La memoria colectiva de la moda se cuela en la semana de la alta costura de París
La técnica exquisita de las colecciones de Dior y Alaïa, la propuesta radical y llamativa de Schiaparelli y la oda al botón de Virginie Viard en Chanel marcan las primeras jornadas de la pasarela parisina
Big Aura es el nombre de la instalación que envuelve las paredes del desfile de Christian Dior en los jardines del Museo Rodin de París. Las siluetas abstractas de enormes trajes de sultanes otomanos se recortan contra el fondo componiendo la instalación de Isabel Ducrot, la artista italiana de 93 años escogida en esta edición de la alta costura por ...
Big Aura es el nombre de la instalación que envuelve las paredes del desfile de Christian Dior en los jardines del Museo Rodin de París. Las siluetas abstractas de enormes trajes de sultanes otomanos se recortan contra el fondo componiendo la instalación de Isabel Ducrot, la artista italiana de 93 años escogida en esta edición de la alta costura por Maria Grazia Chiuri, diseñadora de la casa francesa que cada temporada colabora con una artista de trayectoria feminista para enmarcar su propuesta creativa.
“Para Maria Grazia Chiuri, Big Aura es lo que impregna la alta costura, un terreno fértil para la contemplación donde la reproducción del original nunca es la misma. Cada pieza se adapta al cuerpo de quien la use y tendrá su propia aura específica. Según la definición de Walter Benjamin, el aura refleja la singularidad y autenticidad de la obra de arte”, explican las notas del desfile. El concepto de aura que el filósofo marxista alemán desarrolló en su ensayo, de 1936, La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica alude al concepto primigenio de lo singular, de lo original o lo auténtico y cómo en la réplica ese aura se pierde, se desgasta. El mensaje está claro en la alta costura: ninguna de las piezas que vemos se confeccionará igual pues se hacen a medida y son únicas.
Las piezas de Chiuri pueden parecer sencillas. No lo son. El virtuosismo técnico de la italiana no es estridente, su mensaje tampoco, pero el manejo de los tejidos, las proporciones, los pesos y volúmenes, los drapeados y los bordados hacen de sus prendas aparentemente fáciles prodigios de confección. El desfile del lunes comenzó con una serie en color caqui que es, quizás, el tono más alejado de la concepción clásica de la alta costura. Color utilitario empleado generalmente en algodones y lonetas, sirvió en esta ocasión para presentar faldas con vuelo, cinturas estrechísimas y escotes más propios de tejidos nobles. Hubo color, con algunas salidas en amarillo, verde y rosa, hubo bordados en vestidos más ortodoxos inspirados en Catherine Dior, la hermana del modisto, y una curiosa concesión a la tradición de la opulencia de la alta costura, el empleo del moiré, una tela que hasta ahora la diseñadora “solo había asociado con decoración” pero que rescató tras ver un vestido creado por Christian Dior en 1953. El moiré, proporcionado todo por un taller cerca de Lyon donde se sigue fabricando de manera artesanal, refleja la luz en aguas creando el efecto óptico que buscan muchos tejidos tecnológicos hoy.
Sorprende que se acuse en ocasiones a Maria Grazia Chiuri de hacer ropa “llevable”, como si esto fuera una ofensa. Parece que diseñar ropa con la que las mujeres se puedan mover, puedan caminar e incluso sentarse fuera anatema en la alta costura. Asistimos a la perversa vuelta de tuerca en la que las mujeres pueden decidir matarse de hambre o renunciar a caminar para utilizar ciertas prendas o encajar en ciertos cánones en nombre del feminismo y la libertad (esa misma libertad que permite tomar cañas como y cuando a uno le venga en gana). Chiuri no pasa por ese aro.
Si hay un diseñador con una propuesta radical y llamativa es Daniel Roseberry, que ha rescatado Schiaparelli para el gran público con sus juegos surrealistas. El maestro de lo viral sabe cómo hacer de su propuesta el tema de conversación de la semana. El primer ingrediente: celebrities inesperadas llevando una chaqueta de auténticos pétalos de rosa (Jennifer Lopez), o la cola de un vestido anudada como si fuera una cola de caballo (Zendaya). El segundo ingrediente: un pase viral en el desfile. Esta vez fue el turno del bebé robot que llevaba la modelo Maggie Maurer vestido con un tejido confeccionado con restos de aparatos tecnológicos pre 2007, es decir, antes del iPhone. Había CDs, placas madre, calculadoras o viejos Nokia. “Todas las cosas con las que crecí y que ahora resultan tan anticuadas como Charles James”, comentó a algunos periodistas antes del desfile del domingo, refiriéndose al diseñador que trabajó en la firma en la primera mitad del siglo XX.
Su colección, basada en el retrofuturismo, en lo extraño, en la película Alien, interpretaba de forma literal todas estas referencias apoyándose en un tío astrónomo de Elsa Schiaparelli que descubrió canales en Marte y, al parecer, fue quien inventó el término “marciano”. Alejado ya de sus juegos visuales anatómicos, esta vez Roseberry aplicó volúmenes exageradísimos, estructuras rígidas como encaje que parecían jaulas o capas de alguna reina de fantasía, introdujo hebillas y votas cowboy en referencia a su Texas natal y confesó que todo esto formaba parte de su acervo cultural y su memoria; “lo que nos distingue de las máquinas”.
No hay duda de que la propuesta de Schiaparelli es única, pero, ¿se desgasta el aura cuando la viralidad replica hasta el infinito la idea original?
El mismo día desfiló en el carrusel del Louvre la malagueña Juana Martín con una propuesta llamativa basada también en su memoria sentimental. Los tocados realizados por Vivas Carrión y las joyas por la malagueña Logana acompañaban las alusiones a Andalucía en los tejidos de enea sobredimensionada, las flores, los volantes y los sombreros, siempre descontextualizado de su uso tradicional.
El contrapunto a estos conceptos abstractos como la memoria y el aura lo puso Virginie Viard en Chanel con su oda al botón. Sí, al botón. Es curioso cómo algo tan pequeño, tan funcional, puede contener tanto significado. Los botones de Chanel, con su logo de las dos Cs entrelazadas, son un distintivo de la maison desde su origen. En el Grand Palais Éphémère de la capital francesa un enorme botón coronaba el set este martes. Antes de empezar, un corto realizado por Dave Free y con música de Kendrick Lamar en el que la actriz Margaret Qualley se daba cuenta de que a su chaqueta le faltaba un botón y no puede hacer otra cosa que recorrer caminos insondables para llegar a una boutique de Chanel y conseguir otro. La intérprete abrió el desfile en el que se vieron tweeds rosas, gasas, tules, la camelia en bordados y estampados. Todos los códigos esenciales de Chanel con los que siempre juega Viard. Todos ellos, por mucho que tengan 100 años, son únicos y solo los posee quien tiene un Chanel. Hasta el botón.
Alaïa se desmarcó de la grandilocuencia de la alta costura con una presentación en su tienda de la Rue Marignan. Sobre el suelo de espejo y ante unas 50 personas, la interpretación de la marca a cargo del belga Pieter Mulier representa ahora mismo el nicho culto parisino y es la firma más deseada de las cool kids. La técnica exquisita se pone al servicio de esa despreocupación estudiada de los franceses, esa intención de no complacer ni plegarse a lo esperado. Allí, en la tienda, desfilaron Mariacarla Boscono, Natasha Poly y Nora Attal. El negro, los pliegues y drapeados y las siluetas elásticas pegadas al cuerpo se mezclaban con flecos de satén y remates de lana gruesa que recreaban los puños y remates de los clásicos abrigos de astracán. Al finalizar el último pase se escuchó un aplauso estruendoso en el backstage. Era el equipo de Mulier. Si el aura, como decía Chiuri, es lo que crea una memoria colectiva, desde luego Alaïa la tiene.