Las bicicletas eran y son para Mingorrubio
La colonia, en Fuencarral-El Pardo, se construyó para acoger a los escoltas de Franco, que posteriormente pasaron a la Guardia Real
La asistencia a la reunión es casi como el Trivial, va de 0 a 93 años. De los 93 años de Francisco Moreno (La Carlota, Córdoba) a los 0 de Jara Heredia, que llegó al mundo haces mes y medio. En esta mesa de la terraza del bar cuyo local es propiedad de la colonia Mingorrubio se han juntado cuatro generaciones de vecinos. A la primera pertenecen Francisco y Guillermo Díaz (86 años, Torrijos, Toledo). ...
La asistencia a la reunión es casi como el Trivial, va de 0 a 93 años. De los 93 años de Francisco Moreno (La Carlota, Córdoba) a los 0 de Jara Heredia, que llegó al mundo haces mes y medio. En esta mesa de la terraza del bar cuyo local es propiedad de la colonia Mingorrubio se han juntado cuatro generaciones de vecinos. A la primera pertenecen Francisco y Guillermo Díaz (86 años, Torrijos, Toledo). Llegaron hace 71 y 62 años, respectivamente. Formaban parte de la guardia de Francisco Franco. La colonia comenzó a construirse en 1951 con el objetivo de acoger a los escoltas del dictador, cuya residencia estaba en el cercano palacio de El Pardo. Casi todos iban en bicicleta a trabajar ―”yo me la traje del pueblo”, recuerda Guillermo―. Los terrenos fueron donados por Patrimonio Nacional y las casas estuvieron en régimen de alquiler hasta mediados de los noventa. Había cuatro tipos de chalet y, en función de eso, se abonaba una cantidad u otra. “El último recibo que yo pagué fue de 150 pesetas”, detalla Francisco.
Para Francisco y Guillermo, formar parte de la guardia de Franco era un trabajo más. “Había distintas unidades. Cada una con su función. Entrábamos temprano, salíamos a las tres y luego cada mochuelo a su olivo”. A Guillermo, estando en A Coruña, le enviaron un telegrama en el que le comunicaba que había tenido un hijo. “... Y hasta ahora, porque nunca me lo entregaron. Cuando llegué aquí fue cuando me enteré. Al regresar, que volvíamos en un camión, salieron unos niños vecinos míos a avisarme de que ya había nacido”. “Las condiciones de vida eran muy malas. Y eso sirviendo a un señor que era todopoderoso. Los sueldos eran bajos… es que en mi casa no había agua”, lamenta Guillermo. Fruto de aquella carestía se produjo una manifestación frente a palacio: las madres de la colonia hicieron una cacerolada al grito de “¡queremos el agua!”. A los dos días, se había resuelto el problema.
Benigna Pérez (67 años, Madrid) pone en contexto la situación. “Hay que tener en cuenta que, en aquel momento, en aquellas condiciones, era un puesto de trabajo. Que mucha gente se vino aquí porque le mejoraban el contrato. Que tener una casa aquí, a pesar de las condiciones, era una suerte. Hubo gente que esperó mucho tiempo. Casi todos, entre ellos mis padres, venían de vivir en pisos en los que alquilaban una habitación. Era la España de entonces. Y venir aquí no estaba nada mal”.
Pilar Martín (68 años, Madrid) archivera “felizmente jubilada”, dice que ahora la gente “ve las casas y todo tan bonito ―con su fachada de ladrillo― y piensa que todo fue siempre así. Y no. Aquí se plantaron árboles y tuvimos jardines porque estos señores ―señala hacia Francisco y Guillermo―, y los padres de los demás, se lo trabajaron. Se preocuparon de que tuviéramos un colegio, que estaba en los barracones que nos regaló el ejército americano cuando la visita de Eisenhower, que todavía me acuerdo de que bajamos a recibirlo con las banderitas, y fueron nuestros padres los que adecentaron las aulas. Es que me acuerdo de ir a misa y a catequesis bajo una tienda de campaña”,narra Pilar. Hoy, esos barracones se utilizan para actividades sociales de los vecinos de la colonia, que dispone de un colegio de relevancia arquitectónica ―diseñado por Mariano García Benito y Santiago Fernández Pirla― y de una iglesia como ―se entiende― Dios manda. También de un frontón, de una cancha de baloncesto y de huertos comunitarios en terrenos propiedad del Instituto de la Vivienda de Madrid y gestionados de la colonia.
Pilar recuerda “perfectamente” la madrugada del 20 de noviembre, cuando a las cuatro de la mañana tuvo que salir hacia su puesto de trabajo, en la Dirección General de Coordinación Informativa. Después de la muerte de Franco, “hubo dos o tres días de inquietud, claro, porque al final era nuestro puesto de trabajo. Pero rápidamente nos dijeron que pasábamos a formar parte de la Guardia Real. Y las condiciones mejoraron”. El abuelo de Maripaz Fernández (65 años, Madrid), también notó el cambio en el trato: “Decía que Franco nunca le había dirigido la palabra y que, de repente, el Rey lo daba los buenos días, le preguntaba por su mujer, por su hija y, claro, él flipaba”. “Franco era mejor que no te preguntara”, recuerdan con sorna Francisco y Guillermo.
(Francisco se retira de la conversación para ir a hacer la comida a su mujer y a su hijo. Mientras fríe el pescado, se pondrá un delantal que reza: Por la paciencia infinita. El amor incondicional. Como mi abuelo no hay nadie igual. Paco).
La colonia de Mingorrubio se empezó a construir en 1950. Está formada por 385 viviendas, todas de entre 75 y 100 metros cuadrados de superficie construida, en dos alturas y el piso de arriba en bajocubierta. “Estas casas”, explica Chesco Arroyo (65 años, Madrid), profesor jubilado, “se construyeron para las tropas, con materiales bastante baratos y nada de grandes amplitudes. Hay un dato curioso que dice mucho, y es que no tenían recibidor, porque se daba por hecho que no tenían a nadie a quien recibir. La planta de abajo suele tener unos 45 metros y la de arriba, por el estilo. Hay casas con patios un poco más grandes y otros más pequeños”, explica.
“Era una vida en plena naturaleza. Los gamos caminaban por la colonia y les dábamos de comer”, recuerda Chesco. “Y en la berrea nos metíamos en el bosque a recoger cuernos”, añade Pilar. “¡Y la mejor playa que podía haber tenido Madrid! Con una arena muy buena en toda la zona, el río casi no cubría. Era muy idílico. Venía muchísima gente de Madrid los domingos. Había colas de 300 metros para coger el autobús de vuelta…”, añade Benigna. “Y podías beber el agua según ibas nadando, de lo clarita que estaba”, dice Francisco. Para Chesco, “era literalmente vivir en un pueblo ―El Pardo se anexionó a Madrid en 1951―, ir a Madrid era un acontecimiento”. “La gente que llega ahora a la colonia puede que venga con una perspectiva más de ciudad dormitorio. Ahora hay una convivencia muy buena, pero no es aquella época en la que dejábamos las llaves en las puertas”, añade.
Como buen pueblo tenían, incluso, su pequeña rivalidad con los vecinos de El Pardo. “Aquello era más grande y nosotros éramos como una aldea. Y sí que había algo de pique. Luego nuestras fiestas ―se celebran en San Juan― se empezaron a hacer superfamosas y se le dio la vuelta a la tortilla”, dice Pilar.
Hay, también, algo de prejuicio restante. “Yo, por ejemplo, digo que soy de El Pardo, y luego ya especifico que soy de Mingorrubio. Porque no lo conoce tampoco tanta gente y también porque la ideología sigue algo ligada al nombre. Aunque cada vez viene más gente joven y se va borrando ese lazo”, dice Marta Jiménez (33 años, Madrid). madre de Jara. Tanto ella como su pareja, Alberto Heredia (33 años, Madrid) crecieron en la colonia. “Cada vez hay más demanda y menos oferta. Las casas se han revalorizado. Nosotros nos vinimos porque queríamos que Jara creciera aquí”, dice Alberto.
María Luis Montes (69 años, Madrid) está jubilada. Era abogada. Vive con su pareja, arquitecto. “Llegué a la colonia por un anuncio de Idealista. Porque yo esto no lo había visto en mi vida. Había venido a El Pardo, pero de esto, ni idea… Pero cuando lo vi, el sitio me encantó. Esto es un gustazo. Estás a 15 minutos de Moncloa”.
De paseo por la colonia ―las calles tienen nombres relacionados con la vida militar, del Heroísmo, de la Fortaleza…― aparecen detalles que refieren a otros lugares. Unos pináculos similares a los que rematan los tejados del Ministerio de Defensa en una manzana cuyas viviendas lucen un singular friso de madera en las fachadas. “Esta manzana es la única que es diferente al resto. Sus casas replican las de un pueblo de la sierra, Valsaín”, señala Chesco. Pilar añade otra curiosidad: “Cuando viene gente de fuera, se asombran de lo altos que están los interruptores. Es que la medida mínima para ser escolta era de 1,70″.
De los locales comerciales de antaño, solo queda uno abierto. Le quedan dos días para cerrar. “Fíjate si ha cambiado la colonia”, dice Chesco, “que ahora las bicicletas las usan los padres y las madres para llevar a los niños al colegio a El Pardo”.
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