Agosto no es mes para esperar el autobús en el extrarradio de Madrid

Los tiempos de espera de las líneas de autocar que comunican los municipios de la comunidad se multiplican durante el verano y los usuarios se ven expuestos a las altas temperaturas en paradas sin protección en los márgenes de las carreteras

Fernando Sánchez y María Jesús Martínez en la parada del autobús que les lleva a Chinchón.DAVID EXPÓSITO

María Jesús Martínez y su marido Fernando Sánchez cierran los ojos al hablar por la intensidad del calor de media tarde. Juntos caminan en medio de la polvareda de un sendero que comunica su casa, a las afueras de Morata de Tajuña (Madrid), con la parada de autobús, un poste rojo en mitad de la carretera M-313. Fernando intenta no tropezarse con las piedras y se agarra a un bastón que debido al sudor de los dedos por momentos se le resbala. Cuando llegan a la calzada, miran a ambos lados de la vía y cruzan rápido de la mano para resguardarse del sol bajo la sombra de 20 centímetros que ofrece ...

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María Jesús Martínez y su marido Fernando Sánchez cierran los ojos al hablar por la intensidad del calor de media tarde. Juntos caminan en medio de la polvareda de un sendero que comunica su casa, a las afueras de Morata de Tajuña (Madrid), con la parada de autobús, un poste rojo en mitad de la carretera M-313. Fernando intenta no tropezarse con las piedras y se agarra a un bastón que debido al sudor de los dedos por momentos se le resbala. Cuando llegan a la calzada, miran a ambos lados de la vía y cruzan rápido de la mano para resguardarse del sol bajo la sombra de 20 centímetros que ofrece el poste. “Hoy por lo menos hay brisa”, comenta Fernando con resignación.

En la parada de enfrente aparece la figura de un hombre de pequeña estatura, que arrastra un carro de la compra y viste camiseta y gorra azul a juego con el cielo despejado. “¿Cuánto le queda?”, le pregunta María Jesús. El hombre se detiene. Mira la posición del sol como si tratara de adivinar la hora y se queda pensativo durante un segundo. Del bolsillo del pantalón saca un viejo teléfono y contesta: “Al mío, 12 minutos; al vuestro, ni se sabe”.

Un hombre espera el 337 que comunica Morata de Tajuña con Conde de Casal. DAVID EXPÓSITO

Hay un Madrid que se mueve incansablemente entre las prisas y otro a no mucha distancia del centro que espera con paciencia en las paradas de autobús para sumarse o volver del frenesí. La frecuencia de las líneas de autobús interurbanas en la comunidad se dilatan conforme crece la distancia respecto al centro. Durante el mes de agosto, además, los tiempos de espera se multiplican por la reducción de autobuses. Algo que afecta sobre todo a los núcleos de población del extrarradio, que se exponen cada día a largos tiempos de espera en paradas solitarias y sin protección. En la Consejería de Transportes aseguran que “existe una planificación anual que luego se va modificando con las revisiones diarias de la demanda de cada línea, para reforzarla o mermar su frecuencia por desuso”. Un portavoz admite que en la temporada estival disminuye el número de vehículos que recorre la línea. “Primero, por el final del curso escolar y segundo, porque mucha gente está de vacaciones”, puntualiza. En cuanto al criterio para instalar una marquesina o un poste, explican lo siguiente: “Las marquesinas se instalan donde hay más de una línea de autobús, donde se puede producir un intercambio. En zonas como los polígonos o la periferia suele haber más postes por la baja demanda, aunque todos los ciudadanos pueden reclamar a la consejería y se estudiarán sus peticiones”.

María Jesús y Fernando esperan el 337 bajo 44 grados. “Vamos a Chinchón, a recoger el coche en el taller. Puede que tardemos una hora en llegar y 15 minutos en volver”, dice él. “El horario casi nunca se cumple. Hay una media de espera de 45 minutos, en verano más”, explica. “Yo estuve durante cinco años yendo a trabajar a Madrid. Continuamente se retrasaba o no venía directamente. Me tiraba una hora y media aquí de pie. Tuve que empezar a coger el anterior para asegurarme de llegar a tiempo, si tienes prisa no puedes depender del autobús”, asegura. “Lo peor es cuando llueve, el calor se aguanta, pero estar aquí mientras diluvia es imposible”.

Apenas 10 kilómetros al sur del centro de Madrid se encuentra el Cerro de los Ángeles, un parque que para algunos expertos es el punto central de la península ibérica. La figura de Cristo, en el Monumento del Sagrado Corazón corona la cima que hay sobre la gran explanada, donde se encuentra la Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, del siglo XIV. Jeyder Armas, de 29 años, no es creyente, pero reza sentado sobre el quitamiedos de la carretera para que llegue el autobús, que pasa cada 45 minutos, aunque hoy va con 10 de retraso. Con una mochila en la cabeza se protege del sol. “Ahora en verano es como un laberinto. Tengo que levantarme una hora antes porque pasan menos autobuses. Para la vuelta, siempre es una incógnita”, confiesa. Nacido en Nicaragua, trabaja como obrero en una de las naves en construcción que hay en el polígono industrial Los Ángeles situado al otro lado de la A-4. Cada día, llega a la parada junto a su compañero Ali Diarr, un joven africano que con delicadeza esconde una botella de agua para dar de beber a las hormigas que habitan entre la maleza y la basura que crece alrededor. “Se ha hecho amigo de ellas de tanto esperar”, dice Jeyder entre risas.

Jeyder Armas, esperando el autobús en el Cerro de los Ángeles (Getafe). DAVID EXPÓSITO

A las seis y media de la mañana, después de llevar toda la noche empaquetando pollo en una empresa avícola del Polígono Industrial de San Fernando, Luz Abreu, de 48 años, aguarda bajo una farola fundida junto a su amiga Carolina Fernández, de 38. La línea 1 de autobús que conecta la zona con Coslada y que ambas necesitan para llegar a la Renfe ha disminuido su frecuencia de una a dos horas desde el 15 de julio hasta el 14 de septiembre, según indica el horario de la parada. “Cuando salimos tenemos los pies hinchados de estar toda la noche de pie. La marquesina no tiene cristales ni asientos. Estamos tan cansadas que nos esperamos en los bolardos”, cuenta Carolina. “No me da miedo porque vengo con ella, Luz me alumbra en la oscuridad”, bromea la mujer. “La sensación es de estar como encerrada. Yo vivo a menos de 15 minutos en coche, pero en autobús, y más en verano, tardas una hora y pico en volver”, añade Luz. La mujer bosteza y mira la hora de su reloj.

—¿Cuánto tarda según la aplicación?

—La he borrado. La usé durante un tiempo, pero fallaba todo el rato. Muchos días salía corriendo por la carretera, porque según la aplicación quedaban tres minutos y cuando llegaba, resulta que nunca pasaba el bus.

Por fin, una luz verde avanza por la carretera sin que se llegue a distinguir el número del vehículo. “Parece el nuestro, ¡levanta!”, exclama Carolina. “Amiga, la mascarilla, póntela ya. Si no, no te vas de aquí hasta mañana”, responde Carolina.

Carolina Fernández y Luz Abre esperan el autobús a las seis y media de la mañana después de trabajar. DAVID EXPÓSITO

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