Vivir frente a un “vertedero” en el centro de Madrid: estruendo, hedor y ratas en Tirso de Molina
Cajas de cartón, muebles, colchones y electrodomésticos se acumulan frente a las viviendas y comercios de la plaza desde hace cinco años y el Ayuntamiento admite que los los contenedores se vacían todos los días al menos seis veces
A las dos de la tarde de un lunes, los contenedores en la plaza de Tirso de Molina están a rebosar. Los vecinos que se acercan a tirar la basura aprietan con fuerza las bolsas que sobresalen de los cubos. Como Roberto Piñeiro, de 28 años, que reconoce estar acostumbrado: “Siempre está llenísimo, pero no te vas a volver a casa con la basura”. Los más perezosos ni lo intentan. Y dejan, sin remordimientos, las bolsas en la acera de este enclave, bautizado por los vecinos como “el vertedero” desde hace cinco años. El apiñamiento de cajas de cartón, muebles, colchones y electrodomésticos no solo pr...
A las dos de la tarde de un lunes, los contenedores en la plaza de Tirso de Molina están a rebosar. Los vecinos que se acercan a tirar la basura aprietan con fuerza las bolsas que sobresalen de los cubos. Como Roberto Piñeiro, de 28 años, que reconoce estar acostumbrado: “Siempre está llenísimo, pero no te vas a volver a casa con la basura”. Los más perezosos ni lo intentan. Y dejan, sin remordimientos, las bolsas en la acera de este enclave, bautizado por los vecinos como “el vertedero” desde hace cinco años. El apiñamiento de cajas de cartón, muebles, colchones y electrodomésticos no solo provoca malos olores y estruendo, también acoge a nuevos visitantes. “Es una faena. Hemos tenido que contratar a una empresa privada para que nos instalara trampas para las ratas”, cuenta resignado Danny Muñoz, de 42 años, trabajador de la panadería situada frente a los contenedores.
El empleado rompe con un cúter las cajas de cartón, una manualidad que realiza a diario para lograr meterlas en el contenedor azul. Muñoz añade que el día más cochambroso es el domingo, por El Rastro. Al observar a una señora que lanza su bolsa de basura en el pavimento, el empleado se queja del incivismo y de los problemas que ocasiona la acumulación de la basura en la puerta de su negocio.
A pesar de las quejas de los ciudadanos, dar solución a este problema no está en los planes del Ayuntamiento de Madrid. “La ubicación que tienen es donde menos estorban. No hay alternativa”, explica una portavoz del Área de Medio Ambiente. A lo que añade: “Esos contenedores se vacían varias veces al día y la limpieza se realiza mínimo seis veces al día, incluso hasta 10″.
En esta plaza, situada en pleno centro de Madrid, hay una veintena de comercios, cinco floristerías, nueve bares, un teatro, un hostal y dos supermercados. Meiri De Jesús, de 58 años, echa la culpa a las tiendas mayoristas de la calle aledaña: “Amontonan todo aquí. Y esto no es nada comparado con otros días”. Con ella coincide Lina Carvajal, que lleva 16 años vendiendo rosas y margaritas. “Hay muchos comercios y en dos horas se llena porque no hay espacio”, explica la trabajadora, que admite haber tenido que desplazarse a otros contenedores para poder tirar los residuos de su mercancía.
A las tres de la tarde, parece que el espacio se recompone al ver llegar a dos operarios de limpieza con un camión. Pero la esperanza dura un suspiro. Aunque recogen la basura acumulada en la acera, no vacían los contenedores. Es el cuento de nunca acabar para el vecino Gonzalo García (60 años, Madrid), que lamenta la suciedad de la plaza: “Es un descuido absoluto”.
No es el único. Hace cinco años que el paisaje cotidiano de los vecinos de la plaza de Tirso de Molina se compone de montañas de basura. Decenas de cartones, bolsas de residuos, colchones, muebles y electrodomésticos se acumulan en este enclave madrileño, frente al portal del número 14. En el segundo piso vive Gonzalo Camarero, de 60 años. “Yo entro a mi casa y hay mierda. Salgo de mi casa y hay mierda”, resume indignado el residente del bloque situado frente a los cinco contenedores de reciclaje.
Los “mamotretos”, como los llama él, se colocaron en 2017, con la anterior alcaldesa, Manuela Carmena. Ese mismo año, el burgalés, afincado en Madrid, abrió una cuenta en Twitter para denunciar en redes las molestias ocasionadas por el vertedero urbano, fruto de su desesperación ante el inmovilismo del Ayuntamiento a sus reclamaciones. “¿A esto lo llaman residuos normales de la actividad diaria?”, se pregunta irónico ante las respuestas del Consistorio. Cinco años después, el nuevo equipo de Gobierno de José Luis Martínez-Almeida tampoco ha solucionado el asunto.
La prueba es una recopilación de fotografías publicadas por el residente desde que se instalaron hasta la fecha. “¿Cómo es posible que estén dando golpes toda una mañana para achatarrar una lavadora, un frigorífico o aparatos de aire acondicionado? ¡Es una vergüenza!”, protesta con vehemencia el vecino, que interrumpe la charla para cerrar la ventana de su balcón por el ruido. Y cuenta que estuvo a punto de abandonar su piso, en el que reside desde hace dos décadas.
El hedor se intensifica en verano
“¡Cataplam!, ¡Cataplum!” Así recrea la banda sonora de su vida cotidiana: “Estoy todo el día oyendo ruidos de las botellas rompiéndose y de los camiones que vienen a vaciar los contenedores”. Además, cuenta que las cucarachas campan a sus anchas y las moscas sobrevuelan las bolsas de basura dispuestas en la acera. Con la llegada del calor que abrasa a Madrid en verano, el hedor se intensifica. “Las personas sin hogar que viven en la plaza aprovechan los contenedores para hacer sus necesidades. Aquí vienen a defecar, a orinar…”, explica resignado.
Aunque los que residen en la plaza madrileña cuentan que los camiones de basura ya pasan de madrugada y por la tarde, aseguran que no es suficiente. ¿Inconsciencia o falta de gestión? Para Manolo Osuna, presidente de la asociación vecinal La Corrala de Lavapiés, es una combinación de ambas: “Los comercios y la gente va dejando las cosas ahí y llega un momento en el que se convierte en un auténtico vertedero”.
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