El Rey pilla el bus

Cada vez que se trata de mezclar la monarquía con la cotidianidad algo rechina

Felipe VI y la reina Letizia, bajan de un autobús municipal de Madrid, el 15 de noviembre de 2022.Francisco Gomez (Getty Images)

Montaron a los Reyes de España en un autobús urbano. Pillaron el 001 en Cibeles, dirección Atocha, para bajarse en Carabanchel. Se trataba de celebrar el 75 aniversario de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), con sede en aquel barrio, y, de paso, dar muestra de su proverbial campechanía. No coló, sino todo lo contrario.

El transporte público es ese lugar donde cada mañana cobramos conciencia de masa informe, de nuestra vulgaridad e insignificancia, mientras somos conducidos al c...

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Montaron a los Reyes de España en un autobús urbano. Pillaron el 001 en Cibeles, dirección Atocha, para bajarse en Carabanchel. Se trataba de celebrar el 75 aniversario de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), con sede en aquel barrio, y, de paso, dar muestra de su proverbial campechanía. No coló, sino todo lo contrario.

El transporte público es ese lugar donde cada mañana cobramos conciencia de masa informe, de nuestra vulgaridad e insignificancia, mientras somos conducidos al curro como puercos al matadero. La monarquía es algo tan alejado de la vida normal y corriente que cada vez que se intenta encuadrar en lo cotidiano, ya sea en el transporte público o comiendo sopa, la cosa rechina.

Los miembros de la Familia Real se nos presentan como semidioses, aunque su legitimidad ya no emane de lo divino sino del pack constitucional. Sabemos qué pinta tienen, pero no sabemos cómo son en realidad. Interpretamos sus mensajes para arrancar el verdadero significado, como en el oráculo de Delfos. Les vemos visitar fábricas de embutidos, pero no sabemos lo que piensan. Sus maneras son amables, pero lejanas y robóticas. Parecen majos, pero ¿realmente lo son? ¿Tienen sentido del humor? ¿Les gusta emborracharse? ¿Son de centroizquierda o de centroderecha?

Desde sectores republicanos se ha acusado en ocasiones a los reyes de vivir como lo que son, o sea, reyes, y de no dar palo al agua. No lo comparto. Supongo que hubo un tiempo en que ser monarca estaba lleno de ventajas: mandabas de verdad, te pegabas la vidorra mientras alrededor el pueblo sobrevivía en la pobreza y la ignorancia, te embarcabas en guerras, exploraciones y conquistas. Algunas cortes eran puro desfase. Al final, eso sí, podían cortarte la cabeza.

Ahora es todo menos bombástico, y la agenda real, como nos enseña el programa Audiencia abierta, en La 2, es una infinita sucesión de reuniones con colectivos variopintos y actos plúmbeos. Hay que dar la mano y sonreír a muchas personas, saber mantener conversaciones cortas e irrelevantes, ser continuo objeto del hambre de las cámaras. Las señoras te jalean al llegar a la capital de provincia. Otras veces los chavales te pitan y abuchean.

La Teoría del Republicanismo Compasivo (TRC), inventada aquí mismo, propone la Tercera República Española como forma de liberación de la familia Borbón, que lleva siglos pringando con la maldición de la corona. En tiempos de fuerte reivindicación de la libertad individual, el Reino de España mantiene a una familia en una burbuja existencial prediseñada —se producen, además, fenómenos un tanto incomprensibles, como el extraño caso de los liberales que también son monárquicos. Nadie, por nacer donde nació, debería cargar con esas responsabilidades, ni la Familia Real, ni Paquirrín. En la República por venir los descendientes de estos monarcas podrán tomar el transporte público con total despreocupación, inidentificables, fundidos para siempre con el pueblo español en un inmenso acto de amor.

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