Perros adiestrados con cadáveres para hallar lo que los asesinos ocultan
Los animales de la Unidad de Guías Caninos de la Policía Nacional entrenan desde hace dos años con cuerpos donados para mejorar su preparación
Hay una caja con una cabeza y vísceras humanas. Al lado, un cadáver cubierto por una sábana verde. Cuatro policías observan la escena sin inmutarse, han visto cuerpos humanos que han tenido finales terribles, no como estos que tienen ahora delante, que acabaron ahí tras ser donados. Un hombre mete parte de los restos en una bolsa negra.
Es el Centro de Donación de Cuerpos de la Universidad Complutense de Madrid. Un lugar que da a los policía...
Hay una caja con una cabeza y vísceras humanas. Al lado, un cadáver cubierto por una sábana verde. Cuatro policías observan la escena sin inmutarse, han visto cuerpos humanos que han tenido finales terribles, no como estos que tienen ahora delante, que acabaron ahí tras ser donados. Un hombre mete parte de los restos en una bolsa negra.
Es el Centro de Donación de Cuerpos de la Universidad Complutense de Madrid. Un lugar que da a los policías nacionales encargados de buscar cuerpos lo que necesitaban desde hacía mucho tiempo: brazos, intestinos, sangre. Los cadáveres reales son la materia prima perfecta para los perros de la subespecialidad de búsqueda de restos humanos de la Unidad de Guías Caninos. “Nosotros siempre habíamos trabajado con cerdos, con sangre que nos sacábamos nosotros mismos, con ropa envasada al vacío de algún cadáver o con algún dedo que nos daban los compañeros de la científica. Un compañero llegó aquí un día hace un par de años, fue preguntando por despachos y dio con la persona acertada, la directora del centro [Teresa Vázquez]”, explica Manuel Cortés, agente de esta unidad y compañero de Scott, un enérgico labrador. “A los pocos días teníamos una pierna encima de la mesa”.
Alejandro Casado es el técnico que mete las vísceras en la bolsa. Sale con Cortés y sus compañeros, los agentes Verónica Cardenal y José Ángel García, a una explanada de hierba justo al lado del centro y les pregunta dónde la coloca. Le indican un lugar entre unos arbustos y se van al coche. Llega el turno de Lady, una pastor belga malinois que sale disparada hacia García. Cuando les sacan del trasportín y ven a su dueño ya saben que es hora de trabajar y también de jugar. Los agentes llevan pelotas azules blandas para entrenar a los animales y ponerlos en disposición de rastrear. El policía aleja un poco de la bolsa al perro que no pierde de vista a García y a los pocos segundos comienza la búsqueda, como una especie de ritual. No pasa mucho rato hasta que el olor de vísceras atrae la atención de la perra, que se pone al lado y muestra su excitación, consciente de que ha cumplido su misión. Mueve la cola, señala con el hocico agitado, ladra hasta casi quedarse afónica. “¿Qué hay? ¿Qué hay?”, le pregunta insistente García.
Hacia 2007 el hoy inspector jefe Francisco Salvador recibió el encargo de poner en marcha la subespecialidad de búsqueda de restos humanos. “Apenas encontré información, así que mucho de lo que hemos aprendido estos años ha sido ensayo y error”, explica. En 2009 vivieron su prueba de fuego con la búsqueda del cuerpo de Marta del Castillo, la joven sevillana asesinada por su exnovio Miguel Carcaño. Una de las misiones más difíciles por la decena de versiones que dio el hoy condenado por el crimen y por las condiciones en las que trabajaron los agentes. La unidad buscó en el río Guadalquivir, cuyas corrientes convertían el rastreo en una pesadilla, y en el vertedero, donde los perros tenían que parar cada poco porque las condiciones de insalubridad eran enormes. “Recuerdo que cada mañana teníamos una reunión para planificar el día, a la que venía el padre de Marta y nos daba ánimo. Empezabas la jornada con una sensación agridulce porque no estabas consiguiendo devolverle a su hija”, recuerda Salvador, que participó en ese operativo con su perro Bruce. La búsqueda fue infructuosa.
No siempre es posible el éxito. Que, de todos modos, siempre es relativo. “Cuando llegamos nosotros quiere decir que ya se busca un cadáver. Para las familias es horrible que tú cumplas con el objetivo, porque quiere decir que se acaba la esperanza, pero también sabes que es el primer paso para que tengan una respuesta y puedan dormir. Tal vez ese día no, pero a partir de ese día empezarán a poder descansar”, cuenta García.
Para cumplir con su tarea, adiestran a los perros con las muestras más ínfimas. Después de las entrañas en la bolsa, Casado saca algo más imperceptible. Una gota de sangre que posa en un pedazo de teja. Sale del coche Scott, el impulsivo labrador que llevaba un rato ladrando reclamando su turno. Es el perro de Cortés. De nuevo, localiza la sangre sin problema. “El ojo humano en combinación con el olfato canino es un arma casi infalible”, apunta, con cierto orgullo, el jefe Francisco Salvador.
Así lo fue en un complicado caso en una localidad valenciana, en el que García creyó en su perro por encima de todo. El dispositivo de búsqueda se hallaba en una casa de campo en la que sospechaban que un narcotraficante se había deshecho del cuerpo de su socio. Pero allí no había ni rastro. En la parte trasera de la casa, había unas caballerizas, y el compañero canino de García se excitó en un punto en concreto. En ese lugar solo había un suelo de cemento, ningún resto biológico. “El perro no para de marcarme aquí, aquí hay algo”, insistió García, que empezó a picar con otro agente. El animal mostraba tal seguridad, que convenció al resto de agentes y uno de ellos se marchó a hacer unas gestiones. Volvió al poco rato: “Este hombre ha intentado alquilar recientemente una hormigonera”. Fue el dato definitivo para que llevaran al lugar una excavadora. De madrugada, apareció el cuerpo, bajo una capa de hormigón y de escombros a dos metros y medio de profundidad. “El olor se había filtrado”, puntualiza el policía.
No solo trabajan con vísceras, también con cadáveres completos. La agente Cardenal se coloca en la puerta del centro de donación de cadáveres con Benji, un reluciente braco alemán. Empieza de nuevo el ritual. El perro se mueve con pateo firme entre cámaras refrigeradoras llenas de cuerpos, arcones y mesas de disección de mármol, hasta dar con el objetivo. El perro olvida todo lo que le rodea y para él solo existe ese olor. Benji también ladra ansioso, mientras mira a la policía y espera su momento de juego con la pelota azul. “Al principio uno de los escollos fue que a los animales les provocaba rechazo este olor, es algo que tuvimos que ir trabajando”, señala el inspector jefe Salvador.
Hay algunos que rozan el crimen perfecto, otros que ni se acercan. En febrero de 2017, dos socios de un bar de Albacete discutieron en el establecimiento. La pelea escaló hasta que uno de ellos mató al otro. Como en Volver, la película de Pedro Almodóvar, al asesino solo se le ocurrió meter el cadáver en el arcón congelador del bar. Allí estuvo tres días, con los botellines de cerveza que servía a los clientes rodeando el cuerpo, hasta que una noche el homicida lo metió en un coche, lo llevó a una finca familiar y lo quemó. “Bueno, le quemó la piel y después trató de romper lo que quedaba como pudo”, puntualiza el agente García. “Allí los perros marcaron absolutamente todo: el coche, el huerto, una carretilla que había usado, la azada con la que trabajó… Creo que el tipo dijo algo así como que había trabajado mucho para nada”, recuerda el policía.
Para enseñar a los agentes lo difícil que es deshacerse de un cuerpo, en un curso de formación el inspector jefe Salvador una tarde se los llevó a la Casa de Campo para hacer una práctica muy peculiar: cavar una tumba para un cerdo de 70 kilos. “Éramos 25, nos pegamos tres horas turnándonos para hacer una tumba decente a mano. Si a esa tarea le añades que el criminal lo está haciendo sin que le puedan ver, con cierto grado de nerviosismo… Es que no es tan fácil”, afirma Salvador. Alguien que casi lo consiguió fue José Bretón, que mató y quemó a sus hijos en una gran hoguera en su finca. También esta unidad participó en ese angustioso operativo de búsqueda. “Había mucha presión y no había resultados. Ahí tiramos suelos, paredes… Recuerdo que los perros señalaban una carretilla en la que transportó a los niños. Yo estuve recorriendo la vereda de un río. No se podía dejar nada al azar”, rememora el agente García. Este policía tiene algo muy claro: “Los mejores perros son los que han podido ensayar con humanos”.