Un atropello, unas copas de más...“Este agosto ha habido un 20% menos de emergencias en Madrid”
El volumen de intervenciones de la capital también habla de los efectos de la pandemia: la caída del turismo, del tráfico y del ocio nocturno han disminuido el número de intervenciones
Último viernes de agosto en Madrid. La pandemia también ha cambiado las cosas para el servicio de Emergencias. A menos tráfico, menos accidentes; a menos turistas, menos incidentes; a menos ocio nocturno, menos comas etílicos. Este último viernes de agosto se ha resuelto con 391 avisos, un poco más que el mismo día del año pasado (359), pero casi 100 menos que en la normalidad de 2019 (455). Aun así, no es verdad que agosto sea el mes en el que nunca pasa nada.
A las 3.48 de la madrugada un estruendo desgarra la tranquilidad de una de las últimas noches del mes en la capital. Un...
Último viernes de agosto en Madrid. La pandemia también ha cambiado las cosas para el servicio de Emergencias. A menos tráfico, menos accidentes; a menos turistas, menos incidentes; a menos ocio nocturno, menos comas etílicos. Este último viernes de agosto se ha resuelto con 391 avisos, un poco más que el mismo día del año pasado (359), pero casi 100 menos que en la normalidad de 2019 (455). Aun así, no es verdad que agosto sea el mes en el que nunca pasa nada.
A las 3.48 de la madrugada un estruendo desgarra la tranquilidad de una de las últimas noches del mes en la capital. Un coche arrolla a un hombre de 33 años al lado de la fuente de Cibeles. Justo después acelera y escapa del lugar. En otro lado de la ciudad, Javier Quiroga, enfermero del Samur, recibe una llamada.
―Ha habido un atropello. Ha sido muy grave
El sanitario pasa de 0 a 100 en cuestión de segundos. Se levanta de la cama, empieza a unir en su cabeza las piezas del puzle de una intervención así, pregunta por el equipo desplegado, moviliza más efectivos y sale hacia el lugar. En menos de seis minutos la víctima está rodeada de una docena de profesionales de emergencias, las luces azules de la policía municipal tiñen el escenario y algunos testigos del atropello y otros que pasaban por ahí miran desde una cierta distancia el despliegue.
Tres enfermeros, dos médicos, ocho técnicos, dos ambulancias y un psicólogo. “A los primeros 60 minutos los llamamos la hora de oro. Tenemos poco tiempo para hacer muchas cosas y tenemos que llevarlo al hospital habiendo arañado todos los minutos posibles para salvar su vida”, explica horas después de este servicio, recién salido de su guardia. La voz de este sanitario de 62 años, con más de cuatro décadas de profesión en sus manos, no suena, ni de lejos, cansada. “Nosotros no podemos ser de esos que necesitan cuatro cafés y tres duchas para despejarse”, sentencia.
“Todavía se nota la pandemia, hay menos coches y hay menos turistas. Normalmente cada agosto nuestra actividad se reduce un 8% con respecto a otros meses, este año ha sido de un 20%”, estima Quiroga. Madrid recibió en julio a 402.388 viajeros, un 52% menos que el mismo mes de 2019, antes de que el coronavirus paralizara el mundo.
En agosto, el mes en el que nunca pasa nada en Madrid, sí que suceden cosas. La mañana había comenzado con una amenaza de suicidio por parte de una mujer vecina de la zona del Bernabéu. Un juez había dictaminado su ingreso en un centro psiquiátrico y ella se resistía. A las 9.20, los bomberos despliegan una vistosa colchoneta bajo su ventana y con una escalera acceden a su balcón. “Todo acabó bien y la mujer accedió a salir de la casa y que la internaran”, detalla el enfermero. Desde 2003, el Samur cuenta con un equipo psicólogos que también hace guardias de 24 horas.
Muchos eligen estos últimos días antes de septiembre para readaptarse a la realidad. Aun así todo sigue a medio gas, incluido el tráfico. Según datos del Ayuntamiento, la intensidad del tráfico esta última semana de agosto ha sido un 19% menor que el mismo periodo de 2019. Esto se refleja en la disminución de accidentes. A las 17.45 un coche arde a causa de una avería en la carretera de Boadilla del Monte. Una gran columna de humo sale del fuego generado en la parte delantera de la furgoneta blanca.
Junto a Quiroga está José Luis Legido, 48 años y la mitad de su vida como bombero. Ambos han compartido cientos de intervenciones en estas décadas. Las llamadas a las que acuden y el modo de desplegarse también hablan de la metamorfosis de una ciudad. “Las intervenciones en carretera han cambiado mucho con los años, ahora los coches son mejores y las infraestructuras también dan más seguridad”, explica el bombero. “Por la noche, igual”, secunda el sanitario, “hace 20 años era normal acudir a siete u ocho rescates, ahora no. La gente se ha concienciado mucho de que si van cinco en un coche, uno se queda sin beber”. Los dos rememoran que hace años incluso les acompañaban los cirujanos militares porque para ellos este tipo de intervenciones eran “lo más parecido a una guerra” que podían encontrar cerca.
Unas horas antes del atropello en Cibeles, a las 23.09 a unos metros de allí, en Gran Vía, los teléfonos habían sonado para informar de un hombre incosciente. Una de esas intervenciones que los profesionales de emergencias califican como “sencillas” pero que para los afectados representan una enorme ayuda. Un hombre con camiseta color bermellón y pantalones corto claros está tumbado en un banco sobre una bolsa con sus cosas. “Nos dijo que había bebido alguna cerveza de más y que si llamábamos a su mujer se la iba a liar tremenda”, cuenta el sanitario. Tras unos minutos de charla, cuando ven que el hombre se encuentra mejor acaban metiendole en un taxi. “Muchas veces, nuestro trabajo es simplemente ese, estar ahí acompañándoles un rato, incluso estar haciendo un poco de psicólogos”, señala Quiroga.
La reducción del ocio nocturno también se nota en la hoja de servicios. “Un viernes por la noche con las discotecas abiertas puede haber unas 80 o 90 intervenciones más, por problemas con tóxicos, alguna reyerta...”, apunta Quiroga. Una hora antes del hombre de Gran Vía, el Samur recoge a una mujer indigente de la calle con una intoxicación por drogas que había pasado además mucho tiempo al sol. “En el hospital de La Princesa ya la la habían atendido varias veces, por desgracia algunos se convierten ya en viejos conocidos”, se lamenta.
La guardia transcurre entre intervenciones “típicas de los meses de verano”, define Legido, como entrar en casas en las que un anciano ha olvidado avisar de que se marchaba de la ciudad y no responde al servicio de teleasistencia y otras en las que los vecinos detectan mal olor porque los inquilinos se han dejado la nevera abierta en un descuido antes de salir de la ciudad. Los bomberos acudieron entre la mañana del viernes a la del sábado a 18 incendios, seis de ellos en zonas de pasto.
Ambos han vivido muchas situaciones traumáticas juntos. El sanitario aún vivió estragos de la heroína y el bombero revive sus peores recuerdos: los de los efectos provocados por los atentados de ETA. “Yo siempre digo que la población es fascinante, no solo te avisan sino que no se mueven del sitio hasta que llegas. Son ellos los que primero actúan ante casos como un parada cardiorrespiratoria con nuestras indicaciones. A mí me sigue pareciendo increíble que consigamos salvar la vida a una persona que está literalmente a cuatro minutos de morirse”, apunta el sanitario. “Entre la pandemia y Filomena, ha sido un año en el que sabíamos que no podíamos fallar, y aún nos vamos a tener que seguir formando, porque con el cambio climático vamos a ver más fenómenos así”, augura Legido.
El bombero se disculpa, tiene que marcharse porque su guardia continúa. Al enfermero le toca descansar un poco, hasta que vuelva a sonar el teléfono y su cerebro se active en milésimas de segundo.
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