Ir al contenido

500 horas de grabaciones para dar con el ladrón de 2.200 piezas de oro y brillantes el día del gran apagón

La Policía Nacional cercó al atracador palmo a palmo. Se llevó un botín de más de un millón de euros y llevaba la prueba de su delito colgada del cuello: un crucifijo

Tres días antes de llevarse más de un millón de euros en joyas de una joyería de San Sebastián de los Reyes (Madrid), Mitesku, de 40 años y origen albanés, compró un coche. Un Hyundai Santa Fe antiguo, por el que pagó 4.000 euros. Los propietarios, un matrimonio, le contaron después a los investigadores del grupo de robos de la Policía Nacional de Madrid que estuvieron a punto de no vendérselo, porque ni siquiera se presentó a pagar, sino que mandó a otra persona con una excusa. Pero lo que no podían ni imaginar es que estaban tratando con un experimentado ladrón de joyas, con al menos cinco identidades distintas, reclamado por Bélgica, Países Bajos y Grecia. “Un profesional”, a ojos de la policía, que vio la oportunidad de perpetrar su gran robo en el gran apagón del pasado 28 de abril, que dejó a España entera sin energía eléctrica.

Con todo el país paralizado y enfrascado en un caos general, Mitesku esperó a que empezara a caer la noche y salió del piso de Alcobendas en el que había alquilado de manera temporal una habitación. Se subió a su Hyundai gris recién comprado y puso rumbo al centro comercial Plaza Norte 2, donde se encuentra la joyería José Luis, con su logotipo “JL”, en la última planta del imponente edificio con cúpula acristalada a orillas de la N-1. En la mochila llevaba una radial, destornillador, martillo y cuerdas.

Dejó el coche a unas manzanas de su destino y, presumiblemente, llegó caminando, como se fue después. Los investigadores no han logrado averiguar aún cómo se subió al tejado del centro comercial, pero, tras visionar más de 500 horas de grabaciones de cámaras de seguridad de la zona que siguieron funcionando con equipos electrógenos propios, le vieron por primera vez embozado, con su mochila a la espalda y tomando referencias con su móvil en lo más alto del edificio. “Es como si estuviera contrastando con alguien si estaba en el lugar adecuado, es decir, justo encima del local de la joyería”, advierten los investigadores, que han logrado seguir sus movimientos casi palmo a palmo hasta ponerle las esposas.

Mitesku, apellido con el que aparecía en el pasaporte cuando fue detenido el pasado 21 de octubre, comenzó a hacer catas agujereando el tejado con su radial, hasta que dio con el lugar exacto. La precisión de sus movimientos y el aparente conocimiento que tenía de los entresijos del edificio hace pensar a los investigadores que era un robo que tenía muy estudiado, con mucha información. “Probablemente, creyó que se le presentaba la oportunidad ideal con el apagón y actuó”, señalan.

Bajo la cubierta del edificio rompió los paneles de pladur que formaban el techo de la joyería y se descolgó dentro. Una vez allí, las cámaras muestran cómo, pacientemente, fue desatornillando las vitrinas y haciéndose con el valioso botín: 2.200 piezas de oro, brillantes y diamantes. “Sus movimientos evidencian que le pesaba muchísimo la mochila, que llenó con las joyas”, aseguran los agentes.

Con el propio mobiliario de la joyería se hizo una escalera con la que trepó de nuevo hasta la cubierta y salió al tejado. Allí, ya de noche, las cámaras lo captan cargado y muestran cómo descuelga primero la mochila con una cuerda y luego desciende él, unos 8 metros hasta el suelo por una suerte de canalón.

Pasadas las 23.00 horas, cuando ya ha vuelto la luz en buena parte de Madrid, las cámaras de seguridad lo pierden caminando hacia la avenida de Valdelaparra, en dirección Alcobendas.

Un profesional

Hasta ese momento, lo único que tienen claro los investigadores de robos de la Jefatura de policía de Madrid es que su misterioso ladrón no es un delincuente común, sino un auténtico profesional. Arranca una concienzuda persecución de seis meses a base de complicados visionados de vídeos de mala calidad y mucho trabajo de campo.

En una de las grabaciones rescatadas de una de las muchas cámaras de seguridad de la zona, a eso de la media noche del día del apagón, ven que se encienden las luces de un vehículo aparcado en una calle y deciden seguir su recorrido, porque coincide más o menos con la hora de la huida del ladrón. Se trata de un coche gris, que parece que lleva baca y tiene llantas de aluminio de cinco palos. Un seguimiento consecutivo de las cámaras en su itinerario permite ver que sale de San Sebastián de los Reyes y cruza al municipio vecino de Alcobendas, hasta que entra en un parking. El hombre misterioso sale poco después de ese aparcamiento con su mochila al hombro. Es él.

Se abren en ese momento dos investigaciones en paralelo que se desarrollaron durante semanas: una para localizar ese vehículo (comparando modelos y características) y otra, peinando y pateando la zona bloque a bloque, para dar con su conductor. Consiguen determinar que el propietario del coche está empadronado en la zona en la que vieron al hombre con la mochila. Pero para cuando logran identificarle comprueban que al día siguiente de cometer el robo el vehículo salió de España por el paso de Junquera, presumiblemente conducido por él.

Días después, con todas las herramientas policiales de localización de fugitivos en marcha y tras lanzar los datos contra las bases de Europol, descubren que el coche ha sido revendido en Rumanía y que su propietario se mueve ágilmente por Europa con al menos cinco identidades distintas y es reclamado por tres países por hechos similares, además de estar buscado por juzgados de Sevilla y Málaga también por robos con fuerza.

A los investigadores solo les queda esperar a que cometa un error. Confiado, el presunto ladrón, regresa a España dejando en uno de los pasos fronterizos una de esas identidades. El 21 de octubre, tras tenerlo monitorizado en otro vehículo, los investigadores del grupo de robos le cercan y le detienen.

Se muestra tranquilo, convencido de que no pueden atribuirle ningún delito porque lleva una nueva identidad albanesa, con la que se siente seguro. “Soy conductor de camión, vengo de Rumanía, donde vivo con mi mujer y mi hija, debe de haber un error”. Pero su rostro y su actitud cambia cuando los agentes empiezan a llamarle por los distintos nombres con los que aparecía en sus pasaportes y se derrota finalmente cuando le preguntan por el crucifijo de oro que lleva.

- Me lo regaló mi hija, asegura mientras se lo retiran en el rutinario cacheo de comisaría.

Su seguridad y altanería se desvanecen cuando le muestran las iniciales grabadas en la pieza de oro: JL, de la joyería José Luis. El ladrón llevaba la prueba de su delito colgada del cuello. El resto de miles de joyas aún no han aparecido.

Sobre la firma

Más información

Archivado En