Correr más rápido que el sol

Los deportistas salen temprano para huir de los efectos de la primera ola de calor del verano

Una joven sale a correr por la mañana, temprano, para evitar las altas temperaturas de Madrid.

A las 6.30 de este viernes, las calles de Madrid hierven de actividad: alertados por las altas temperaturas que convertirán el día en un infierno, aceras, carreteras y parques ven desfilar a quienes prefieren madrugar a dejar de entrenarse, pasearse o sacar al perro por culpa del calor. Alrededor del parque Felipe VI de Valdebebas, en el distrito de Hortaleza, sus figuras se recortan en el horizonte mientras el sol se despereza y la noche se retira poco a poco, siempre demasiado rápido para los que huyen del castigo de las altas temperaturas. Uno. Dos. Tres… los corredores sudan pese al frescor de la mañana mientras se cruzan con ciclistas con las luces encendidas para combatir la oscuridad, vecinos que han bajado casi en pijama para pasear a sus mascotas, y gente que va al trabajo. Nadie lleva gorra. Nadie lleva agua. El sol es por ahora una amenaza lejana, el peligro que llegará seguro, y que aún no ha llegado, pero ya se avista.

A las 6.40, el termómetro marca 22 grados. A las 7, una bola de fuego majestuosa se despereza en el horizonte. Es Kenia en Madrid. La imagen de postal, sin embargo, es un aviso: el tiempo para estar fuera de casa por voluntad propia entra en periodo de descuento. A las 7.30 ya trabajan barrenderos y albañiles. A las 10.00, el termómetro ya marca 27 grados. Y subiendo.

Antes, cuando el sol aún no está y reina la noche, cuando siguen encendidas las farolas y los coches llevan las luces encendidas, cuando sopla una suave brisa que se agradece, nadie habla. Suenan las pisadas contra la arena de los parques o el asfalto de las calles, algún jadeo esforzado, y los gritos de los dueños que llaman a sus perros para que no persigan a los corredores como si fueran uno de los muchos conejos del paraje. Los arroyos del parque despiden aún un frescor agradable, pero extraño, porque el aire ya se calienta mientras la tierra caliza de las avenidas empieza a subir de temperatura. En unas horas estará bullendo, y convertirá los zapatos de quien se aventure por el camino en una cacerola ardiente. Pobres pies.

Por eso hay un momento en el que todo el mundo acelera, y abandona las calles, ocupadas ya casi únicamente por los que no tienen más remedio. Toca buscar una sombra, refugiarse en el ventilador o el aire acondicionado. La mayoría ha cumplido su objetivo: correr más rápido que el sol, y llegar antes de que sus rayos azoten Madrid en plena ola de calor.

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