Martínez-Almeida y la ‘presidentorexia’

El alcalde habla de tantas cosas que nada tienen que ver con la capital que se diría que le interesa muchísimo más Moncloa que el Ayuntamiento y el poder que la política

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, durante la festividad de San Juan, patrón de la Policía Municipal, en el parque del Retiro junto a la reina Letizia, el pasado 24 de junio.getty
Madrid -

Para quien sienta una mínima vocación política hacerse con las llaves de una ciudad es una oportunidad laboral única. No creo que sea ninguna tontería esto que digo, dado que política, ya saben, viene de polis y polis no son solo esos señores que bajan de lecheras con escudos, porras y muy mal humor. Polis, raíz etimológica de la actividad humana que rige los destinos colectivos, es sobre todo la denominación con la que se conocía a los núcleos urbanos griegos que funcionaban como estados. Ahí está el ejemplo de P...

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Para quien sienta una mínima vocación política hacerse con las llaves de una ciudad es una oportunidad laboral única. No creo que sea ninguna tontería esto que digo, dado que política, ya saben, viene de polis y polis no son solo esos señores que bajan de lecheras con escudos, porras y muy mal humor. Polis, raíz etimológica de la actividad humana que rige los destinos colectivos, es sobre todo la denominación con la que se conocía a los núcleos urbanos griegos que funcionaban como estados. Ahí está el ejemplo de Paco Vázquez, quien empezó como alcalde de A Coruña y acabó siendo embajador en la Ciudad Estado por excelencia, el Vaticano.

Él se alió con Bofill para hacer un Palacio de la Ópera con proporciones propias de Londres, con Arata Isozaki para hacer la Domus, un museo gigantesco que pretendía resumir la historia de la humanidad, y con maestros vidrieros holandeses para construir el Millennium, una torre de cristal de miles de colores que intentaba competir con la Torre de Hércules. Tan conscientes son algunos regidores de que en realidad gobiernan un país en miniatura que muchos se caligulizan y empiezan a tener delirios de grandeza —que frecuentemente se traducen en obras públicas faraónicas—, sobre todo cuando saben que ese territorio es lo máximo a lo que podrán aspirar.

Piensen en Abel Caballero, ¿quién iba a decir que ese gris ministro de Transportes sucumbiría al veneno del populismo y convertiría Vigo en la segunda ciudad de las luces de Europa? Son muchos los alcaldes que se toman muy en serio la gestión de la vida municipal porque saben que sus decisiones afectan a millones de personas, lo que significa, al cabo, que si han sido capaces de gestionar una ciudad, después estarán preparados para gobernar cualquier cosa, incluso un país.

Miren el caso de Anne Hidalgo, la mujer que ha previsto invertir 350 millones de euros en construir carriles bici en París y que está haciendo temblar a Macron con su idea de presentarse al Eliseo. A algunos alcaldes, sin embargo, no les interesa el municipalismo, ni la vida de los barrios (de cuya historia y costumbres desconocen todo), ni resolver los problemas reales de sus vecinos —esas personas tan molestas que a veces se agrupan en asociaciones de vecinos para pedir cosas, los muy pelmas—; y a pesar de todo continúan en su puesto porque el paso por el Ayuntamiento es indispensable para alcanzar cotas más altas de poder.

Ellos llegan a los consistorios como algunos constructores a los clubes de fútbol: los deseos de la afición son totalmente secundarios. José Luis Martínez-Almeida habla de tantas y tan variadas cosas que nada tienen que ver con Madrid que a veces se diría que le interesa muchísimo más La Moncloa que el Ayuntamiento y el poder que la política. Si no le llega con ser alcalde que lo diga: no hay nada más desagradable que no estar a gusto en el trabajo.

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