Cinco días encerrada y maltratada en la habitación del candado: “Estaba en ‘shock’, llena de hematomas, no podía ni hablar”
La policía rescata en Madrid a una mujer secuestrada por su expareja a la que había denunciado en diciembre por violencia de género
―No sé nada de mi hermana, puede estar en peligro.
La llamada se produjo el domingo 5 de febrero por la tarde en una comisaría de Policía Municipal de un pueblo de Ávila. Al otro lado, la voz angustiada de una mujer en Perú. Solo sabía que su hermana, de 46 años, había vivido con su pareja en ese municipio, en Candeleda, que ese hombre la había maltratado y que llevaba varios días sin poder contactar con ella. Comenzó así una búsqueda contrarre...
―No sé nada de mi hermana, puede estar en peligro.
La llamada se produjo el domingo 5 de febrero por la tarde en una comisaría de Policía Municipal de un pueblo de Ávila. Al otro lado, la voz angustiada de una mujer en Perú. Solo sabía que su hermana, de 46 años, había vivido con su pareja en ese municipio, en Candeleda, que ese hombre la había maltratado y que llevaba varios días sin poder contactar con ella. Comenzó así una búsqueda contrarreloj. Una vida podía estar en riesgo.
El agente de Ávila marcó el 091 y al otro lado respondió Samuel, en la centralita de Madrid. Unos pocos datos: el nombre de la mujer, del hombre, una posible dirección indicada en la orden de alejamiento dictada en diciembre... Dos patrullas con cuatro policías salieron en una búsqueda casi imposible. Llegaron a la zona en la que les indicaba su compañero del 091, cerca de una estación de servicio de Repsol en el distrito de Barajas, en el este de la capital.
Los policías Mario e Iván estaban en ese dispositivo. Llegaron a una zona inhóspita, de descampados, en esa zona periférica de la capital. Allí no parecía vivir nadie, cabía la posibilidad de que el hombre hubiese dado una dirección falsa cuando se le impuso la orden de alejamiento de su exnovia. Llegaron a una hilera de casas bajas, casi todas parecían deshabitadas y, para acceder a ellas, era imposible seguir en el vehículo. Era un camino de tierra. Algunos de los policías siguieron rastreando a pie. De repente una casa llama su atención. “Parecía que sí que vivía alguien, había plantas regadas”, comenta Iván. Llaman a la puerta, pero nadie responde. Una, otra y otra vez. Así hasta 20 minutos. Abre un hombre de 39 años.
―Perdón agente, no he abierto antes porque me estaba duchando.
No cuadraba. No tenía el pelo mojado y su aspecto era muy desaliñado. En la puerta, los policías observaron un hacha y un palo con pinchos. Al lado del hombre, un perro de presa canario, una raza considerada peligrosa, al que le piden que encierre. Empieza una conversación nerviosa en la que él les dice primero que ha perdido el DNI, para a los dos minutos explicar que lo tiene en casa de un familiar. Después asegura que no ve a la mujer desde diciembre y, a continuación, afirma que la última vez que estuvieron juntos fue hace 20 días.
La única habitación abierta, la que él dice que es la suya, no tiene ni cama pero sí el comedero del perro. Samuel, desde la sala del 091 vuelve a llamar al teléfono de la mujer y da tono. A los policías les parece escuchar un ruido dentro de la vivienda. Los agentes no se creen nada y le piden entrar. Y en esa casa, dos puertas les llaman la atención, las dos con candado.
Él les explica que la casa era de su propiedad, heredada de la abuela, y que ambas son habitaciones que tiene alquiladas a otros inquilinos, pero los agentes han encontrado unas llaves en su bolsillo en el cacheo. Le piden que la abra y apenas acceden a una de las estancias, perciben una presencia justo detras de la puerta. Se trata de una mujer con pijama corto, agachada, aturdida y temblando. “Estaba en shock, llena de hematomas, no podía ni hablar”, explica el policía Iván. En la mesilla, un plato de espaguetis, un vaso de agua y unas servilletas. Al lado, una cama deshecha. “El plato de espaguetis estaba sin tocar”, apunta el agente Mario.
El maltratador y su víctima habían comenzado una relación a distancia hacía una década a través de Facebook. Él había visitado varias veces Perú y al final la convenció de que se trasladara a España. La mujer dejó en su país a sus hijos. Llevaba apenas unos meses en España, pero su infierno había comenzado pronto. En diciembre denunció al hombre y consiguió una orden de alejamiento. Pero él no lo aceptó y tomó una decisión extrema: secuestrarla y amenazarla con quitarle el pasaporte y no poder volver a ver a su familia nunca más. Solo la dejaba dar algunos paseos por el patio de la casa y siempre bajo su supervisión. La víctima calcula que llevaba cinco días retenida en esa casa.
La mujer vive ahora en una casa de acogida y él que está retenido es él, porque salió de esa casa engrillado y permanece en prisión provisional. Solo unas horas después de esa llamada desde Perú, la mujer fue liberada del maltrato y de la violencia machista.
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