El ‘caso Inocenta’: seis años ciega tras su última clase de natación y el Ayuntamiento de Madrid se resiste a indemnizarla
El Consistorio alarga los pleitos para compensar a una mujer que sufrió un accidente en una piscina municipal pese a que la Comunidad reconoce que hubo negligencia y debe recibir 500.000 euros
Inocenta Peláez no sabía nadar. Su médico le recomendó una mañana agitar los brazos y las piernas debajo del agua. Le explicó que ejercitar el cuerpo en una piscina es buenísimo para las articulaciones, sobre todo para la ciática, el nervio más larguirucho del cuerpo que a Peláez, de vez en cuando, le provocaba algunos achaques, y eso no hay ganchillo ni lentejas —sus dos mejores quehaceres— que lo pare. Con 63 años, Peláez, una ama de casa toledana, menuda, bajita, se levantó una mañana y le dijo a su marido Lorenzo y a sus dos hijos que sí, que finalmente se iba a apuntar a un curso de natac...
Inocenta Peláez no sabía nadar. Su médico le recomendó una mañana agitar los brazos y las piernas debajo del agua. Le explicó que ejercitar el cuerpo en una piscina es buenísimo para las articulaciones, sobre todo para la ciática, el nervio más larguirucho del cuerpo que a Peláez, de vez en cuando, le provocaba algunos achaques, y eso no hay ganchillo ni lentejas —sus dos mejores quehaceres— que lo pare. Con 63 años, Peláez, una ama de casa toledana, menuda, bajita, se levantó una mañana y le dijo a su marido Lorenzo y a sus dos hijos que sí, que finalmente se iba a apuntar a un curso de natación para principiantes en una escuela municipal de Madrid. Escogió una cerca de casa, la del pabellón blanco de dos plantas con columnas redondas y rojas del barrio obrero de Villaverde Alto. Mes a mes y, poco a poco, el curso marchaba. Hasta las 10.40 del 14 de junio de 2017, cuando Peláez se apoyó en un bordillo para realizar unos últimos estiramientos de espalda antes de finalizar la clase. De pronto, sus manos se escurrieron de golpe, como si tuvieran mantequilla. La piscina se convirtió en un inmenso precipicio.
Peláez empezó a gatear bajo el agua, sin manguitos y sin los flotadores de colores, esos que tienen forma de churros gigantes y que se utilizan siempre para estas sesiones iniciales. Sola, intentaba gritar en el fondo del agua el nombre de Gema, la monitora. Quería salir a flote sobre la parte menos profunda de la piscina. Trataba de lograr un punto de apoyo con los pies o con los brazos que la impulsara hacia arriba. Afuera, en la superficie, pese a estar a solo dos metros de distancia del grupo de clase, ningún compañero se percató de su ausencia. El cuerpo de Peláez se hundió hasta el fondo del agua. Un minuto. Dos. Tres. Cuatro. Hasta que por sí mismo regresó de nuevo a la superficie boca arriba. Fue entonces cuando los compañeros la vieron y comenzaron a gritar de inmediato:
—¡¡¡Ino, Ino, Ino!!!
Inocenta Peláez no respiraba. Estaba en parada cardiorrespiratoria. Su tez, blanquecina, era prácticamente azul. La monitora agarró y tiró con fuerza de sus hombros junto a un compañero del curso. La colocaron en el suelo. Comenzaron a hacerle el boca a boca. Otros nadadores corrieron en busca de la doctora del pabellón, pero no estaba en su puesto. La maniobra de reanimación ejercitada por la monitora y el compañero del curso sirvió para que Peláez volviera a respirar unos minutos, justo con la llegada de los servicios de emergencia, pero tampoco duró mucho. Los pulmones de Peláez frenaron en seco unos instantes después. Había entrado en una segunda parada cardiorrespiratoria. Al Hospital 12 de Octubre llegó con un hilo muy fino de vida. Ingresó inmediatamente en la UCI. Su familia, aún, no sabía nada.
El curso de natación municipal solo contaba con el teléfono de Peláez. La única forma de contactar con Lorenzo, su marido, era a través de Mercedes, una compañera del curso, pero Mercedes tampoco fue ese día. Ella recibió la noticia de un trabajador municipal:
—A Ino le ha dado un mareo en la piscina. Avisa a sus familiares.
Mercedes llamó de inmediato a Lorenzo, el marido de Peláez, que estaba con su taxi, trabajando, dando vueltas por Madrid. Ya en el hospital 12 de Octubre, Lorenzo escuchó al fin el nombre de su mujer por un médico tras cuatro horas en la sala de espera, que le ofreció un primer parte sin muchos detalles:
— Tenemos por delante 72 horas muy malas. Cruciales.
—¿Tendrá secuelas?
— Sí, pero no sabemos todavía.
Inocenta Peláez permaneció 15 días más en coma. Las secuelas fueron demoledoras. Desde el 14 de junio de 2017, no ve, no puede caminar con normalidad ni tampoco hablar: balbucea. Su marido abandonó el taxi semanas después de volver a casa. Ahora se dedica plenamente al cuidado de ella, a la que conoció en un baile con 16 años en La Guardia, un pueblo de Toledo de unos 2.000 vecinos al que regresaban cada dos por tres los fines de semana. “Mi vida es ella”, dice ahora.
Lorenzo explica que no sabía qué hacer ni a quién llamar cuando regresó con su mujer del hospital. Nadie enseña la burocracia municipal. Sabía que alguien había obrado mal en aquella fatídica mañana de junio. Todavía no se explica cómo pudo pasar. Asesorado por su familia, decidió poner una reclamación en una oficina del Ayuntamiento el 31 de julio de 2017. Seis años después, este expediente todavía no está resuelto. Las lesiones definitivas de Peláez concluyeron un año después del accidente. Un neurólogo del hospital 12 de Octubre elaboró un informe muy detallado que dice que sufrió una hipoxia, una ausencia de oxígeno en el cerebro durante varios minutos. Cuatro.
Peláez, ciega desde entonces, se mueve casi siempre en una silla de ruedas, impulsada por Lorenzo. Lorenzo es prácticamente una extensión de su cuerpo. Ella escucha. Él le cocina lentejas, su comida favorita. Los dos van juntos a todos lados por Villaverde Alto. Ella no soporta estar sola en casa. Se agobia, le entra ansiedad, teme caerse. Tiene problemas de equilibrio. Necesita a Lorenzo las 24 horas, a quien no ve, pero mira y observa y conoce, y a quien también recrimina algunos apuntes, cuando él cuenta su historia.
Todos estos datos se presentaron en el escrito que Lorenzo envió al Ayuntamiento de Madrid hace seis años. Un trabajador del departamento de responsabilidad patrimonial municipal le pidió entonces paciencia, pese a contar con un informe que avalaba la versión de Peláez por la aseguradora Zurich, que es quien asesora al consistorio en estos asuntos. Nadie se ha hecho responsable desde entonces. Nadie ha preguntado por ella desde entonces. Su expediente está en un cajón, quién sabe dónde.
Lorenzo ahora cobra una pensión de 1.300 euros al mes por jubilarse antes de tiempo. Ha llamado al bufete de abogados madrileño Lex Covenant e interpuso un recurso contencioso-administrativo el 8 de junio de 2020. Para este tipo de casos, y siempre que la reclamación judicial supere los 15.000 euros, el Ayuntamiento debe pedir un informe a la comisión jurídica de la Comunidad de Madrid.
Este documento tiene 22 páginas e incluye un párrafo contundente: “No se actuó con la diligencia exigible, sin que el Ayuntamiento haya ofrecido una explicación de los hechos que permita excluir la responsabilidad de los servicios municipales”. La región valoró entonces las lesiones con una indemnización de 531.912,4 euros para la familia. El informe del neurólogo y perito de Peláez calcula que el importe debería ser superior. La justicia dio la razón a la familia de Peláez en primera instancia. Pero el Ayuntamiento y la aseguradora Zurich han recurrido. Una portavoz municipal explica que los servicios jurídicos creen que se hizo “un seguimiento escrupuloso del protocolo en caso de accidente”. Zurich no ha contestado a este diario.
Durante estos seis años, Lorenzo ya necesita a otra persona para subir y bajar a Peláez por las escaleras de su segundo piso en Villaverde Alto. Los vecinos del bloque trataron de colocar un ascensor en el edificio para ayudarla, pero es imposible porque no entra. Si finalmente cobran la indemnización, el matrimonio quiere mudarse de la casa que compraron con sus primeros ahorros, donde crecieron sus hijos. No les importaría vivir en un bajo.
El Tribunal Superior de Justicia de Madrid tenía previsto dictar sentencia el pasado 25 de octubre. Sin embargo, unos días antes de esa fecha ha enviado una notificación a las partes. A petición de la aseguradora Zurich, que es quien asesora al Ayuntamiento de Madrid en estos casos, el tribunal considera necesario el testimonio de los dos peritos neurológicos, pese a haberlo rechazado en dos ocasiones por considerarlo innecesario.
La aseguradora dice que el origen del ahogamiento de Inocenta Peláez se debe a una crisis de epilepsia. En el historial clínico de esta mujer, sin embargo, no consta ninguna. La familia confía en la justicia, que se pronunciará, en teoría, a principios de 2024. Seis años después de aquella mañana de junio, el matrimonio cree que esto es el final de un nuevo principio. “Solo quería estar bien”, balbucea Peláez ayudada por Lorenzo. “Solo quiero que me faciliten la vida diaria”. Desde el 14 de junio de 2017, no ha vuelto a bañarse en una piscina. Tampoco ha vuelto a pasar por la escuela municipal de al lado de casa. Rociarse el cabello con champú le produce pánico bajo la ducha. Teme al agua.
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