El homenaje a una joven poeta que sufrió un cáncer terminal
El dramaturgo Eusebio Calonge se inspira en la historia real de la paciente tras recibir una carta escrita por su madre en ‘Convertiste mi luto en danza’
En la oscuridad de la sala se vislumbra un tobogán de metal, iluminado por un foco de luz blanca. Las protagonistas entran en escena bajando por las escaleras. El chirrido de un viejo columpio interrumpe la música tenebrosa que inunda el anfiteatro del Teatro Fernán Gómez, donde la austera ornamentación recuerda las vistas de la habitación del hospital en la que María Pisador estaba ingresada. La obra Convertiste mi luto en danza rinde homenaje a esta joven que sufrió un cáncer terminal. El texto del dramaturgo Eusebio Calonge se inspira en la historia real de la paciente tras recibir u...
En la oscuridad de la sala se vislumbra un tobogán de metal, iluminado por un foco de luz blanca. Las protagonistas entran en escena bajando por las escaleras. El chirrido de un viejo columpio interrumpe la música tenebrosa que inunda el anfiteatro del Teatro Fernán Gómez, donde la austera ornamentación recuerda las vistas de la habitación del hospital en la que María Pisador estaba ingresada. La obra Convertiste mi luto en danza rinde homenaje a esta joven que sufrió un cáncer terminal. El texto del dramaturgo Eusebio Calonge se inspira en la historia real de la paciente tras recibir una carta escrita por su madre. “Todo está igual como lo dejó, como si acabara de irse”, dice ella mientras imagina a su hija con su diario entre las manos.
Hace una década, le llegó un mensaje que comenzaba así: “Por favor, lee hasta el final”. Una madre contaba los últimos días de su hija en el hospital. María era una joven poeta que pidió a los médicos que la llevaran a ver a la compañía La Zaranda cuando ya tenía una fecha cercana a su muerte. Tal y como explica su madre en la carta, la joven se desplazó en ambulancia del hospital de Pamplona hasta el Teatro Principal de San Sebastián. “Hasta en los peores momentos siempre hay algo por lo que mantener la esperanza”, relataba la protagonista.
El dramaturgo decidió contestar a la chica sobre el escenario: “Cuando uno recibe una carta así siente una conmoción muy grande”. La madre le envió también un libro con sus poemas. Sus palabras fueron la génesis de la historia de una artista que lucha contra la muerte y expone su sentido de la belleza. “Es un motivo para mirar más allá de ese horizonte tan oscuro y sórdido”, señala el escritor de un canto a la fe que defiende que la muerte no tiene la última palabra. Por encima de ella, están el arte y la belleza.
“Su última voluntad de vida fue venir a vernos”, cuenta su director, Paco de la Zaranda. La obra supone una ventana a la realidad de la joven de 30 años que dejó su legado por escrito. “Eusebio me presentó un texto demoledor, pero intenté darle la vuelta para que no fuera algo trágico. Es una liberación de todas esas palabras malditas que conllevan la propia enfermedad”, explica el creador.
Este poema escénico se basa en un diálogo entre dos mujeres que reciben un diagnóstico inesperado y ven sus vidas interrumpidas por la enfermedad. La conversación entre ellas diluye los límites de la esperanza y la desolación. La joven, interpretada por Ingrid Magrinyá, decide escribir sus memorias en una novela. “Carcinoma, metástasis y quimioterapia”, repite desconsolada sentada en el borde de una camilla.
Junto al personaje que ha creado en su mente, la chica rememora las pequeñas cosas que la hacen feliz: una casa con cuadros familiares, los besos, las risas, los paisajes y la danza. Los sentimientos de angustia, desesperación y tristeza se entremezclan con la búsqueda de la alegría a través de elementos cotidianos. La joven siente rabia y rencor hacia la vida, pero se sumerge en la música y el baile para evadirse de la realidad. “Me gustaría dejar de pensar en la enfermedad y en la muerte todo el tiempo”, lamenta.
Su compañera, Marta, se encuentra sola. Su único hijo no puede ir a visitarla porque tiene mucho trabajo. “Mi hijo nunca tiene tiempo para nada. Tiene toda la vida por delante”, justifica ella apenada. Las dos coinciden en la sala de quimioterapia, entre mareos y náuseas, donde entablan una conversación en la que comparten reflexiones sobre el curso del tiempo mientras miran por la ventana de la lúgubre sala. Sesión tras sesión, se convierten en confidentes en los mismos sillones junto a los mismos goteros durante meses. “Un día inventarán algo para esto que nos mata”, le dice la mujer a la joven, que busca la esperanza en el milagro. Su amiga intenta animarla: “Es una alegría estar”.
La madre de María regresa al escenario. Ella intenta parecer optimista antes de visitar a su hija en el hospital. El chirrido del viejo columpio vuelve a sonar. Pero, esta vez, la protagonista sube las escaleras del tobogán sobre el foco de luz blanca: “El hilo de la vida se corta, pero su voz la hace existir”. Este relato, con Inma Nieto como narradora, cuenta la historia de muchos que como la protagonista sostuvieron una dura batalla contra el cáncer. La elegía escénica transforma un testimonio en poesía a través del teatro de cámara de la compañía La Extinta Poética que radica en el último aliento de la joven María.
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