Metro de Madrid lanza un programa de canje de libros y las estanterías quedan vacías enseguida
Once de las 15 Metrotecas inauguradas en mayo están prácticamente desiertas y hay usuarios que aseguran que algunos viajeros se llevan ejemplares para venderlos en plataformas o mercadillos
De niños son habituales las tardes en las que se intercambian cromos para rellenar los álbumes de torneos de fútbol. Se canjea uno repetido por otro que haga falta, siempre en condición de intercambio, “un cambio recíproco de una cosa por otra u otras”, según lo define la Real Academia Española (RAE). Algo parecido intentó hace tres meses el Metro de Madrid, aplicando el sistema a la lectura. Algunas papeleras en desuso pasaron a ser pequeños estantes para usarse como librerías instaladas en distintas estaciones.
El objetivo de la iniciativa fue el de propiciar la lectura entre los pasajeros durante su trayecto a través de una idea simple: coge un libro, deja otro. Pero ese intercambio no ha funcionado como el de los niños y muchos han confundido el término con la palabra “gratis”. Las conocidas como Metrotecas han quedado prácticamente vacías. La representante de una de las librerías que ha donado títulos al proyecto lamenta la falta de civismo: “La ciudadanía no está preparada en este país para este tipo de iniciativas”.
El proyecto se inició en mayo en tres estaciones, para luego llegar a 12 más. De momento, el servicio está operativo en las estaciones de Miguel Hernández (L1), Suanzes (L5), Pavones (L9), Ibiza (L9), Tetuán (L1), Delicias (L3), Prosperidad (L4), Príncipe de Vergara (L2 y L9), Laguna (L6), La Peseta (L11), Getafe Central y Móstoles Central (L12), Lacoma (L7), Barajas (L8) y Fuencarral (L10).
Los usuarios agradecieron la iniciativa, pero no pasó mucho tiempo hasta que las estanterías quedaron desiertas. En un recorrido realizado por EL PAÍS por 11 de las 15 estaciones se pudo comprobar que ahora es raro ver libros en las Metrotecas. Diccionarios de inglés, revistas en mal estado y hasta libros de texto sellados por colegios públicos son de lo poco que queda, pero no son muy apetecibles para los lectores. En muchos de los estantes, su función ha vuelto a ser la original: la de papeleras con latas vacías, papeles varios e incluso zapatos viejos.
Es tan raro que haya libros que cuando hay es una verdadera noticia para los usuarios. Una pareja de jóvenes se acerca a una estantería en la estación de Pavones y se detiene al ver tres volúmenes. Los cogen, los miran durante 10 segundos, pero luego siguen su camino. “Me paré porque es la primera vez que veo un libro en uno de estos, siempre están vacíos. No nos los hemos llevado porque son diccionarios”, explica Eva Oliva, de 27 años. Algo similar ocurre en la estación de Laguna, donde una mujer también se detiene a mirar. “Lo que me ha llamado la atención es que hubiera libros, porque en otras estaciones no he visto”, afirma Sara López, de 32 años.
Durante el recorrido fueron pocos los casos en los que las personas se llevaron un libro. Lo hicieron dos usuarios en las estaciones de Prosperidad (L4) y Delicias (L3). Ninguno de los dos dejaron otro para reponerlo.
La oficina de prensa del Metro de Madrid sostiene que el servicio “funciona bien”, pero que los pasajeros son “los que tienen que hacer que funcione”. No tienen datos de la cantidad de libros que ha movido la iniciativa, ya que es “difícil tener cifras exactas de lo que cogen o dejan”. También aseguran que Metro no se encarga de dejar ejemplares nuevos constantemente.
¿Poco civismo?
En un inicio fueron varias las editoriales y librerías que donaron libros al proyecto para que empezara a tomar forma. Una de ellas fue TuuuLibrería, una asociación sin ánimo de lucro que brinda espacios en los que el lector se lleva los títulos al precio que considere justo. Berta de León, responsable del proyecto, asegura que han donado al menos 2.000 volúmenes a la Metroteca, pero lamenta que no haya funcionado de la manera esperada. “Creo que la ciudadanía no está preparada en este país para este tipo de iniciativas, la gente no suele ser responsable y a lo mejor se llevan más libros de los que necesitan solo porque son gratis”, comenta. Es consciente de que unos pocos cumplen con las normas, pero otros se aprovechan. “Un mundo con Metrotecas es mejor que un mundo sin ellas, pero hay que cuidar estas iniciativas y actuar de forma responsable”, añade De León.
Los usuarios se han percatado de la situación y no lo han dejado pasar. En redes sociales muchos critican que los viajeros se los llevan de las estanterías para incluso venderlos por plataformas como Wallapop o en mercadillos al uso, como El Rastro.
Anaïs González es gestora de la editorial Libros de las Malas Compañías, otro grupo que ha donado libros al proyecto. Insiste en que el metro también debe crear conciencia al usuario. “No solo basta de dotar de recursos a las estanterías, que es lo más fácil, sino que se deben hacer campañas de sensibilización en las que se expliquen las normas de uso y se visibilice la importancia de la reciprocidad”, comenta.
En Montecarmelo hay otra iniciativa similar: la Biblioteca Comunitaria de la Marea Amarilla, un proyecto de los padres de los colegios de la zona en el corazón verde del barrio, en el que el Ayuntamiento planea colocar una central de camiones y trasvase de basura, un cantón. Son estanterías de segunda mano que ofrecen libros para intercambiar o incluso llevarse a sus casas sin dejar otro a cambio. El sistema es incluso más libre y, a pesar de eso, ha funcionado mejor. Sin embargo, no se han librado del mal uso. La organización asegura que “las repisas han sufrido actos vandálicos” y las han encontrado destrozadas. Para ellos, el éxito radica en que es un espacio muy dirigido a los vecinos del barrio, quienes han respetado la iniciativa.
En otros puntos también se han instalado estantes de intercambio de libros que sí han funcionado. Uno de ellos en el centro cívico de la calle de Zigia, 28, en Ciudad Lineal. Desde hace un año se colocó una estantería con el mismo sistema que la Metroteca. “La primera ola de libros la pusimos nosotros, luego le tocó a la gente. Ahora de hecho hay más cantidad, el espacio es muy distinto a un sitio de paso”, explica Javier Martínez, dueño del espacio.