La doble vida del esparto: la fibra vegetal que es tendencia pero se queda sin artesanos
Mientras las piezas de este material que crece solo en España y Marruecos decoran cada vez más restaurantes, viviendas u oficinas, los expertos que dominan la técnica disminuyen y, con ello, su conocimiento
El esparto forma parte de la memoria colectiva nacional. Es un material que casi cualquiera ha visto en casa de sus padres o abuelos. Ahora, ha pasado de ser una antigualla a convertirse en una de las tendencias de moda. Esta fibra natural exclusiva de la península Ibérica y el norte de África se ha colado en las viviendas y negocios del siglo XXI en forma de persianas, alfombras o piezas de decoración como cactus y cabezas de animales. Su tradicional uso práctico ha sido sustituido hoy por lo estético. Y el sector vive en una contradicción. Mientras su popularidad crece, los artesanos envejec...
El esparto forma parte de la memoria colectiva nacional. Es un material que casi cualquiera ha visto en casa de sus padres o abuelos. Ahora, ha pasado de ser una antigualla a convertirse en una de las tendencias de moda. Esta fibra natural exclusiva de la península Ibérica y el norte de África se ha colado en las viviendas y negocios del siglo XXI en forma de persianas, alfombras o piezas de decoración como cactus y cabezas de animales. Su tradicional uso práctico ha sido sustituido hoy por lo estético. Y el sector vive en una contradicción. Mientras su popularidad crece, los artesanos envejecen y su sabiduría desaparece. “Es un oficio humilde que nunca se ha valorado ni pagado. Hasta ahora. Por fin nos hemos dado cuenta de ese patrimonio cultural que teníamos algo olvidado”, señala Pepa Entrena, responsable de Cocol, coqueta tienda ubicada en el barrio madrileño de La Latina, donde vende el trabajo de los pocos creadores que quedan en el sur del país, principal área de producción de este material utilizado por el ser humano desde la prehistoria. En la Cueva de Ardales (Málaga) se encontró una cuerda con 30.000 años de antigüedad. También lo usaron los romanos.
El esparto aporta calidez, historia y tradición. También singularidad: cada pieza solo se puede hacer a mano, así que es única. Por eso no hay dos iguales en las estanterías de Cocol, que Entrena ha ido recopilando de sus viajes por la geografía española. Se echa a la carretera con frecuencia y en uno de sus viajes conoció a Silvia Caballero, de 43 años, y María Vidagañ, de 41 años. Ambas habían aprendido en 2011 a utilizar el esparto gracias al abuelo de esta última. Hoy son responsables de la firma BalikyPopoy. Hacen cestos, muebles, manteles y otras piezas por encargo: “Nos encanta trabajarlo porque es un proceso manual, lento, alejado de la vorágine de las prisas y la producción rápida”, asegura Vidagañ, que cree que en los últimos años se ha despertado un mayor interés y más sensibilidad por la artesanía en general.
Ellas son la excepción de un sector que desaparece. Si hace unas décadas este material tenía todo tipo de aplicaciones prácticas, la llegada del plástico y las máquinas agrícolas lo dejaron en un segundo plano. Ya no hicieron falta alforjas para la mula, capachos para extraer aceite, pleitas para los quesos. La tradición apenas se mantuvo en zonas rurales de la costa mediterránea, sobre todo Andalucía, Murcia y la Comunidad Valenciana. Son lugares donde crecía —y crece— el esparto en la montaña. Y donde aún quedan negocios ligados a esta fibra. “La gente que lo trabajaba se está muriendo. Y los jóvenes ya no quieren hacerlo porque duelen las manos. Es una labor muy dura”, asegura Pedro Blanco, una de las pocas personas que cuenta con la titulación oficial de Espartería Artística.
A sus 54 años aún recuerda el olor de los camiones cargados de fibra que llegaban al taller familiar en Úbeda (Jaén) cuando él era niño. Por las instalaciones donde correteaba entonces, trabajaban unas 40 mujeres. Hoy, en el mismo punto, apenas su hermano y él trenzan el esparto. Esteras, cabezas de animales y persianas son las piezas que más demanda su clientela. Tiene una tienda en la calle Real y suele trabajar por encargo con un plazo medio de entrega de 45 días. “El sector está vivo”, apunta el ubetense. Lo confirman en Artesanías Pérez y Pérez, negocio ubicado en Porcuna (Jaén) que recibe encargos desde Estados Unidos, Alemania, Francia o Australia, aunque la mayoría procede de Madrid. Sobre todo de persianas. “Nuestro antiguo aire acondicionado”, ríe el andaluz Modesto Pérez, de 61 años, quien puso en marcha la empresa con la crisis inmobiliaria de 2008. Era contratista y como su familia sabía de esparto, decidió lanzarse. Ahora trabajan con él sus dos hijos, su mujer, su nuera y un empleado. “Todo a mano”, insiste Pérez.
En su web hay un sinfín de piezas de esparto. Capazos, lámparas, toldos, sombrillas, cactus, taburetes, maceteros. Inquietos, también participan en proyectos de decoración de restaurantes, negocios o viviendas con Idealista como cliente. Llama la atención el trabajo que realizaron para la sede de Impact Hub en la calle Piamonte de Madrid, donde forraron paredes y techos con más de 2.000 metros cuadrados con trenzado de esparto. “Se eligió como aislante térmico y acústico. También para apoyar a productores locales y demostrar que es un material que va mucho más allá de adornos y recuerdos”, cuentan desde el servicio de aceleración empresarial. Como este edificio —cuyo diseño recibió el premio de espacio de coworking del año en los Frame Awards 2019— hay otros restaurantes, casas y tiendas donde esta fibra se ha convertido en su hilo conductor. La tendencia arrancó hace unos años y, de momento, sigue al alza. Sobre todo en lugares como Madrid, la Costa del Sol e Ibiza.
“Hoy se utiliza en muchos proyectos porque tiende a recordarnos lo mediterráneo, lo artesanal y rústico”, afirma Pablo López, de Casa Josephine Studio, con sede en la madrileña calle de Santa Ana. El experto cree que el material vive un gran momento, pero que es algo puntual. “A nivel estético sí que se ve mucho, hay miles de fotos en redes sociales. Pero, a la hora de la verdad, no se usa de manera masiva”, asegura. Una de las razones puede ser que, más allá de la fotografía, el material puede llegar a ser incómodo en el día a día urbanita: ni caminar por una alfombra descalzo es cómodo ni quitar el polvo a una lámpara es fácil. Las persianas, además, se deterioran rápido si no se sigue la tradición. Es decir, ponerlas en verano y quitarlas en invierno. Y para eso hace falta espacio. “Yo creo que el esparto no va a volver, quizá solo para cosas concretas y muy pijas, poco más”, añade Juan Sánchez, de 54 años, responsable de una preciosa espartería cerca del Mercado de la Cebada, en la capital, donde tiene desde alforjas para bici a espuertas o garrafas. Tras el mostrador advierte de la competencia del esparto marroquí. “Es más barato, pero de peor calidad”, asegura.
Pero hay futuro, porque el esparto español también se abre paso a nivel internacional. El artesano Javier S. Medina emerge ahí como referente. Rara es la conversación sobre la materia prima en la que no salga su nombre. El extremeño se adentró en este material porque recordaba a su abuelo cosiendo persianas para mantener la casa familiar fresca. “Quise darle una oportunidad a esta fibra natural y hacer un guiño a los viejos oficios que se están perdiendo”, asegura quien ha vuelto a poner de moda las cabezas de animales que, a comienzos del siglo pasado, los niños utilizaban para jugar a ser toreros. Hace unos años, la actriz e icono de moda para muchos Sarah Jessica Parker se llevó una para su casa y ahora tienen gran demanda. Medina ha trabajado desde entonces para Disney, Loewe o Zara y actualmente prepara una pieza para un galerista en Nueva York. Un rayo de esperanza para un material tan de moda como en vías de extinción.