El sitio donde vivimos

La verdadera patria es el afecto, y va por dentro. El exilio no es abandonar el lugar en el que has nacido, sino que te separen de los tuyos

David Beriain, en mayo de 2016.Jaime Villanueva

Hay todo un sistema burocrático -el censo, el IBI, el código postal…- para hacernos creer que vivimos donde votamos, donde pagamos los impuestos, pero no piquemos. Los anglosajones lo saben: en inglés, ser y estar son el mismo verbo. Somos donde estamos y eso no es un domicilio fiscal, sino el conjunto de personas que nos quiere y a las que queremos. La verdadera patria es el afecto y va por dentro. El Estado del bienestar está donde puedes encontrarte con tus amigos, esa familia que uno escoge para acompañarte allí donde te encuentres. Si uno es afortunado, es un territorio amplio y rico, con...

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Hay todo un sistema burocrático -el censo, el IBI, el código postal…- para hacernos creer que vivimos donde votamos, donde pagamos los impuestos, pero no piquemos. Los anglosajones lo saben: en inglés, ser y estar son el mismo verbo. Somos donde estamos y eso no es un domicilio fiscal, sino el conjunto de personas que nos quiere y a las que queremos. La verdadera patria es el afecto y va por dentro. El Estado del bienestar está donde puedes encontrarte con tus amigos, esa familia que uno escoge para acompañarte allí donde te encuentres. Si uno es afortunado, es un territorio amplio y rico, con fronteras que se van abriendo para dejar entrar a nuevos inquilinos. Si uno tiene mala suerte y uno de ellos muere antes de tiempo, el mapa se descompone: es como si te amputaran una provincia, como si derribaran el puente que te comunicaba con un paisaje precioso, con el lugar que visitabas cuando necesitabas sentirte mejor. También hace, a partir de ese momento y para siempre, más frío.

A mi grupo de amigas le puse un día “La OTAN”. Cuando me preguntaron por qué, les recité el artículo 5 del Tratato del Atlántico Norte: “Las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas”. A David Beriain lo mataron en África, pero vale igual: cuando le atacaron, nos atacaron a todos.

Pasaba largas temporadas fuera de España. Era eso que se llama, con cierta pedantería, ciudadano del mundo. Lo era porque en todos los continentes tenía amigos o seguidores que le admiraban. A mí me llevó a muchos sitios. A algunos – Arteixo; su pueblo, Artajona; su casa- refugio en Madrid, junto a la bella Rosaura- le acompañé en cuerpo y el alma. A otros -Irak, Afganistán, Venezuela, Colombia, el Amazonas, Laos, Darfur… - solo con lo segundo. Nunca se me pasó por la cabeza que pudiera suceder lo que ha ocurrido. Y sigo sin creerlo. Todavía estoy esperando a que me llame para que me cuente lo que ha pasado, para que me diga: “¡Vaya follón! ¡Me dieron por muerto!”. Para mí, David no era Clark Kent, sino todo el tiempo Superman, y la única kriptonita capaz de hacerle daño era una pequeña cantera de piedras que tenía en el riñón y que se ponía a funcionar en el lugar menos adecuado.

En esa patria compartida yo me daba cuenta de que me gustaba alguien cuando quería presentárselo a David. A él le pasaba lo mismo y así fuimos construyendo ese país tan bonito en el que vivíamos, donde siempre había las mejores conversaciones y cualquier plato era un manjar. El exilio no es abandonar el lugar en el que has nacido, sino que te separen a la fuerza de los tuyos. Puede parecer que hay cosas más importantes en Madrid estos días, pero no piquen. Lo esencial es cuidar el sitio donde vivimos, es decir, regar todos los días a nuestros amigos, como las plantas que dan oxígeno; dejarse querer y hacerles saber lo mucho que los queremos.

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