Una casa en las afueras para Morgan

El cuarteto madrileño se recluye durante seis meses en la sierra para escribir su LP más minucioso y superar la marcha de uno de sus miembros

El cuarteto Morgan presenta su tercer álbum en mítica Sala El Sol, en Madrid.Aitor Sol

“¿Que si somos unos jipis modernos? ¡Diría que ni modernos ni jipis!”. La ocurrencia surge de labios de David Schulthess, el hirsuto y rubicundo teclista de Morgan, y obtiene de inmediato el refrendo de sus compañeros en forma de carcajada. Algo es algo, a la hora de las definiciones: determinar al menos lo que no somos.

La conversación transcurre en círculo, pero aquí no hay, en efecto, hogueras ni noches estrelladas, sino solo uno de los viejos sofás corridos de eskai ...

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“¿Que si somos unos jipis modernos? ¡Diría que ni modernos ni jipis!”. La ocurrencia surge de labios de David Schulthess, el hirsuto y rubicundo teclista de Morgan, y obtiene de inmediato el refrendo de sus compañeros en forma de carcajada. Algo es algo, a la hora de las definiciones: determinar al menos lo que no somos.

La conversación transcurre en círculo, pero aquí no hay, en efecto, hogueras ni noches estrelladas, sino solo uno de los viejos sofás corridos de eskai en la mítica Sala El Sol. Schulthess y sus correligionarios — el guitarrista Paco López, el batería Ekain Elorza y, evidentemente, la cantante Nina de Juan — se disponían este miércoles a interpretar por vez primera en público, del tirón y ante una audiencia restringida solo a invitados, los 10 cortes que han acabado dando forma a su anheladísimo tercer álbum, The river & the stone. Y lo del jipismo proviene de la singular fórmula de elaboración escogida para esta entrega, que no se fraguó a fuego lento sino casi, casi al baño maría.

Todo venía sucediendo muy deprisa en la historia de Morgan, una banda en teoría de escaso recorrido comercial (música cadenciosa, impregnada de sonoridades yanquis y con letras casi siempre en inglés) que desde los últimos compases de 2015 prendió entre el público madrileño y peninsular con la fuerza y el vigor instantáneos de los mejores flechazos. Arrasaron con un debut encantador, North (2016), que crecía en los directos gracias a la voz abrasiva de Nina y la excelencia instrumental de sus socios. Escribieron casi de seguido su prolongación, Air (2018), aprovechando para componer entre semana mientras continuaban devorando escenarios y kilómetros cada viernes y sábado. Y habían pensado en un 2020 más sosegado, con tiempo para “descansar, poner los pies en la tierra y coger impulso”, cuando… pasó lo que pasó.

“El grupo nos ha salvado el pellejo durante los peores momentos”, se sincera Ekain, el batería. “No podíamos hacer otra cosa que adelantar trabajo, así que optamos por plantearnos un objetivo, una ocupación. Y seguramente eso nos ahorró muchos momentos de angustia”. A lo largo de seis meses completos, la banda se alquiló una casita de campo en Venturada (60 kilómetros al norte de la capital) con el único objetivo de convivir, tocar cientos de horas juntos, escribir en cualquier momento del día. Madurar cualquier idea, por muy disparatada que pareciese al principio. E intentar que permaneciese en la banda su quinto integrante original, el bajista Alejandro Ovejero, el gran ausente en toda esta historia. Y el más añorado: los cuatro le adoraban y aún rememoran “con gran dolor” el momento en que Ove les anunció que debían separar sus caminos.

Trabajo con abejas

Cualquier aficionado tendrá en mente su figura espigada, los ricillos casi pelirrojos, el sonido sólido y preciso. Pero casi nadie sabía que la gran ocupación y preocupación de Ovejero no estaba en las cuatro cuerdas del bajo, sino en Amor y Miel, la empresa familiar de apicultura que regenta. “Él nos insistía en que no le daba a tiempo a todo”, admite Paco López, “pero no nos lo acabábamos de creer. Tiene una finca apícola en Soto del Real y escogimos la casa en Venturada solo porque le pillase cerca, para ponérselo fácil. Queríamos mantenerle con nosotros a toda costa, pero no ha podido ser”. Quedan para siempre en la memoria, además de muchas horas de furgoneta y andanzas compartidas, docenas de conversaciones insólitas sobre el mundo de las abejas. “No teníamos ni la más remota idea de insectos y han resultado ser fascinantes. El equilibrio del ecosistema depende de ellas en una buena parte”, se asombra López.

Superado el soponcio, llegó el momento de irle dando la bienvenida a esas nuevas canciones que iban asomando la cabeza. En Morgan son conscientes de que les ha quedado un disco más minucioso y denso, meditado en cada detalle, urdido con un mimo que habría resultado impensable en el ajetreo prepandémico de la gran ciudad. “No nos hemos vuelto locos ni nos hemos complicado la vida más de lo necesario”, aclara Ekain, “pero The river… encierra muchos más matices, obliga a afinar la oreja”. Algunos temas eran lo bastante enrevesados como para no superar el corte definitivo, pero se quedan en la recámara. “Cuando te avienes a arriesgar y no tenerle miedo a tus propios errores acaban surgiendo cosas inesperadas. Y aunque no hayan cuajado aún del todo”, admiten, “pueden materializarse dentro de unos años”.

¿Sirven los encierros creativos para hacer piña o solo propician los roces y las suspicacias? ¿Merece aún la pena ejercer de eremitas en el mundo del rock, a la manera de los venerados The Band, lugartenientes de Bob Dylan, en su retiro del mundanal ruido para dar forma al histórico Music from big pink(1968)? Paco, David, Ekain y Nina se dicen “reforzados en la admiración recíproca”, aunque la cantante reconoce que una convivencia de tal intensidad ha significado un reto inédito para su acentuado sentido de la autocrítica. Y hay una canción especialmente robusta y poderosa, Who do you think you are, que lo refleja muy bien. “Eso de ‘Quién te crees que eres’ parece que va a consistir en una crítica social, pero me lo dedico sobre todo a mí misma”, confiesa la vocalista. “Me importa demasiado todo lo que me traigo entre manos, qué le vamos a hacer”.

A la diestra del círculo, a Schulthess le corresponde esbozar la sonrisa de la indulgencia. “Nina no relativiza casi nunca”, explica, “y acaba haciéndose daño. Es un carácter cansado para el que lo tiene, pero la convierte en una persona estupenda”. Y De Juan, que acaba de saltar el listón psicológico de los treinta años, promete aprender de la experiencia, de este confinamiento por una vez deseado y provechoso.

“Incluso hay una canción de las 10 que no me convence”, revela por sorpresa antes de desaparecer hacia los camerinos de El Sol. “No la habría incluido en ningún caso, pero contaba con el visto bueno de la mayoría y ahora debo aprender a convivir con ella. Nunca diré cuál es. Prefiero que la relación entre ella y yo fluya sin que nadie se dé cuenta”. Después de seis meses de cohabitación estrecha en una casa en las afueras con sus tres compañeros, a Nina le espera ahora una íntima y extensa convivencia interior con sus propios versos.

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