Un colegio único en Madrid: donde el claqué se mezcla con las matemáticas
El centro privado Agora International de Villaviciosa de Odón diseña un bachillerato internacional de artes escénicas, pionero en el mundo, capitaneado por los actores Víctor Ullate Roche y Nuria Sánchez en la parte artística
Al oeste de Madrid, en el municipio Villaviciosa de Odón, hay un colegio único donde chavales de 17 años se cambian los zapatos de claqué para subirse a un escenario, actúan, cantan, bailan, escriben guiones o hasta componen las canciones de sus propios espectáculos. Realizan el único Bachillerato Internacional (IB) de artes escénicas que existe no solo en España o en Europa, sino en el mundo, y se preparan así para enfrentarse a un mundo artístico sin perder tiempo en otras ramas más tradicionales como la ciencia o la tecnología cuando tienen claro lo que les gusta y sobre todo lo que se les ...
Al oeste de Madrid, en el municipio Villaviciosa de Odón, hay un colegio único donde chavales de 17 años se cambian los zapatos de claqué para subirse a un escenario, actúan, cantan, bailan, escriben guiones o hasta componen las canciones de sus propios espectáculos. Realizan el único Bachillerato Internacional (IB) de artes escénicas que existe no solo en España o en Europa, sino en el mundo, y se preparan así para enfrentarse a un mundo artístico sin perder tiempo en otras ramas más tradicionales como la ciencia o la tecnología cuando tienen claro lo que les gusta y sobre todo lo que se les da bien. Gerard O’Donnell, el director educativo de Agora International School, este centro privado, laico y bilingüe de 500 alumnos, lo tiene claro: “Faltaba algo así y nosotros lo hemos diseñado a medida”. Fama ya no es solo una serie vintage. Se encuentra en la vida real en medio de una urbanización rodeada de árboles de un municipio de madrileño de 28.000 habitantes.
Lo que pasa dentro de las paredes de este colegio no es especialmente conocido todavía. No ha dado tiempo a mucha publicidad. Los directores del centro, O’Donnell, encargado de la parte pedagógica, y Luis Madrid, de la gestión, lanzaron el primer curso el año de la pandemia con tan solo ocho alumnas. Sabían que era un riesgo. Lo habían analizado, habían diseñado los dos cursos de bachillerato como si fueran uno solo, habían pedido la Organización del Bachillerato Internacional (OBI) que validara la propuesta y lo consiguieron finalmente con un único límite en el horizonte autoimpuesto: que se apuntaran, al menos, cuatro estudiantes. De esa forma iban a perder dinero, admiten, pero podrían continuar el proyecto esperando a que el boca a oreja y las referencias de sus profesores especializados hicieran el resto. Además, realizar un IB abriría las puertas de cualquier universidad del mundo a sus alumnos, pensaron, y eso era un plus que solo traería éxitos. Al final, ocho chicas dieron el paso y prefirieron esta opción a la del bachillerato nacional o la de otro IB en otra rama, que también se ofertan en este centro. La razón para hacerlo no era otra que detrás de esta iniciativa pionera se encontraban dos nombres de peso: Víctor Ullate Roche, actor, cantante y bailarín, y Nuria Sánchez, actriz y cantante, directores de la escuela que lleva por nombre Victor Ullate Roche: Sign and Dance Project.
Él se muestra emocionado ante lo que tienen entre manos. Ella, apasionada. Los dos ya habían dado clases extraescolares en el Agora International pero veían que cuando llegaba la hora de decidir el futuro, adolescentes con potencial artístico terminaban encaminándose hacia un mundo que no les pertenecía. Como le pasó a ella, que empezó la carrera de Económicas por empecinamiento de sus padres y la abandonó a los 19 años, cuando consiguió su primer papel protagonista en el musical Dúo dinámico.
Mientras Ullate y Sánchez desgranan en un despacho del centro los detalles del bachillerato que diseñaron paso a paso junto a O’Donnell, un pianista irlandés que llegó a España hace nueve años que quiere abrir las puertas de sus alumnos al panorama internacional, en una sala contigua ensayan cuatro estudiantes los arreglos que están realizando para sus proyectos.
Por una parte trabajan Zoe Bonafonte y Sara Presilla, ambas de 17 años, la segunda a punto de cumplir los 18. Son de la primera promoción, es decir, de las que tienen el lujo de disfrutar de una clase de ocho alumnos y están preparando una función que estrenarán en el teatro de Villaviciosa de Odón como proyecto final. Se trata de Las sin sombrero, una obra musical escrita, dirigida e interpretada por todas ellas cuya banda sonora les pertenece y que está basada en las mujeres artistas del Siglo de Oro soterradas por la época. “Cuando me enteré de que querían hacer eso dije ‘qué maravilla que quieran esto”, admite Ullate.
En el otro lado de la sala se encuentran Álvaro Rubio y Michelle Bellés, también de 17 años, estudiantes de la segunda promoción, compuesta en esta ocasión por 13 alumnos. Álvaro llegó el verano pasado de Canadá, donde ha vivido casi toda su vida, y dice que pensaba que le iba a costar adaptarse pero que este bachillerato le ha salvado de todo lo malo que se imaginaba. Es compositor de música “pop rara” que ya cuelga en Spotify, toca el piano, la guitarra, un poco la batería y sus profesores dicen que es un chico magistral, “fuera de lo normal”. A su lado se encuentra Michelle, una adolescente que el año pasado estudiaba el Bachillerato Tecnológico en Castellón, donde vive su familia, hasta que vio un directo de Instagram en el que explicaban en qué consistía este proyecto tan novedoso. “Eso es lo que quiero hacer”, pensó. Llevaba años dedicada a la gimnasia rítmica, al baile y la interpretación empezaba a picarle. Así que se buscó una residencia de estudiantes y suplicó a sus padres que la dejaran mudarse a Villaviciosa de Odón, el único sitio de España donde podía continuar el IB que había empezado, pero en la rama que realmente le gustaba, la artística. Su madre, que era su entrenadora, la apoyó. A su padre todavía le cuesta hacerse a la idea. “Dice que no sabe dónde me puede llevar esto...”, sonríe.
Esas son las preguntas que Ullate, Sánchez y O’Donnell sabían que tenían que responder a los padres, preocupados, por lo general, en que sus hijos se labren un futuro en el que de verdad puedan ganarse la vida. Por eso diseñaron un curso en el que los alumnos reciben 11 horas de artes escénicas a la semana (los bachilleratos nacionales de esta rama, que también existen, suelen dar cuatro horas), pero acompañado de otras asignaturas como Lengua, Matemáticas, Conocimiento Crítico, Ciencias Naturales o incluso Gestión Empresarial, para que aprendan cómo se dirige una compañía y lo que significa, por ejemplo, manejarse con las altas y las bajas en la Seguridad Social.
“Vimos la necesidad de crear este bachillerato”, razona Ullate, que dirigió el Centro Superior de Artes Escénicas SCAENA, en manos de su madre, la bailarina Carmen Roche. “Ahí, cuando hacíamos las pruebas de acceso, me daba cuenta de que los chicos que llegaban no tenían formación previa para poder acceder a ese módulo superior”, explica. “En los centros superiores siempre te hacen una prueba y te exigen que tengas que bailar, cantar, tienes que presentar tres canciones, tres pruebas dramáticas, tienes que conocer la literatura española del siglo de oro… y realmente, venían chavales que no tenían la preparación y no les podíamos coger”, razona. Y eso, con el pesar de que muchos tenían una vertiente artística que no habían trabajado suficiente hasta ese momento o que habían trabajado parcialmente. Todo lo contrario a lo que veía en países anglosajones, donde el teatro, la música y las artes escénicas en general copan una importancia fundamental en la preparación de los menores desde que son pequeños.
La importancia sobre este tipo de educación desde la infancia la cuenta Sánchez con un ejemplo que tiene muy fresco. El día anterior había alucinado con un vídeo de un alumno. Se trataba de un niño de 10 años que este curso había llegado nuevo al colegio para cursar quinto de Primaria, donde también habían empezado a implantar esta asignatura. Tímido, introspectivo, reacio a todo, sobre todo a hablar en público, en septiembre empezó a preocupar a los profesores porque se negaba a participar en las clases. Sánchez les había explicado el primer día que su asignatura consistía primero en técnica vocal, “para que aprendan a utilizar su respiración, a apoyar la voz y a transmitir según qué cosas” y, segundo, interpretación, “para desinhibirse y trabajar corporalmente”. “Estamos haciendo un proyecto que se llama Príncipes y princesas que trata de romper estereotipos y les dije que cada uno iba a hacer un personaje. Entonces el niño salió corriendo de clase y se encerró en el baño. Le daba miedo. Pero no solo por la función, le pasaba en general en todas las clases en las que tenía que hablar”, explica la actriz.
Cuatro meses después, Sánchez enseñaba con orgullo cómo el niño se había integrado y había asumido el papel de ayudante del protagonista, con el que se sentía protegido, y no solo había empezado “a crear un personaje” sino que empezaba a disfrutar interactuando con los demás. “Es realmente emocionante”.
745 euros al mes
Hablar en público. Controlar los nervios. Gestionar las emociones. Potenciar la música. La interpretación. La composición. La dirección. El baile. Las artes en general. En los pasillos de este colegio se mezclan alumnos de todas las edades, la mayoría con el uniforme oficial puesto. Dependiendo de a quién se dirijan, lo hacen en inglés o en castellano. No todos ellos disfrutan de una vena artística pero quien quiera encaminarse hacia ese rumbo no se sentirá un bicho raro. En un aula, varias alumnas vestidas de negro hacen música en el suelo con los zapatos de claqué. En otra, los más pequeños cantan sin pudor.
El centro explota al máximo una idea familiar, pues es pequeño, tirando a mediano, y exclusivo, pues los directores insisten, orgullosos, en que solo allí se puede estudiar la rama artística unida a un IB, cuyo mayor reclamo consiste en que los alumnos pueden acceder a cualquier universidad del mundo (siempre y cuando la nota lo permita) y que no están obligados a examinarse de la selectividad. También es verdad que eso se paga. Un alumno de Infantil cuesta a sus padres entre 300 y 500 euros al mes y el precio va aumentando por curso hasta llegar a Bachillerato, que cuesta 745 mensuales. Eso sí, los estudiantes disfrutan de clases con un máximo de 18 compañeros.
Zoe Bonaforte, una de las chicas que ensayaba Las sin sombrero saldrá en marzo en la pequeña pantalla en un serial que no puede revelar. Dice con orgullo que ella, que era “súper tímida”, ha conseguido derribar todos sus miedos gracias a la interpretación. También le seduce la cinematografía, dirigir, escribir y cuando termine Bachillerato no sabe si irse a Gran Bretaña a estudiar, como tenía pensado, o quedarse a explorar las puertas que ya se le empiezan a abrir. Tiene talento para hacer lo quiera, insiste Ullate. Su trabajo consiste en eso. Y hay cantera.
“Es muy exigente. No todos los alumnos pueden hacerlo”
El director pedagógico de Agora International School, Gerard O’Donnell, insiste una y otra vez en la ventaja de impartir el Bachillerato Internacional (IB). Por una parte, les ha permitido tener flexibilidad para diseñar un curso bianual tal y como ellos consideran. Y por otra, pueden indagar en una metodología volcada en la práctica y en exprimir el talento personal de cada alumno. Aun así, para poder impartir un IB los centros tienen que cumplir unas normas impuestas por la Organización del Bachillerato Internacional (IBO) que da cierta libertad para conformar el currículo, aunque impone que se cursen seis materias troncales: la lengua materna, un idioma extranjero, Matemáticas, una de Humanidades, una de ciencias experimentales y otra a elegir entre Arte, una segunda lengua extranjera o una asignatura adicional de ciencias o humanidades. “Es muy exigente. No todos los alumnos pueden hacerlo”, admite el rector.
En toda la Comunidad de Madrid hay 28 centros que imparten un IB, ocho de ellos son públicos, siete concertados y 13 privados. Dos institutos públicos más han iniciado las peticiones para su implantación, “por lo que pronto serán diez”, dice un portavoz de la Consejería de Educación. En España hay 106 centros y en todo el mundo 5.400 repartidos en 158 países.
Esta educación, en todo caso, cada vez tiene más adeptos. El curso pasado se graduaron en España 3.827 alumnos, frente a los 2.611 de 2016 (37.161 desde 1990).
Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.