El neón rosa vuelve a iluminar la noche en la Galileo
La mítica sala de conciertos reabre tras un atronador silencio de 15 meses y confía en recobrar velocidad a la vuelta del verano
A Pedro Gil se le ha hecho tan, pero tan larga la pandemia que este viernes no había manera de convencerle de que el confinamiento empezó en 2020 y no en 2019, como él insistía. “Esto ha sido tan duro y le hemos dado tantas vueltas a la cabeza que ya no sé ni en qué año vivo”, concede entre suspiros tras asumir el trastoque mental con las fechas. Le ha llevado cinco minutos largos convencerse.
Gil, salmantino de 62 años, es uno de los tres camareros de la Galileo Galilei que participaba en la reapertura de la sala, 15 meses menos una semana después de que nuestras vidas y agendas saltar...
A Pedro Gil se le ha hecho tan, pero tan larga la pandemia que este viernes no había manera de convencerle de que el confinamiento empezó en 2020 y no en 2019, como él insistía. “Esto ha sido tan duro y le hemos dado tantas vueltas a la cabeza que ya no sé ni en qué año vivo”, concede entre suspiros tras asumir el trastoque mental con las fechas. Le ha llevado cinco minutos largos convencerse.
Gil, salmantino de 62 años, es uno de los tres camareros de la Galileo Galilei que participaba en la reapertura de la sala, 15 meses menos una semana después de que nuestras vidas y agendas saltaran por los aires. Y se confesaba “aliviado y con mucha emoción” de regresar al tajo. La misma que formula el sanabrés Josito Seijas, otro histórico del local, con más de 30 años de servicio entre las mesas. “¿Te puedes creer que me noto aún torpe y que la bandeja me pesa como nunca?”, se asombraba tras repartir las primeras cervezas de la noche –y los míticos panchitos y galletitas saladas, adictivos e imprescindibles– entre la clientela.
La Galileo ya no es tanto un local como un templo, uno de los tres o cuatro máximos referentes artísticos y sentimentales de la música en directo en la capital. Y ha demorado este retorno porque su dueño, Ángel Viejo (León, 70 años), hombre prudente y cabal, quería ofrecer las máximas garantías a los aficionados y a su propio personal, una decena de trabajadores que no bajan de las 60 primaveras. “He estado muy preocupado por la salud de mi gente, la verdad. Y por la viabilidad de la sala, evidentemente. Esto no ha sido una crisis, sino un estropicio”. Toma aire antes de confesar que nunca lo ha visto todo tan crudo, ni siquiera en las aparatosas crisis de 1993 y 2008. “Si el local no fuera en propiedad, ahora mismo estaríamos en bancarrota. El Ayuntamiento ha intentado echar un cable con una pequeña subvención, es verdad, pero solo el impuesto de bienes inmuebles y el de basuras triplican esa cantidad. Si no fuera porque mi socio y yo, muy precavidos, decidimos a principios de 2020 no repartir beneficios, por si acaso…”.
A Viejo se le quiebra la voz al referirse a Germán Pérez, su alma gemela durante 40 años en Galileo y en la Clamores, fallecido el pasado 1 de febrero. Imposible que su nombre no aflore en todas las conversaciones en una noche tan peculiar e histórica, la de este 4 de junio en que el icónico neón rosa con el nombre de la sala vuelve a alumbrar el escenario tras un silencio sin precedentes. Tanto como para sumir a Ángel, que creía haberlo vivido todo, en un “nerviosismo desconocido”. El mismo que una planta más arriba atenaza a una chavala zaragozana que se hace llamar Eva McBel y que, por edad, bien podría ser su hija. Y hasta su nieta.
Eva es maña, tiene 21 años y desde hace casi tres es vecina del barrio de La Latina. Acertó a pasar por Madrid en julio de 2018, se plantificó en una noche de micros abiertos en la sala Búho Real y la sensación de pisar un escenario la sacudió con tanta virulencia que a la vuelta del verano ya se había mudado a la ciudad. “Dejé la carrera de Trabajo Social, que me encantaba, para apostarlo todo a la carta de la música. Quiero apurar hasta la última de mis posibilidades, así que decidí aplicar una de las enseñanzas más insistentes que me transmite mi abuela María Pilar: si quieres peces, mójate el culo”.
La casualidad ha querido que ella sea la primera en actuar en el número 100 de la calle Galileo desde aquel ya sombrío 12 de marzo de 2020. La autora del EP Some kind of portrait solo había cantado aquí en un par de fugaces ocasiones, como colaboradora de la cantante gallega Yoly Saa y dentro de un pequeño festival de cantautores noveles. Pero lo de esta noche ya va en serio. “Espero que no solo se recuerde este día por la reapertura de un lugar mitiquísimo, sino un poco también por mi actuación”, anota a modo de confidencia en los camerinos. Escasos minutos después, se ha transformado en protagonista volcánica y arrolladora al frente de una banda de cuatro músicos, una ocasional sección de metales y colaboradores como Erin Memento y Jamie Salem. Exhibe una voz grave y poderosa, como Tanita Tikaram o nuestra Alice Wonder. La generación Z en plena efervescencia.
La noche va caldeándose y remite a tantas otras que sentíamos ya remotas, inaprensibles. La barra permanece sin actividad y hay mesas invalidadas para contribuir a mantener las distancias. De las 510 personas que contempla el aforo del local solo hay sitio, por ahora, para 150: un exiguo 30 por ciento. Pero Eva, que alterna inglés y castellano, canta endemoniadamente bien. Tiene tan preparado el bolo que hasta ha dejado unos códigos QR por las mesas para que los espectadores puedan descargarse un folleto con todas sus letras y significados. No te olvides, por ejemplo, es una especie de nana que le dedica a Olga, su madre, que se ha bajado ex profeso desde Zaragoza para no perderse detalle.
Puede que sea la menos joven de toda la pista. Bien cerca de ella, esa fabulosa carabanchelera de pendientes enormes y extraterrestes ojos glaucos que responde al nombre de Ede, la más reciente incorporación al grupo de Xoel López, se deja el alma en cada ovación. “Eva y yo somos muy amigas. Ella es muy brillante y hoy era la oportunidad de que todos los que la queremos viniésemos a darlo todo”, resume.
Al filo de las once, todo son conversaciones alegres y sonrisas, casi siempre más intuidas que constatadas. A Ángel Viejo se le han pasado esos nervios casi de opositor y parlotea animadamente con su encargado, Domingo Prieto, otro histórico de la música en vivo en Madrid. “Igual para septiembre u octubre todo esto ya está medio normal”, se conjuran. Y Eva McBel, eufórica, promete que antes de acostarse llamará a la abuela Pilar, 83 años y nacida en el número 6 de la plaza del Pilar, para decirle que todo ha ido bien. Con el culo mojado, claro, pero con unos cuantos peces más para alimentar el gran sueño de su vida.
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