Sastrería y rebelión: la moda británica hace frente al Brexit diseñando una contracultura comercial

Los diseñadores demuestran en la semana de la moda de Londres que se puede hacer coincidir vanguardia y realismo, rebeldía y tirón empresarial en medio de una crisis en el negocio textil

Desfile de Burberry en la semana de la moda de Londres, el 20 de febrero de 2023.HENRY NICHOLLS (REUTERS)

“Si no hacemos algo, la moda británica va a desaparecer”, sentenciaba el diseñador JW Anderson en una entrevista con The Guardian hace unos días. Según datos de la Asociación de comercio textil británica, el 98% de los negocios de moda experimentaron altos costes burocráticos en 2021, el 83% tuvieron que incrementar el precio de sus prendas y el 53% experimentaron cómo varios de sus pedidos se quedaban en aduanas. La moda británica ...

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“Si no hacemos algo, la moda británica va a desaparecer”, sentenciaba el diseñador JW Anderson en una entrevista con The Guardian hace unos días. Según datos de la Asociación de comercio textil británica, el 98% de los negocios de moda experimentaron altos costes burocráticos en 2021, el 83% tuvieron que incrementar el precio de sus prendas y el 53% experimentaron cómo varios de sus pedidos se quedaban en aduanas. La moda británica genera alrededor de 30.000 millones de libras, de acuerdo al informe publicado en 2020 por Oxford Academics y el British Fashion Council, más que la música o el cine. Ahora ve cómo su papel en la industria mundial se ve amenazado.

Esta semana de desfiles, que comenzó el viernes y termina el martes, tuvo dos jornadas menos de lo habitual, y algunos diseñadores, la mayoría apoyados financiera y logísticamente por el British Fashion Council, el organismo gubernamental que desarrolla el impulso de la moda de autor local, como KNWLS, Masha Popova o Rejina Pyo, no han presentado colecciones en el calendario. Pero esta fue, curiosamente, una semana dedicada a la memoria de Vivienne Westwood, la diseñadora, fallecida el pasado diciembre, que canalizó el descontento y la rabia social en la estética punk, primero, y en el activismo climático después.

Es precisamente esa idea de la moda como herramienta para la rebeldía la que quiso retomar Anderson en su desfile del pasado sábado. The Roundhouse, la sala de Camden donde tradicionalmente se organizaban raves y performances sirvió de escenario para una colección inspirada en el trabajo del coreógrafo y artista Michael Clark. “En estos 15 años me he dado cuenta de que Clark ha inspirado todas y cada una de mis colecciones”, explicaba Anderson en las notas que precedían al desfile. De ahí que el también director artístico de Loewe hiciera un autohomenaje con algunos de sus éxitos del pasado (los abrigos de grandes solapas, los shorts masculinos con volantes, los vestidos estructurados de punto, las camisetas marineras) y los mezclara con esa osadía iconoclasta del vestuario que define al vestuario Clark en sus obras: un vestido inspirado en las bolsas de los supermercados Tesco, jerséis en los que podía leerse “bruja” o “macho alfa” o un enorme pene que servía como decorado o que aparecía serigrafiado en las invitaciones.

Diseños de JW Anderson en la semana de la moda de Londres, el 19 de febrero de 2023.AFP

La rebeldía y la vanguardia son ya valores clásicos que la moda británica exporta al mundo desde hace medio siglo. Pero por encima de ellos está la idiosincrasia de lo british, ese estilo que define al Reino Unido en el imaginario colectivo. A eso ha vuelto Daniel Lee en su esperada primera colección para Burberry, la marca que representa la quintaesencia de este concepto. En los seis años que estuvo comandada por el italiano Riccardo Tisci, la casa intentó sumarse, con relativo éxito, a la macrotendencia de la moda urbana. El primer desfile de Lee ha sido, sin embargo, toda una declaración de intenciones: una carpa en el parque de Kennington simulaba un campamento en la campiña. Allí, los invitados, obsequiados con mantas y bolsas de agua caliente estampadas con los clásicos cuadros de la casa, comprobaron que Burberry había vuelto a sus orígenes, aunque pasados por el filtro de Lee, el hombre que convirtió a la también clásica Bottega Veneta en el acontecimiento viral de los últimos años. Había botas de agua, gabardinas de ante forradas de borrego, estampados de patos, lanas, en definitiva, todos los elementos que definen la estética inglesa con los colores predilectos del diseñador (el verde, el púrpura y el amarillo) y su talento para convertir los accesorios en piezas de culto: zapatos de ante al estilo Clarks con las costuras vistas, botas acolchadas o bolsos de pelo cerrados con una B adornados con otro elemento muy inglés, la cola de zorro (falsa).

Una modelo muestra algunos de los diseños de Daniel Lee en su primer desfile para Burberry, el 20 de febrero de 2023 en Londres.NIKLAS HALLE'N (AFP)

La autorreferencia también es el leit motiv de buena parte de las colecciones de Christopher Kane, el británico suele coger un elemento y descontextualizado y deconstruirlo a lo largo de sus colecciones. En esta ocasión, un abullonado de volantes decoraba las prendas favoritas del creador: de trajes de chaqueta, a jerséis de mangas larguísimas o faldas de látex. Una colección que redundaba en su identidad —la mezcla de punto y lentejuelas, de vinilos y lanas, los escotes o los acabados sacados de contexto—, pero que resultaba más básica o comercial de lo habitual.

Esta ha sido la tónica general de los desfiles presentados en Londres estos días, también en los de la semana de la moda de Nueva York: muchos diseñadores han decidido aterrizar sus conceptos creativos, realizando colecciones más realistas de lo común. Los delirios decimonónicos de Simone Rocha, presentados en un entorno tan dramático como el Westminster Hall, se mezclaban con una estética mucho más urbana en vestidos bomber, levitas de cuero o prendas fluidas de encaje. Richard Quinn, famoso por fusionar romanticismo y fetichismo con sus estampados de flores y sus combinaciones de látex, dejó de cubrir la cabeza y las manos de sus modelos, también de recrear volúmenes victorianos; los vestidos, de tejidos preciosistas y cuajados de pedrería, se ajustaban esta vez al cuerpo en proporciones casi naturales en una colección con un tercio de vestidos nupciales, la alternativa comercial más realista del diseñador.

Una de las novias de Richard Quinn, durante su desfile en la semana de la moda de Londres, el 18 de febrero de 2023.HENRY NICHOLLS (REUTERS)

También las pequeñas marcas de culto, como Chet Lo, Harri o Nensi Dojaka intentaron rentabilizar su ADN: el primero, famoso por su tejido de punto acabado en picos, dio forma con él a vestidos básicos, jerséis y sudaderas; el segundo, que recientemente se ha convertido en viral tras vestir a Sam Smith en los premios Brit, fusionó sus prendas de vinilo hinchable con chaquetas y abrigos; la tercera decidió, por primera vez, combinar sus famosísimas piezas transparentes repletas de tiras con vaqueros y americanas, dando a entender que su moda trasciende pasarelas y alfombras rojas. Hasta S.S. Daley, flamante premio LVMH, dejó de lado sus pequeñas obras de teatro habituales, con las que solía presentar sus colecciones, para realizar un desfile tradicional inspirado en la indumentaria marinera que abrió el actor Ian McKellen.

El diseñador Steven Stokey-Daley y el actor Ian McKellen saludan al público congregado en el desfile del primero, donde el segundo vistió sus prendas, el 19 de febrero de 2023 en la semana de la moda de Londres.NIKLAS HALLE'N (AFP)

En tiempos de inflación e incertidumbre, la moda parece querer dejar sus delirios a un lado para demostrar que tiene los pies en la tierra y complacer a un consumidor atraído más por la inversión que por el mero capricho. Con el Brexit amenazando su supervivencia global, la moda británica, además, quiere probar que puede hacer coincidir vanguardia y realismo, rebeldía y tirón comercial.

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