El barrio que despertó junto al WiZink Center: un relato de “pequeñas victorias” y un aviso a los vecinos del Bernabéu
El cuarto mayor recinto musical del mundo por sus 207 eventos anuales ha invertido 13 millones para dominar el ruido, pero no puede evitar la proliferación de terrazas y la masificación de las calles
“Te voy a contar lo que le va a pasar a los vecinos del Bernabéu...”, dice un hombre que sabe lo que sucede cuando tu barrio se transforma en un conciertódromo. Se llama Alejandro Fernández y vive al lado del Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, mucho más conocido como WiZink Center, el nombre del banco que paga el patrocinio, pero él nunca pronuncia esta última locución porque defiende que un edificio público no debería ser designado por el título de una marca comercial. Este pabellón donde juegan el Real Madrid y el Estudiantes de baloncesto fue cedido en diciembre de 2013 p...
“Te voy a contar lo que le va a pasar a los vecinos del Bernabéu...”, dice un hombre que sabe lo que sucede cuando tu barrio se transforma en un conciertódromo. Se llama Alejandro Fernández y vive al lado del Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, mucho más conocido como WiZink Center, el nombre del banco que paga el patrocinio, pero él nunca pronuncia esta última locución porque defiende que un edificio público no debería ser designado por el título de una marca comercial. Este pabellón donde juegan el Real Madrid y el Estudiantes de baloncesto fue cedido en diciembre de 2013 por el Gobierno del expresidente madrileño Ignacio González a una empresa gestora, Impulsa Eventos e Instalaciones SA, que lo catapultó como un espacio de conciertos referente para los grandes artistas nacionales y extranjeros. En una década, Impulsa ha convertido a este estadio con capacidad para 17.453 espectadores en el cuarto recinto musical del mundo por actividad y entradas vendidas, por detrás del Madison Square Garden de Nueva York, el Movistar Arena de Buenos Aires y el O2 de Londres, según el ranking de referencia para el sector, Top 200 World Arenas, de la revista internacional Pollstar.
“La gente va a pelear”, continúa Fernández. “Pero tras dos años, cuando vean que no se puede hacer nada, comenzarán a irse, si pueden. Y si no, acabarán sufriendo”. Fernández es miembro de la asociación vecinal Goya-Dalí, un grupo que lleva diez años “peleando” contra el Ayuntamiento, la Comunidad y la empresa gestora. Hace dos semanas, cuando tras los primeros conciertos en el Bernabéu se vio que iba a estallar un gran conflicto vecinal, Fernández escribió un correo a la asociación de perjudicados, un grupo de reciente creación. Aún no ha recibido respuesta, pero quiere que sepan que está dispuesto a contarles su experiencia y ofrecerles ayuda.
El mensaje que les comunicaría no es muy esperanzador. No han conseguido frenar el boom de conciertos del WiZink, que en 2023 batió récords con 207 eventos (deportivos y musicales), ni siquiera jugando la baza de que el Palacio de Deportes debería ser, dicen, un recinto público destinado al deporte, como indica su nombre y el Plan de Ordenación Urbanística, que califica esta parcela de “uso dotacional deportivo”.
Es más, la “batalla” de los vecinos del Santiago Bernabéu parece aún más complicada. Tienen enfrente a un gigante privado capitaneado por el poderoso Florentino Pérez. Además, en el estadio del Real Madrid se espera a 72.437 espectadores para cada uno de los esperados conciertos de Taylor Swift, este miércoles por la noche y este jueves. Es decir, cuatro WiZinks. Quizás aún más importante: el Bernabéu es una estructura abierta por sus laterales, lo que complica unas tareas de insonorización que sí ha hecho el WiZink para atajar las quejas. Fernández piensa en estas diferencias y se compadece de lo que le espera al barrio del estadio del Real Madrid: “¡Pobres vecinos del Bernabéu!”
Desde la otra acera, en su despacho del WiZink, Manuel Saucedo, el CEO de Impulsa, responde al teléfono que este tema de las molestias a los vecinos se lo han tomado muy en serio y que el panorama ha mejorado mucho en diez años. En ese tiempo, han invertido 13 millones de euros en reformas de insonorización de puertas, paredes o torres de refrigeración. Las mejoras en el edificio son obligadas por el contrato de Impulsa con la Comunidad, pero Saucedo asegura que han invertido por encima del 5,3% de la facturación exigido en los pliegos. “El ruido es un problemón y tenemos que minimizar su impacto, algo que hemos conseguido a unos niveles increíbles”, afirma Saucedo. “Nos hemos sacado un doctorado en convivencia”.
El barrio del WiZink se llama Goya y como todo el distrito de Salamanca, del que forma parte, se ha transformado radicalmente en la última década por la llegada de megarricos latinoamericanos y la proliferación de las firmas comerciales de lujo. La otra gran novedad han sido los conciertos, que antes de 2014 apenas se celebraban. Ahora toca un artista casi la mitad de los días del año. En noviembre y diciembre pasados hubo eventos a diario, salvo el 24 y el 31 de diciembre. Cada día cambia la tribu visitante: viejos rockeros, adolescentes enamoradizas, cristianos pijos... A veces acampan hasta dos días antes en las calles aledañas: Goya, Fuente del Berro, Jorge Juan y la plaza de Felipe II. Aparcar se convierte en un infierno porque los autobuses y trailers ocupan las inmediaciones. Cuando acaba el show, la policía corta el tráfico en la calle Goya para que los asistentes evacúen. “Hay días que durante 45 minutos no puedo pasar en coche a mi casa”, dice Fernández. “El policía te dice ‘venga márchese y vuelva dentro de media hora’”.
Antes, no existía la vida nocturna en este barrio. La calma volvía cuando cerraban el Corte Inglés y los comercios. Pero ahora la fiesta continúa de madrugada. Los conciertos deben acabar por normativa municipal antes de las 00.00, pero los asistentes se suelen dispersar por los bares del entorno. Los números de la asociación Goya-Dalí indican que desde 2014 el número de negocios con terrazas en la primera línea del WiZink ha pasado de 22 a 55.
El bum, bum, bum de los subgraves
Además de las reformas del edificio, la empresa gestora ha tomado medidas para que los músicos se comporten respetuosamente. Les recuerda los límites horarios (23.00 de domingo a jueves y 23.30 sábados, domingos y vísperas de festivo). También facilita a los técnicos de los artistas una pantalla que muestra en tiempo real el ruido que generan (el límite dentro del recinto son 102 decibelios). A las promotoras también les advierte en unas “normas de obligado cumplimiento” vistas por este periódico de que excederse de los límites sonoros tendría graves consecuencias: “El recinto se otorga el derecho de utilizar cualquier procedimiento técnico para hacer cumplir estas Normas, incluso durante el desarrollo del concierto”. Saucedo contesta que nunca han cortado la música a ningún artista, pero no lo descartan. “De hecho, en algún caso les hemos amenazado en el curso del concierto”, afirma.
El WiZink Center debe cumplir unos niveles máximos de transmisión de ruido al exterior de 60 decibelios en horario diurno (de 7 a 23 horas), y 50 decibelios en horario nocturno (de 23 a 7 horas). Esos límites, admiten los vecinos, se cumplen. El problema proviene de los altavoces subgraves, que provocan vibraciones en el salón de sus casas. Es el bum, bum, bum de música como el reguetón, la electrónica o el rock duro. Para contener ese incordio, Impulsa pide a los artistas que limiten su frecuencia a 100 hercios.
El viernes a las 22.00 costaba distinguir ese martilleo machacón en casa de Enrique Ruiz, jubilado de 78 años que vive con su esposa a escasos 30 metros del WiZink Center. Media hora antes había comenzado el concierto del reguetonero puertorriqueño Eladio Carrión. Ruiz asegura que muchos otros días sí se notan las vibraciones.
Con todo, la molestia mayor es la suciedad y que su calle, Fuente del Berro, se convierta en escenario de una macrofiesta durante buena parte del año. El viernes, se respiraba un ambiente de feria en las horas previas al concierto de Eladio Carrión. Los jóvenes seguidores del músico caribeño habían acampado en las inmediaciones desde la mañana y se habían instalado puestos de comida ambulante en los alrededores del pabellón. No cabía un alfiler en las terrazas de los bares. Botellas, bolsas e incluso un sillón casero con un estampado rojo de flores ensuciaban las aceras. A veces acampan desde un día antes. Como de madrugada no hay bares abiertos, suelen orinar en las aceras.
“Una noche nos tocó al timbre una adolescente que nos pidió una manta porque decía que hacía frío”, narra Ruiz. “No se la di. Lo que le di es una buena charla”.
La asociación Dalí-Goya habla de “pequeñas victorias” en los últimos años. Por ejemplo, desde el año pasado, el Servicio de Limpieza Urgente del Ayuntamiento pasa de inmediato. Son logros a base de presión extrajudicial porque no tienen dinero para abogados, confiesa Fernández: “No somos tan ricos como los del Bernabéu”. Lo dice después de saber que los residentes del entorno del estadio madridista consiguieron el viernes que un juez paralizara el proyecto de dos aparcamientos y un túnel por “falta de interés público”. Además, en Goya son muchos menos. En WhatsApp, los vecinos del Bernabéu son ya 700. “Nosotros somos solo 20″, dice Fernández.
El 14 de febrero, la asociación Goya-Dalí solicitó a la Junta del distrito de Salamanca la declaración del entorno como Zona de Protección Acústica Especial. Esta designación, que tienen ya cuatro zonas saturadas de bares de Madrid -Ponzano, Gaztambide, Azca y Centro- supondría límites de horarios a las terrazas y a la apertura de nuevos locales. Sin embargo, PP y Vox tumbaron la propuesta.
La empresa gestora del WiZink Center presume de generar 222 millones de euros al año a la economía madrileña, beneficiando a hoteles y restaurantes del entorno. El líder vecinal ve ahí malas noticias para los residentes: “Cuanto mejor les va, peor nos va”.
En el fondo, su lucha no se limita al WiZink. La enmarcan en una oposición a un modelo de ciudad “insostenible”. Igual que se habla de turistificación para referirse a vecinos víctimas del turismo, ellos hablan de eventificación para aludir a los afectados por los eventos masivos. En estos puntos negros incluyen también a Valdebebas por la Fórmula 1, Chueca por el Orgullo o Villaverde por el Mad Cool. “Todo el mundo entiende que Madrid debe albergar grandes eventos”, reconoce Fernández, “pero hay que pensar mejor dónde ponerlos y cuándo”.
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