La alta costura de París busca seguir siendo relevante con imágenes virales o apelando al realismo
Además de los desfiles de Fendi y Armani, el de Haider Ackermann, invitado a diseñar para la firma Jean Paul Gaultier, fue un oasis en mitad de las llamadas de atención, muchas veces vacías, a las que juega hoy la moda
Un traje de chaqueta negro “por el orgullo de ser”, un vestido marrón drapeado terminado en un sitio cuello de plumas “por las noches radiantes”, una falda rosa de corte sirena con un top plisado a modo de armadura “por las victorias”. Así decidió llamar Haider Ackermann a las salidas, un total de 36, que mostró el miércoles por la tarde en las oficinas de Jean Paul Gaultier de París, en la colección que el diseñador creó para la casa francesa. Es el cuarto invit...
Un traje de chaqueta negro “por el orgullo de ser”, un vestido marrón drapeado terminado en un sitio cuello de plumas “por las noches radiantes”, una falda rosa de corte sirena con un top plisado a modo de armadura “por las victorias”. Así decidió llamar Haider Ackermann a las salidas, un total de 36, que mostró el miércoles por la tarde en las oficinas de Jean Paul Gaultier de París, en la colección que el diseñador creó para la casa francesa. Es el cuarto invitado en hacerlo desde que Gaultier se jubilara en 2020 y cediera el testigo a distintos creadores cada temporada. Es, además, la primera vez que Ackermann hace alta costura, aunque su trabajo, de cortes y patrones pensados al milímetro, siempre ha estado de algún modo cerca de este oficio artesano. Quizá por eso el diseñador de origen colombiano ha querido volver a las raíces de la costura, a los salones casi en silencio, a las modelos posando y mirando a la audiencia, a los diseños con títulos que remiten a circunstancias reales o metafóricas. Una revisión de las rigurosas dinámicas del pasado dentro de una firma famosa por lo contrario: por la libertad, la diversión y el espectáculo.
De hecho, puede parecer que Ackermann y Gaultier tienen poco en común, pero no es así. Porque debajo del furor mediático y el talento teatral del francés siempre estuvo su amor por la moda y, en concreto, por la costura, en su sentido más literal. Ackermann ha rescatado esos códigos y los ha hecho dialogar sutilmente con los suyos: había referencias a la corsetería, prendas con efecto trampantojo, piezas que redundaban en la deconstrucción de los géneros e incluso vestidos con volúmenes geométricos que aludían directamente a Pierre Cardin, mentor de Gaultier. Pero todos y cada uno de los elementos estaban pasados por el filtro de la sastrería, una obsesión que profesan ambos, y por esa complicadísima contención que convirtió a Ackermann en uno de los grandes diseñadores de culto de este siglo. Al final, cuatro modelos con cuatro sofisticados vestidos negros, quizá el color donde se demuestra la maestría de todo buen diseñador, posaban en una imagen que evocaba a la etapa dorada de Richard Avedon. El público se ponía en pie.
“Que alguien llame ya a Ackermann para ser el director artístico de una gran firma”, tuiteaba minutos después Vanessa Friedman, editora de moda de The New York Times. Lo cierto es que el creador siempre ha sido el eterno aspirante. Lagerfeld anunció hace años su deseo que fuera él su sucesor en Chanel y, durante un tiempo, su nombre se barajaba como relevo de Giorgio Armani. El colombiano, sin embargo, no solo hace gala de la contención en sus creaciones, también en su trayectoria. No suele publicar sus éxitos en las redes sociales y, desde hace un par de años, justo antes de la pandemia, decidió dejar de desfilar para reflexionar sobre el siguiente capítulo que quiere escribir con su marca homónima. A excepción de una reciente colaboración con Fila, su única publicidad es el actor Timothée Chalamet, al que, junto a la también actriz Tilda Swinton, viste en casi todas sus apariciones públicas. Ambos aplaudían el miércoles sentados al final de la pasarela, en los salones de costura que la casa abrió expresamente para que ellos dos presenciaran el show. Los costureros, más de 50, lo veían desde los palcos superiores, ataviados con sus batas blancas, y Haider hacía lo propio en un monitor, con los nervios de punta. Él, cuyo valor mediático reside precisamente en repeler lo mediático, ha respondido a esta oportunidad con sus propias reglas, consciente de que el espectáculo no siempre tiene que ver con la grandilocuencia y que la contención, mezclada con una cierta nostalgia por las dinámicas del pasado, puede ser sobrecogedora, incluso puede llegar a ser viral, por significar un oasis en mitad de las llamadas de atención, muchas veces vacías, a las que juega hoy la moda.
La mañana de este jueves 26 de enero, las redes alababan el desfile de Ackermann y se plagaban de memes sobre el de Viktor y Rolf, celebrado también el miércoles por la tarde en el imponente salón de baile del hotel Intercontinental de la capital francesa. El dúo holandés contaba en una entrevista el pasado verano a El País Semanal que, tras 30 años de trayectoria, lo único que lamentaban es “que no se hubieran inventado antes las redes sociales”. A fin de cuentas, su trabajo nunca ha sido para ser llevado, sino para ser visto y analizado. Expertos desde hace tres décadas en hacer dialogar la moda con la performance, sus colecciones siempre giran en torno a una única idea que retuercen, literalmente, en cada salida.
En esta ocasión el mismo vestido, un bustier con pedrería y falda de tul en distintos colores (algo así como el arquetipo básico de la alta costura), se alejaba del cuerpo, se llevaba de lado, del revés o de arriba a abajo, explorando cualquier posición inverosímil, ejerciendo como una reflexión sobre la silueta y sus cambios culturales. Conscientes de la importancia de la imagen digital (sobre todo tras aquel desfile del verano de 2019 en el que los ampulosos vestidos contenían mensajes que eran memes en sí mismos), Viktor y Rolf tratan de ganar visibilidad cada temporada para mantener a flote su negocio, que, por supuesto, no es la costura, sino la moda nupcial y, sobre todo, las fragancias. De hecho, algunos de los invitados al show posaban con el envase a su llegada.
La estrategia de dar rienda suelta al lujo (performativo, en este caso) para insuflar las ventas de productos de precio medio es la que ha seguido la alta costura en los últimos 30 años, con especial relevancia durante el cambio de siglo. Pero en esta década la sociedad ha alterado radicalmente sus dinámicas y hasta este nicho de mercado, uno de los más exclusivos del mundo, ha tenido que renovarse con ella. Esta semana las dos directoras creativas de Chanel y Dior (Virginie Viard y Maria Grazia Chiuri, respectivamente) redundaban una vez más en la idea de una costura, si no funcional, sí para ser llevada y, sobre todo, vivida, donde la maestría artesanal tiene que tocarse y verse de cerca.
Una ola a la que se ha sumado Kim Jones desde que comenzara a hacer alta costura para Fendi hace dos años. De hecho, la colección que ha presentado este jueves en un escenario ovalado y completamente blanco dentro del palacio Brongniart reflexionaba precisamente sobre eso: la vocación funcional, incluso básica, que puede hallarse en un vestido hecho a mano con materiales de altísima calidad. De ahí que buena parte de sus diseños fueran en buena medida camisones lenceros para llevar como vestidos (una tendencia que popularizó hace 30 años la cantante Courtney Love, sentada entre el público) o piezas intercambiables, de faldas que se convierten en estolas a abrigos de mangas intercambiables. La versatilidad hecha alta costura, una idea que hasta hace bien poco podría sonar a oxímoron.
Entre la viralidad y la discreción se situó Giorgio Armani. Su firma de alta costura, Privé, siempre ha abogado por la funcionalidad, como el resto de sus líneas de producto, pero parece que el diseñador de 88 años va rejuveneciendo con cada colección que realiza. Esta vez la potencia de la gama cromática, basada en combinaciones de blancos, rosas, negros y verdes, y los estampados de rombos de los arlequines, realizados con un minucioso trabajo de bordados y lentejuelas, buscaban crear una propuesta inmediatamente reconocible en los siguientes meses sin por ello caer en la espectacularización.
En el fondo, la cuestión de optar por la imagen viral o por la creación realista tiene que ver con el modelo de negocio de cada marca. A excepción quizá de Viktor y Rolf, todas ellas tienen una mayor o menor cartera de clientas, pero las grandes firmas no necesitan ya la majestuosidad o la potencia en la imagen para seguir atrayendo a su público, basta una identidad coherente y, por supuesto, su nombre. Sí lo necesita Daniel Roseberry, que el pasado lunes abría esta semana de desfiles dando rienda suelta a los delirios surrealistas de Schiaparelli, con la mente puesta tanto en el archivo de la casa como en el retorno viral en redes (a su pesar, con polémica incluida). A fin de cuentas, su línea de prêt-à-porter sigue casi las mismas dinámicas de exclusividad y apela al mismo perfil de clientela extravagante y millonaria que su costura. Los hay, como Elie Saab, que han abierto el resto de sus líneas de mercado a partir de su fama y su negocio como couturiers, con una clientela fiel, sobre todo en Oriente Medio, que demanda un tipo de exclusividad que se traduce en brocados, brillos y ampulosas capas. Es decir, que demanda que la alta costura se parezca a lo que siempre fue la alta costura, ahora eso, sí, también para los hombres. En sus últimas colecciones, el diseñador ha aumentado las salidas masculinas debido a la demanda.
A algo similar aspira Juana Martín, en su segunda colección dentro del calendario oficial de la alta costura de París (es la primera mujer española en ostentar ese honor), aunque en su caso se trata de revisar la idiosincrasia estética del sur de España y convertirla en algo tan exclusivo como exportable. Su desfile, titulado Orígenes, y celebrado en la espectacular catedral americana de París, tenía como base los años de su infancia en Málaga. De ahí que buena parte de sus diseños tuvieran como protagonista al denim desteñido, que evocaba el oleaje y que, aunque no sea un material muy común en este negocio, daba forma a vestidos de mangas voluminosas o a trajes de dos piezas de patrones estructurados. Los zapatos fueron diseñados para la ocasión nada menos que por Christian Louboutin y los bolsos, por la diseñadora marroquí Nadia Chellaoui.