Así se vivió la Nochevieja en la Puerta del Sol en el primer año sin restricciones, pero con obras: “Que nada nos separe”

Es la primera nochevieja sin restricciones por la covid-19 desde hace dos años, aunque el aforo en la plaza ha vuelto a estar limitado: 7.500 personas, medio millar más que el año pasado y un 60% menos de asistentes que antes de la pandemia

Fuegos artificiales en la Real Casa de Correos tras las Campanadas de Fin de Año 2022, en la Puerta del Sol, a 1 de enero de 2023, en Madrid (España).Jesús Hellín (Europa Press)

“Mucha suerte”. “Que este sea igual de bueno”. “Salud”. “Te quiero”. “Ha merecido la pena”. “Dame un beso”. “Feliz año nuevo”. Miles de personas, lloraban, saltaban o brindaban esta noche en la Puerta del Sol para darle la bienvenida a 2023. Es la primera nochevieja sin restricciones por la covid-19 desde hace dos años, aunque el aforo en la plaza ha vuelto a estar limitado: 7.500 personas, medio millar más que el año pasado y un 60% menos de asistentes q...

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“Mucha suerte”. “Que este sea igual de bueno”. “Salud”. “Te quiero”. “Ha merecido la pena”. “Dame un beso”. “Feliz año nuevo”. Miles de personas, lloraban, saltaban o brindaban esta noche en la Puerta del Sol para darle la bienvenida a 2023. Es la primera nochevieja sin restricciones por la covid-19 desde hace dos años, aunque el aforo en la plaza ha vuelto a estar limitado: 7.500 personas, medio millar más que el año pasado y un 60% menos de asistentes que antes de la pandemia, cuando se llegaban a congregar hasta 20.000 personas en la plaza. El motivo han sido las obras que el Ayuntamiento está realizando en el recinto, donde algunas zonas estaban valladas por la reforma. “La superficie no es la misma que cuando las obras concluyan”, aclaró la portavoz del Gobierno municipal y delegada de Seguridad y Emergencias, Inmaculada Sanz, esta semana. Pero eso no ha impedido que grupos de amigos, familias, parejas y desconocidos de distintos puntos de España y del mundo se abrazaran después de las doce campanadas.

Poco antes de la cuenta atrás casi todos tenían las uvas listas. Algunos repasaban la lección con familia y amigos: “Primero baja la bola [por el carrillón], luego los cuartos y ya después empieza lo bueno”. Hay quienes han compartido el momento por videollamada con los que tienen lejos. Y otros han recordado a sus seres queridos con amuletos o pancartas, como Lucía Cabeza, de 20 años, y su hermana mayor, de 23. Han viajado desde Toledo con un cartel blanco bajo el brazo: “Para mi madre, que está en el hospital trabajando”. Es auxiliar de enfermería y sus hijas querían que formara parte de la noche. “Esperamos que una cámara nos enfoque y salga. O al menos esto”, dice mientras señala un globo de helio con forma de cohete. “Es para luego, para felicitar el año”, añade Rosana Rodríguez, amiga de las hermanas. Han esperado hora y media para entrar en la plaza y tienen un propósito claro para 2023: “Que nada nos separe”.

Espumillones, pelucas, guirnaldas de todos los colores, arbolitos de navidad pegados a la cabeza, pancartas de cartón con “2023″ escrito a rotulador, sombreros con forma de reno y hasta disfraces de pulpo de color morado. Todos querían llevar algo especial para celebrar el nuevo año. El hijo de Teresa Rubio ha escogido una bufanda de Gryffindor y un collar de espumillón dorado. Su hija una diadema con dos relojes. Ella lleva una bolsa con el resto de “pijadas” dentro: “Era el sueño de mi hermana venir, desde hace años, y este por fin se cumple”. La familia ha llegado esta mañana a Madrid desde Granada. “Siempre diciendo ‘venga, vamos’ y hace tres días, de locura, lo decidimos”, cuenta la mujer, de 59 años.

Otros llegaban con las manos vacías, pero muy ilusionados por contar las doce campanadas juntos, como Eira Colmenares y su pareja. “Él vive en Londres y yo en México. Vamos y venimos para vernos”, explica. No es su primera vez en Madrid, pero sí su primera nochevieja. Se han olvidado las uvas, aunque no mes importa, y hecho varias fotos con el icónico cartel de Tío Pepe. Las miradas de muchos de los presentes se dirigen constantemente al edificio, y quienes están debajo gritan cada pocos minutos. Un niño con un gorro de cumpleaños da la pista a los que no saben qué pasa: “¡Es Ibai! ¡Es él! No me lo creo”. Habla de Ibai Llanos, el famoso streamer vasco que ha retransmitido las campanadas en la plataforma Twitch con Anne Igartiburu y Ramón García. “Vamos, vamos más cerca. Por si se asoma de nuevo”, insiste el niño a su madre.

Los primeros en entrar a las diez y cuarto corrían para conseguir el mejor sitio. Parte de la explanada frente a la Real Casa de Correos estaba ocupada por una excavadora y materiales de construcción, y había algunos puntos desde los que no se veía bien la fachada. “Reanudamos las obras después de reyes”, indicaban varios carteles. Javier Arcil y su familia han tenido suerte, vista completa del reloj y sentados en un banco justo en mitad de la plaza. Han venido de Alicante y eran los segundos en la cola de la calle de Alcalá, uno de los cuatro puntos de acceso. “Hemos corrido porque no vaya a ser que entremos los primeros y encima nos quedemos en un mal hueco”, ha dicho nada más sentarse junto a su hijo. La espera ha merecido la pena, pero se ha hecho larga, al menos para el niño: “Fatal, quince minutos se sentían como una hora”.

“Beben y beben y vuelven a beber. ¡Vamos!”, cantaban en la calle Mayor una hora antes de que dejaran entrar a quienes llevaban horas esperando. Desde la clásica Un año más de Mecano a los éxitos de 2023, como Quédate de Quevedo o Despechá de Rosalía, cualquier canción servía para que el ánimo en la cola no decayera. Miguel Lozano, su mujer y su hija se han plantado en la calle del Arenal a las seis menos cuarto de la tarde, cuatro horas y media antes de que abrieran los accesos. “Estuvimos hasta en las preúvas [que se celebran a modo de ensayo el día 30] y venimos a darlo todo”, cuenta mientras señala la corbata de papel plateada que lleva al cuello, un gran gorro dorado y varias estrellitas que tiene pegadas por la cara. Son de Tarragona y han decidido viajar a Madrid porque estaban hartos “de ver siempre la nochevieja de Sol por la tele”. Una vez dentro, espera poder brindar con el cava que han traído en una botella de plástico y pedir “cosas buenas” para el año que entra. “Que se acabe la guerra, por ejemplo”, dice.

A las nueve, una hora más tarde que el año pasado, ya empezaban a desalojar la plaza, mientras la gente esperaba en las calles aledañas, algunas hasta los topes. De camino a la calle de Postas iba Sonia Domínguez, de 47 años, con sus dos hijos y su marido. Han llegado desde Australia, donde viven, y no tenían claro si arriesgarse a hacer la cola o ver la fiesta tranquilos desde el hotel. Iban vestidos para lo primero: un enorme gorro de mago plateado y una corona de luces de colores. “Levamos tres años sin poder venir por la pandemia y queríamos ver a la familia ya. Hemos aprovechado”, dice ella.

Alrededor del recinto, de casi 10.000 metros cuadrados, se han distribuido 250 agentes de la Policía Municipal, en coordinación con la Policía Nacional, para controlar los accesos. Los asistentes han tenido que pasar un doble filtro policial antes de conseguir llegar al kilómetro cero, a fin de evitar la entrada de elementos peligrosos, como botellas de cristal o bengalas. “¿Champín [una bebida infantil que simula el champán] me dejarán meter?”, preguntaba un hombre que llevaba una cámara al hombro, para grabar toda su noche en directo y retransmitirlo por YouTube. Los efectivos de Protección Civil han estado a cargo del conteo del aforo, y han utilizado drones para grabar la plaza desde lo alto y asegurarse de que no se superaba el límite.

Esta noche, en cuanto ha sonado la duodécima campanada, los fuegos artificiales han invadido el cielo. Móviles en mano, los asistentes grababan y gritaban “¡oh!” con cada nuevo fogonazo. El espectáculo pirotécnico ha durado apenas cuatro minutos y para las doce y media la mayoría de personas han abandonado la plaza, aunque el desalojo estaba previsto a partir de la una. Las banderas de España y de la Comunidad de Madrid se han proyectado una última vez sobre la facha de la Real Casa de Correos. Y los más rezagados silbaban y se reunían en corro para decidir qué venía después: fiesta o a casa. En el suelo los restos de una celebración breve e intensa. Botellas, bolsas y vasos de plástico, serpentinas y uvas espachurradas.

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