explica Lafuente a EL PAÍS. “Fue la tercera de siete hermanos y la mayor de las niñas. Tras unos años en la ciudad castellana, la familia vivió en Pamplona y, finalmente, recaló en Zaragoza, donde se establecieron definitivamente en un gran piso en el centro de la ciudad”. La familia pronto conectó con la “buena sociedad” zaragozana de la época, lo que, a la postre, resultaría fundamental para que Meyes acabara desfilando bajo las órdenes de Balenciaga. Sin embargo, por aquel entonces, ella todavía era una simple estudiante de Magisterio, aunque, eso sí, muy relacionada con la vanguardia cultural de la capital del Ebro gracias a sus hermanos y a su pareja, el joven arquitecto zaragozano Javier Calvo.
La conexión Balenciaga
En ese ambiente estudiantil e intelectual es donde la futura modelo se encontró con el joven estudiante de Derecho Ramón Esparza. A Esparza, más que las leyes, le interesaba el dibujo y, sin acabar la carrera, partió hacia Barcelona a perfeccionar su técnica y a trabajar como ilustrador para una casa de moda catalana. Posteriormente, en 1949, sus pasos se dirigieron hacia París para seguir ampliando su formación artística.
Según contó la investigadora Ana Balda en su conferencia Ramón Esparza. Un nombre a la sombra de Balenciaga, Esparza y Balenciaga se conocieron en el verano de 1950 a través de unos amigos comunes de Lesaka, el pueblo de Ramón. “Wladzio d’Attainville, compañero y mano derecha de Balenciaga, había fallecido en 1948 y, probablemente, el modisto vio en Esparza a alguien con buen gusto que, además de dibujar bien, podía ayudarle como asistente y mano derecha, cubriendo en parte las responsabilidades que habían sido gestionadas previamente por d’Attainville”, relata Balda. A partir de entonces, Esparza diseñará los sombreros de la firma y se convertirá en la mano derecha del diseñador vasco. También en su pareja. Una unión que duró hasta la muerte del maestro en 1972.
“A Meyes, Zaragoza pronto se le quedó muy pequeña. Se ahogaba en aquella ciudad de provincias en la que el ambiente religioso y castrense de la posguerra lo impregnaba todo. Y eso que pertenecía a una cierta élite económica y cultural de la ciudad”, relata Lafuente. “Era demasiado moderna para ser una chica zaragozana de su tiempo, cuyo destino habitual solía ser simplemente casarse y tener hijos”. Precisamente por esto, decidió marcharse a París a trabajar como au pair con poco más de 26 años y, una vez allí, se puso en contacto con Ramón. “Esparza le aconsejó que se apuntara a un gimnasio para adecuar su figura a los estándares de belleza del momento con la idea de proponerla a Balenciaga como maniquí de cabina”, explica Lafuente. “Sabemos que en 1950 ya había comenzado a trabajar gracias a un retrato que le realizó el pintor bilbilitano Mariano Gaspar Gracián en el que aparece ya como una sofisticada maniquí”.
El trabajo de una modelo de cabina consistía en aguantar largas horas de pie, mientras le probaban primero los prototipos y toiles de los vestidos y, más tarde, los modelos definitivos para la colección de cada temporada. La modelo era también la encargada de llevarlo para las fotos del catálogo y en el desfile de presentación frente a la prensa, los compradores y las clientas particulares.
“La primera colección de la que existen fotos de Meyes es la de otoño-invierno de 1951-52, presentada en París el 6 de agosto de 1951″, apunta el historiador. “A la modelo se la conocía en Balenciaga como Mery y fue la encargada de lucir alguno de los modelos más míticos de aquellos años. Lo que nos da idea de que fue una maniquí muy apreciada en la casa”.
El hecho de ser española, amiga de Esparza y que entendiera los comentarios y chistes que este y Balenciaga se intercambiaban durante las interminables pruebas en el taller, seguramente hizo que el vínculo entre los tres fuera mucho más especial que con el resto de modelos. “Era muy divertida y le gustaba mucho cantar y bailar en las fiestas de Sainte Catherine (patrona de las modistas) o en carnavales”, explica Lafuente. Todo esto, además, en uno de los momentos más brillantes de la maison. Según explica Fernández-Miranda en su libro, en 1950 Balenciaga contaba con un total de 232 trabajadores, entre operarios, cortadores, jefas de taller y maniquíes. Realizaba dos colecciones al año, cada una con cerca de 200 diseños que prensa y compradores esperaban con avidez.
Los años parisinos
A diferencia del modisto vasco, conocido por su reducida vida social, Meyes disfrutó mucho de su etapa parisina. “Conoció a Colette, la gran maniquí de Balenciaga, que todavía estaba en activo en los cincuenta. Se hizo muy amiga de otra modelo francesa de la casa llamada Michèle Farine. Serían de por vida íntimas, estrechando allí también los lazos de amistad con el futuro diseñador André Courrèges, que también trabajaba para Balenciaga desde 1950”, recuerda Lafuente.
Según su familia, Meyes, al igual que en Zaragoza, también conectó con el entorno intelectual parisino de la época, que se reunía en locales del barrio de Saint-Germain-des-Prés como el Café de Flore y Les Deux Magots, el bar Le Montana y los clubes de jazz de la zona, donde se cruzaba con personajes como Juliette Gréco, Boris Vian, Roger Vadim o Jean-Paul Sartre, así como con compañeras modelos y artistas como Annabel Schwob. No obstante, nunca perdió su contacto con su ciudad, a donde viajaba siempre que su ajetreada vida se lo permitía. En Zaragoza también frecuentaba los locales más de moda del momento, como el bar Royalty, la boîte Pigalle, decorada por Alfonso Buñuel, o la por entonces recién inaugurada Cafetería Las Vegas. Según cuenta la familia, en una ocasión Meyes hizo el viaje París-Zaragoza en Vespa. Toda una hazaña que demuestra su fuerte carácter.
La vida después de Balenciaga
El trabajo de modelo no estaba exento de sacrificios. Mantener la línea y aguantar de pie horas y horas no era sencillo y, en el año 1956, Meyes decidió dejarlo. Habían sido seis años intensos, pero los que siguieron no lo fueron menos. “Aprovechando que su hermano José Antonio terminó sus estudios de Derecho en Zaragoza”, rememora Lafuente, “decidió ver mundo junto a él, formando un dúo musical de cante y baile con aires flamencos y copleros. Por aquel entonces, con el turismo hacia España en plena expansión, los tópicos españoles estaban de moda en medio mundo”.
Se pusieron de nombre María y Antonio y emprendieron una gira por Inglaterra y Escocia, donde llegaron a actuar ante la reina Isabel II en una ocasión. El grupo también realizó actuaciones en Dinamarca y Suecia hasta su separación debido a que José Antonio se fue a vivir a Estados Unidos.
El resto de los años cincuenta Meyes los dedicó a otra de sus pasiones: el diseño de joyas, que hacía fabricar en un taller del casco histórico de Zaragoza. También, gracias a su experiencia en París, trabajó durante un tiempo en Elizabeth Arden cuando la empresa llegó a España en 1959. No obstante, la ajetreada vida de Meyes tuvo un final abrupto y desgraciado. Tras haber contraído matrimonio en 1960 con Paul-Louis Calvet, un alto ejecutivo de banca parisino, y quedarse embarazada de su primer hijo, la modelo se vio afectada por una grave infección que acabó con su vida el 10 de julio de 1962, con tan solo 37 años.