Una primavera demasiado oscura, básica y abrigada abre la semana de la moda de París
De las brujas trajeadas de Dior a las viajeras poderosas de Saint Laurent, las primeras jornadas de desfiles en la capital francesa redundan en la tendencia de la sencillez y la discreción. El color y las siluetas lúdicas resultan, a estas alturas, un motivo para emocionarse
En la vida real, la primavera es para vestir colores alegres y ropa ligera. La de 2024 viste de oscuro y lleva chaqueta con pantalón muy corto. Sucedió en las propuestas de la pasarela de Milán la pasada semana y está sucediendo en las primeras jornadas de la semana de la moda de París. Cambio climático, incertidumbre económica, prendas con apariencia versátil y básica que ...
En la vida real, la primavera es para vestir colores alegres y ropa ligera. La de 2024 viste de oscuro y lleva chaqueta con pantalón muy corto. Sucedió en las propuestas de la pasarela de Milán la pasada semana y está sucediendo en las primeras jornadas de la semana de la moda de París. Cambio climático, incertidumbre económica, prendas con apariencia versátil y básica que apelan a la inversión más que al capricho (aunque, en realidad, a muy pocas prendas se las pueda llamar inversión)... Para que luego digan que la moda es ajena al presente: puede que una pasarela no sea realista en sentido estricto, pero lo que están demostrando estos días es que puede ser muy metafórica.
Una pieza de vídeoarte creada por Elena Bellantoni ponía la nota de color este martes al desfile de Dior. Titulada Not Her, proyectaba sobre la carpa situada en el Jardín de las Tullerías de la capital francesa las clásicas imágenes de las amas de casa norteamericanas de los años cincuenta junto a mensajes como “no soy esposa, madre o hija. Soy mujer”. La directora creativa de la casa, Maria Grazia Chiuri, siempre se vale de una artista feminista para apoyar su necesario discurso: la moda puede y debe ser feminista. Pero es la primera vez que utiliza una obra tan explícita; también la primera en la que su referencia está tan estereotipada.
En esta ocasión, la italiana se inspira en las brujas, su sentido de la sororidad y la transmisión generacional de su conocimiento, un clásico de la literatura feminista por motivos obvios, que Chiuri, sin embargo, traduce en chaquetas negras de corte masculino sobre camisas blancas, vestidos con encaje artesanal a modo de teleraña y minúsculas lágrimas bordadas. También en una curiosa reinterpretación del new look (amplio, cómodo y ponible, pensado para ser llevado y vivido) con faldas de estampado tie dye, demostrando, como en la colección anterior, que tiene un talento especial cuando se aproxima a la estética oscura. En sus siete años en Dior, los aficionados a la moda la han criticado por ser demasiado comercial en una casa prestigiosa, pero pocos han reparado en su labor por convertir este negocio, que vive mayoritariamente de las mujeres, en un negocio liderado y narrado por mujeres. Obviamente buena parte de su clientela no compra Dior por el relato, pero ahora que el resto de firmas se ha rendido a lo comercial y utilitario quizá se entienda mejor por qué hace lo que hace.
El feminismo, a su manera, también fue la base de la colección de Saint Laurent. En un imponente escenario en el Campo de Marte, y con un muy nutrido grupo de celebridades, Anthony Vaccarello presentó el martes una colección inspirada en las aviadoras Amelia Earhart y Adrienne Bolland, una excusa perfecta para fusionar los gorros de aviación con las saharianas, una de las pocas prendas en el archivo de Yves que al diseñador le quedaba por explorar a fondo, y que fue la que sobrevoló toda la colección, convertida en mono, en vestido o en pantalón, en colores caqui, burdeos o negro. Eso hizo que por primera vez en varios años la propuesta de Saint Laurent sea apta para todo tipo de cuerpos y, sin embargo, no haya perdido esa imagen de burguesía rebelde (es decir, el Yves Saint Laurent de los años setenta) con la que el diseñador italiano ha logrado subir las ventas de la casa. Una imagen tan poderosa que nunca le hace falta sacar bolsos a la pasarela para que los clientes los compren, un discurso tan cohesionado que ha hecho que la consejera delegada de la marca, Francesca Bellettini, haya ascendido a directora de moda de todo el grupo Kering. En una época en que la nostalgia vende más que nunca, el uso que hace de ella Saint Laurent debería aparecer en los manuales de marketing.
The Row, la firma de las hermanas Olsen, también vende imagen. La imagen que ahora parece estar en boca de todos. Básicos carísimos de calidades muy exclusivas pensados para clientas cuya discreción es directamente proporcional a su cuenta corriente. El lujo silencioso en The Row se percibe en su reducido grupo de invitados ataviados de riguroso negro, en su catering de rábanos e higos frescos y, por supuesto, en un casting de modelos famosas de varias generaciones vestidas con abrigos oversize de cachemir, vestidos sutilmente drapeados y pantalones de pinzas de cintura alta que casi parecen prestados. Si ahora todas las marcas quieren ser o son silenciosas, The Row directamente traspasa la barrera entre esa discreción fingida y la ironía, con sandalias que recuerdan a zapatillas de hoteles y chubasqueros-capa de plástico. Cuanto más desarrapado y despreocupado, más lujoso.
La tarde del miércoles ha sido, sin embargo, un necesario festival de color y juegos conceptuales. Francesco Risso traía el desfile itinerante de Marni a París, concretamente a la antigua casa del fallecido Karl Lagerfeld: ”Cuando tenía 15 años y viene a visitar a mi amiga Serena nos paseábamos por aquí con la esperanza de verlo”, contaba en la carta manuscrita que hacía las veces de invitación. Risso, que desde que desembarcó en la firma milanesa hace ahora siete años ha recibido críticas mixtas debido a la deriva punk que le ha dado a una enseña venerada por sus juegos conceptuales con la geometría y el color, ha presentado una interesante colección para la próxima primavera en la que los patrones arquitectónicos de su antecesora, Consuelo de Castiglione, se exageraban hasta crear abrigos y vestidos trapezoidales. También sus clásicos estampados de cuadros, ahora en vestidos mínimos, se combinaban con botas-calcetín de colores. El diseñador ha mezclado por primera vez su impronta (el unisex, el punk, la ironía) con el pasado de una marca aún muy presente en el imaginario colectivo y ha aprobado con nota, porque le ha añadido un componente emocional, e incluso infantil, muy poco común en las colecciones de esta temporada.
El juego sutil entre el pasado y el presente, entre lo funcional y lo estético, por encima de tendencias, ha sido también el punto de partida de ese oasis llamado Dries van Noten. Siempre distinto, pero siempre reconocible, el belga ha presentado una colección tan emocionante como sosegada en la que ha jugado con los brillos, la ropa deportiva, el traje sastre clásico o los microshorts, esa prenda ubicua esta temporada. Todos los clásicos (denim, popelín y punto, cuadros, rayas y príncipe de Gales) fusionados en esa alquimia que solo él es capaz de generar, un juego de opuestos que, en su mano, resulta realista y practicable. Porque no hacen falta fuegos artificiales para emocionar, como tampoco hace falta apelar a la idea del lujo silencioso para imaginarse viviendo en y con cierta ropa.