Cuando un barrio de Vallecas era la novena provincia de Andalucía
Rodolfo Serrano, experiodista y poeta, relata el espíritu de Palomeras Bajas en una novela gráfica que cuenta el nacimiento y las luchas vecinales en el barrio
Rodolfo Serrano (Villamanta, 75 años) se mudó al barrio de Palomeras Bajas, en Vallecas, en los años sesenta. Vivía en la casa de un amigo, en una de las muchas chabolas sin luz ni agua. Tampoco había asfalto. Tanto es así que, cuando llovía, el lodazal de la calles se transformaba en barro, que le llegaba hasta las rodillas. El olor a humedad era una constante que se quedaba durante días en el pelo. Sin embargo, cuando recuerda sus primeros años en Palomeras, Serrano sentencia sin pensárselo mucho: “Bueno, era feliz”. Más de 30 años después de dejar su casa en la calle de Los González, el esc...
Rodolfo Serrano (Villamanta, 75 años) se mudó al barrio de Palomeras Bajas, en Vallecas, en los años sesenta. Vivía en la casa de un amigo, en una de las muchas chabolas sin luz ni agua. Tampoco había asfalto. Tanto es así que, cuando llovía, el lodazal de la calles se transformaba en barro, que le llegaba hasta las rodillas. El olor a humedad era una constante que se quedaba durante días en el pelo. Sin embargo, cuando recuerda sus primeros años en Palomeras, Serrano sentencia sin pensárselo mucho: “Bueno, era feliz”. Más de 30 años después de dejar su casa en la calle de Los González, el escritor vuelve a evocar la vida de toda una generación de madrileños en Vallecas: los años de barro (Hoy es siempre, 2022), una novela gráfica que escribió con el dibujante Román López-Cabrera y que presentarán juntos este miércoles en la sede de la asociación Vallecas Todos Cultura.
“Todo lo que cuento en estas páginas es verdad”, asegura el escritor y poeta, padre del cantautor Ismael Serrano. Recurrió a los recuerdos de amigos y vecinos que llegaron al barrio antes que él para dar forma a los siete capítulos del cómic. El relato empieza en 1958, ocho años después de que Vallecas pasara de ser municipio a convertirse en parte de la capital. “Empezó a llegar mucha gente desde los pueblos de Castilla la Mancha, Extremadura y sobre todo Andalucía, hasta el punto que se decía que el barrio de El Pozo era un provincia más andaluza”, explica.
En la novela, el que pone orden entre los recuerdos es un periodista jubilado. A pesar del parecido con el mismo Serrano ―fue periodista durante más de dos décadas en EL PAÍS, donde escribía crónicas de la Asamblea de Madrid, un edificio que actualmente ocupa el mismo suelo de las antiguas chabolas de Palomeras Bajas― no es nada más que un recurso literario: “Fue idea de Román. Me convenció de que un periodista era un buen personaje para contar esta historia”. La colaboración entre Serrano y López-Cabrera empezó después de que este le enviara Memoria de una guitarra, un homenaje a todos los cantautores perseguidos por la dictadura. “Me encantó y empezamos a mandarnos mensajes por WhatsApp, hasta que un día me preguntó si yo no tenía algo para un cómic”, recuerda Serrano, que se dejó convencer por el entusiasmo del dibujante.
Fue entonces cuando sacó del cajón unos cuentos que había escrito hacía tiempo sobre sus años en Palomeras Bajas. Desde la construcción de las primeras casas bajas hasta el comienzo del movimiento vecinal, pasando por la lucha de las mujeres para conseguir la luz y las represiones franquistas en la que era conocida como la Pequeña Rusia por la cantidad de refugiados políticos que habitaban el barrio.
― ¿Cuándo empezó a escribir?
― Llevo toda mi vida escribiendo la historia de Vallecas.
Una historia colectiva de superación, pero sobre todo un homenaje a los vecinos que lograron transformar Palomeras. Empezando por las mujeres, que con constancia y paciencia iban todos los días al Ayuntamiento de Vallecas para obtener luz en el barrio. Finalmente un día, el que en el cómic se conoce como el “tío Serafín”, empezó a pasar el único urinario de todo el barrio de chabola en chabola. Así lograron las cédulas de habitabilidad, también gracias a una funcionaria que en el barrio aseguraban que “hacía la vista gorda” ante la escena surrealista. “Era una de las historias que más se contaban en esos años”, asegura Serrano, aunque admite no acordarse del verdadero nombre del protagonista de la anécdota.
A pesar de la comicidad de algunos episodios, el experiodista reconoce el estigma que traían consigo los habitantes de Palomeras Bajas cada vez que se desplazaban al centro de Madrid. “Llegabas con los zapatos llenos de barro y la gente te miraba con desprecio”, dice Serrano con un ápice de pena en la voz, antes de recuperar inmediatamente su buen humor al recordar a un amigo que caminaba por el barrio con bolsas de plástico para no ensuciar los zapatos.
Afán de superación
Medio siglo después de los episodios que narra Serrano, aún hay gente en Madrid que vive en chabolas y sin electricidad, como las familias de los sectores 5 y 6 de la Cañada Real que llevan año y medio sin luz. “A nosotros nos salvó el tejido humano que se había formado en las Palomeras. Teníamos mucho afán de superación y voluntad de cambiar el barrio”, afirma el escritor. A Gabriel Rosón, cura obrero que impulsó el movimiento vecinal en Madrid, le dedica uno de los últimos capítulos de la novela gráfica. A sus misas en la parroquia de El Buen Pastor acudía la policía secreta para tomar notas de sus homilías y proceder con posibles denuncias.
La narración se interrumpe en 1968, con el decreto de expropiación para expulsar a todos los vecinos y echar las chabolas abajo. “Empezamos entonces una batalla muy larga, con muchos sinsabores”, a la cual Serrano hace solo una breve alusión en las últimas páginas del cómic. “Hasta ahora he hablado solamente de la prehistoria de la epopeya que fue la lucha vecinal. Aún me queda por contar la parte más bonita y emotiva”. Para esta, los lectores tendrán que esperar al segundo volumen de sus historias vallecanas.
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