María y Camilo, el amor desde las alturas
Se montaron en el coche los dos y subieron la montaña desde donde ella pudo ver por última vez las vistas del mundo, el Atlántico, la ría. Lilo cogió el móvil y la grabó mirando el paisaje. Ella tiene una mirada limpia, reconfortante y triste
Camilo Garrido Corbal (Pontevedra, 43 años) se sienta en la terraza del Rúas, en la Praza da Verdura de Pontevedra, y pide calamares y ensalada. “Aquí empezó todo”, dice. “Ella vivía en esta plaza y yo aquí al lado, en la calle Naranjo”. Ella era María Paz Rosales, fallecida el 23 de diciembre de 2022 a los 42 años. Su muerte produjo un pequeño terremoto en la ciudad, mucha gente la conocía y la quería, y su trabajo como diseñadora había dejado huella en muchos lugares y eventos culturales d...
Camilo Garrido Corbal (Pontevedra, 43 años) se sienta en la terraza del Rúas, en la Praza da Verdura de Pontevedra, y pide calamares y ensalada. “Aquí empezó todo”, dice. “Ella vivía en esta plaza y yo aquí al lado, en la calle Naranjo”. Ella era María Paz Rosales, fallecida el 23 de diciembre de 2022 a los 42 años. Su muerte produjo un pequeño terremoto en la ciudad, mucha gente la conocía y la quería, y su trabajo como diseñadora había dejado huella en muchos lugares y eventos culturales de Pontevedra. “Adiós a la bióloga tímida que encontró su camino como diseñadora de moda”, tituló La Voz de Galicia.
Camilo, Lilo entre sus amigos, y María se conocieron pronto: a los tres años. Sus padres eran amigos íntimos. Ellos jugaban juntos en la plaza en la que Lilo está sentado cuarenta años después. Ella llevaba en las piernas unos de esos hierros correctores que usaban los niños de la época con problemas de cadera. Se hicieron amigos: lo fueron toda la vida al punto de que las dos pandillas de ellos, ya de jóvenes, se juntaron (él estudiaba en el Sagrado Corazón y ella, en A Xunqueira). Eran los años en que descubrieron que les encantaban los niños, y fueron guías de excursiones y monitores de campamento.
Hasta que un día, en el puente de la discoteca Carabás de Pontevedra, cuando tenían 20 años, se besaron. ¿Por qué? Una amistad tan larga, ¿en qué momento hace clic? “Nos conocíamos tanto, sabíamos tanto el uno del otro... Nos dimos el beso y poco a poco empezamos una relación. Por insistencia de ella; yo le tenía mucho respeto por amistad y le decía que seguro que podía encontrar otra cosa mejor. ‘Yo creo que te estás confundiendo’, le decía, ‘te estás equivocando’. Fue bastante pesada en tirar de la relación para adelante. Algo vio en mí: en mi peor momento, cuando nadie veía nada en mí, ella lo vio. Apostó. Y hubo algo mágico ahí, porque yo estaba bastante perdido. Descubrí que me fallaba todo, menos ella”.
La relación se afianzó primero desde la distancia (estudiaron en ciudades distintas) y luego ya incluso en los negocios (Camilo montó un local emblemático en Pontevedra, La fuga de Blas, que ella diseñó y en el que ayudaba mientras se dedicaba a su profesión en la moda). Eran ya por entonces una de esas parejas carismáticas alrededor de la que orbitaban, gracias a La Fuga, sus amigos, los amigos de sus amigos, y así hasta llenar cada fin de semana el local, que organizaba iniciativas de todo tipo en cada época del año. Hoy Camilo tiene dos albergues de peregrinos, Acolá.
En 2013 María se encontraba en Manresa trabajando para Miriam Ponsa. Un día antes del desfile llamó a su pareja para decirle que le dolía muchísimo la barriga. Él le pidió que fuese al médico, ella le dijo que no había tiempo. Él llamó a una amiga médica para que la convenciese, pero ella prefirió esperar al desfile y llegar a casa. Le puso calor a la barriga, pero aún así se atragantaba al beber agua. “No le gustaba nada ir al médico, nada. Así que cuando ya estaba en Pontevedra le dije que me dolían los ojos, que no sabía lo que me pasaba, y me acompañó al ambulatorio. Allí, le pedí al médico que la viese a ella. Le detectaron algo y la enviaron al hospital Montecelo a hacer una placa. Esa tarde se quedó ingresada”, cuenta Lilo. Había una masa en el estómago. Extendida. Páncreas, hígado, vena cava. Muchos órganos vitales afectados. “Ahí es cuando la gente conocida te empieza a decir que te vayas despidiendo. Pero ella se empeña en que no, en que no se despide, en que va a vivir todo lo que pueda”.
Admitirá, dice Lilo, tener una enfermedad. Pero no ser una enferma, ni que se la trate como tal. Sigue trabajando (decora hospitales, pero también el Salón do Libro o Feira Franca) entre sesiones de quimioterapia y operaciones a la desesperada, como una cirugía larguísima en la que la vacían totalmente y no garantizaban si volvería a despertarse. “Estaba como si le hubiese pasado un camión por encima. Pasé con ella 20 horas en reanimación; el médico lo que nos dijo es que probablemente se quedara en la operación, que lo que iban a hacer era una barbaridad”. La abrieron, la limpiaron. Funcionó. “Nunca estuvo limpia de todo, porque después siempre quedan cosas. Pero tuvo nueve años de vida más, nueve años de la hostia. Cada 15 días en el hospital, analítica cada semana y luego cada dos, o en su defecto quimioterapia cada tres semanas”. Llegó a pasar 13 quimios distintas y cuatro radios.
Su última semana de vida, ya exhausta y en el hospital, dijo que se quería ir para su casa. Era víspera de Navidad de 2022. “Empezó a ser consciente de que ya estaba, que se acababa. Y tuvo la sangre fría de organizarnos a todos”. Reunió a las familias, se despidió de cada una de ellas. Para cada uno tuvo un recado. Nadie sabe lo que le dijo al otro, pero sí que encontró tiempo y paciencia para todos. También llamó a los amigos más cercanos, que se acercaron a su casa aquellos días. Se levantó de la cama hasta el último día. Murió el 23 de diciembre. “Siempre decíamos que esos nueve últimos años fueron nuestros mejores años, los años que aprendimos todo el uno del otro, los años que aprovechamos el tiempo y la vida de otra manera, la época en la que nos quisimos de una manera irrepetible y auténtica, y peleamos y ganamos juntos, y resistimos hasta donde pudimos, que fue mucho”.
Tres días antes quiso subir con su marido al monte da Escusa. Ya pesaba 37 kilos, su peso siempre había sido 60. Casi no podía ni andar. Se montaron en el coche los dos, María y Camilo, y subieron la montaña desde donde ella pudo ver por última vez las vistas del mundo, el Atlántico, la ría. Lilo cogió el móvil y la grabó mirando el paisaje. Ella tiene una mirada limpia, reconfortante y triste. En la radio suena una canción que ninguno había escuchado antes pero que se cuela en el vídeo. “Las veces que el reloj se te atraganta / las cosas que te asustan solo a ti. / El rastro de dolor que nos delata / los sueños que no nos dejan dormir (…) Cerremos los paréntesis, bajemos a la plaza / Pidamos lo de siempre, perdamos la revancha”. Es Con el pañuelo en los ojos cantada por Leiva y Gaby Moreno. Lilo colgó el vídeo en sus redes, y después otro que resume sus 22 años juntos. “Gracias por una vida maravillosa”, escribió. “Nos vemos pronto”.