El piano del Central vuelve a ser acariciado

El templo madrileño del jazz reabre tras 13 meses con un concierto de Joshua Edelman, el hombre que más veces ha tocado en él

El Café Central este viernes en su primera jornada de música en vivo tras más de un año de cierre.Andrea Comas
Madrid -

Como el arpa dormida en el ángulo oscuro que retratara Bécquer, el piano del Café Central se ha sentido huérfano de dedos que lo acariciaran durante 54 semanas interminables. Él, un flamante Yamaha de cola tan acostumbrado a las grandes ocasiones, las visitas ilustres y las manos más distinguidas, ni en sus peores pesadillas habría imaginado qué largo y doloroso llega a hacerse el silencio de los huérfanos. Pero el paréntesis de este periodo fatídico pudo cerrarse este viernes –ojalá que ya para siempre– con la reapertura del mític...

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Como el arpa dormida en el ángulo oscuro que retratara Bécquer, el piano del Café Central se ha sentido huérfano de dedos que lo acariciaran durante 54 semanas interminables. Él, un flamante Yamaha de cola tan acostumbrado a las grandes ocasiones, las visitas ilustres y las manos más distinguidas, ni en sus peores pesadillas habría imaginado qué largo y doloroso llega a hacerse el silencio de los huérfanos. Pero el paréntesis de este periodo fatídico pudo cerrarse este viernes –ojalá que ya para siempre– con la reapertura del mítico local de la Plaza del Ángel y dos oficiantes de excepción, el pianista neoyorquino Joshua Edelman y el contrabajista de origen cubano Yelsy Heredia. Dos viejos del lugar para entonar una especie de “Como tocábamos ayer”, puestos ya a parafrasear a los clásicos.

Nadie mejor que Edelman, bien pensado, para descorrer la persiana. El eminente compositor sexagenario, que en este 2021 cumple 35 años afincado en España, es el hombre que más veces ha pisado ese escenario angosto, escorado y emblemático en el que tantas noches ha acontecido la magia. “Hace poco, los nuevos propietarios ordenaron y catalogaron toda la documentación del local, y así supe que hasta ahora había ofrecido aquí, entre 1987 y 2020, un total de 663 conciertos”, precisa. Le divierte pensar que con las tres fechas consecutivas de este retorno alcanzará la diabólica cifra exacta de 666 veladas (“soy judío, pero no supersticioso”). Y no puede evitar un recuerdo, en ocasión tan emotiva, para todos aquellos aliados que alguna vez le acompañaron y hoy ya no están: el trompetista Stephen Frankevich, el guitarrista Sean Levitt, el timbalero panameño Beto Hernández… “Ellos también habrían tenido esa misma sensación de orfandad que hemos experimentado todos cada vez que veíamos el Central cerrado”, resume con un temblor.

Hay seguramente pocos rincones en la metrópoli que propicien un vínculo de tanta familiaridad. Lo corrobora Juantxu Bohigues, el locuaz y polifacético valenciano de 56 años que hace las veces de portero en el Central, eufórico de retomar el contacto con la causa bohemia aunque ahora haya de tomar la temperatura a todos los clientes e indicarles el pulsador del gel hidroalcohólico. “La vida, sin música ni libros, sería una experiencia poco enriquecedora”, sentencia. Y no anda escaso de argumentos para avalarlo. Su anterior empleo, durante 24 temporadas, fue en el Café Comercial de la glorieta de Bilbao, donde aprovechó para hacer buenas migas con habituales como Francisco Umbral, Muñoz Molina, Sánchez Ferlosio, Pérez Reverte, Luis Landero o Leopoldo María Panero. Inmortalizó muchos de aquellos encuentros en un libro de relatos, Henry Miller en el metro, y ahora ha aprovechado estos largos meses de inactividad para rematar una novela, Donde termina la luz, que acaba de poner en circulación la editorial Nazarí. “Pero me faltaba el contacto con la música y el calor humano, por más que me haya puesto mis discos de Queen o David Bowie a todo volumen en casa”, se sincera. “Porque nada enriquece tanto como observar a esos hombres de traje gris que se transforman cuando comienza la actuación, o pegar la hebra con el tipo de la barra que te dice que no quiere volver a casa”.

El viernes era también día grande para el asturiano Javier González, programador y coordinador del Café, que de momento ha comprometido fechas hasta el 11 de abril con algunos de sus infalibles: Pritt & Simon & Casielles, el pianista Iván Melón Lewis, el dúo Serrano & Lechner, García Caminero Fathi, Yuvisney Aguilar con The Cubintage y el espectacular trío de Lluís Coloma. “Vamos a ir programando en corto, de 15 en 15 días, pero queremos ser optimistas”, resume nada más finalizar el primer pase de Edelman, superados ya los peores nervios del reestreno. “Podíamos haber reabierto mucho antes la terraza, que lleva todo el día con mucho trasiego, pero el Central sin conciertos no sería el Central”.

Él también ha vivido el año largo de cerrojo como “una noche larga y muy oscura”, y eso que su otra ocupación, la de fotógrafo, le ha permitido esquivar la inactividad. Apenas le encargan retratos de actores y actrices –una de sus grandes especialidades–, por culpa de la crisis pavorosa en el sector de la interpretación, pero se mantuvo a flote con la fotografía de arquitectura. “Pero he echado muchísimo de menos el contacto con la gente, las charlas con los músicos, la interacción. Han sido tiempos de incertidumbre y desasosiego, no pocos días de bajón…”.

Exactamente a las 19.33, una hora insólita para una sala de tradición eminentemente noctámbula, Joshua Edelman se ajustó su inseparable viserita gris, estiró esas manos sabias y huesudas sobre las 88 teclas del piano y pulsó las primeras notas de For heaven’s sake, la página que ponía fin a 378 días de silencio clamoroso. Seguro que no era una elección casual: encomendarse a un clasicazo titulado “Por el amor de Dios” y que ha pasado por las voces de los más grandes, desde Billie Holiday a Chet Baker o Ella Fitzgerald, no parece mala opción como amuleto sonoro. Menos aún si a lo largo de la hora escueta del pase se suceden títulos propios como Dreaming on the fire escape (“las escaleras de incendio de mi antiguo apartamento en Nueva York me evocaban el ansia de escapatoria durante lo más crudo del confinamiento”) o el canto a la pureza del océano que es Coralina. Y si el menú finaliza con el bellísimo Hymn to freedom de Oscar Peterson; tan relevante siempre, pero más aún en estas circunstancias.

Los músicos de jazz Joshua Edelman y Yelsy Heredia saludan al final del concierto en el Café Central en Madrid.Andrea Comas

Fueron momentos propicios para el reencuentro emocional, pero también para el dulce estreno de los neófitos. Jimena, una bonaerense llegada por primera vez a Madrid esta semana, compartía mesa con su amiga Elena sin poder dar crédito a la “carambola inmensa” de que su visita coincidiera con la reapertura. “Ninguna de las dos somos grandes conocedoras el jazz, pero sabíamos que todo lo que se programa aquí merece la pena”, resumían. Muy cerca de ellas, pero escondida tras una cortina, apenas podía reprimir las lágrimas la periodista y gestora cultural Cristina Santolaria, pareja de Edelman y madre de sus dos gemelos, Ander y Julen, que a sus 14 años ya manejan con soltura el piano y el contrabajo. “Joshua y yo nos enamoramos aquí, hemos grabado cuatro o cinco discos en directo y sus hijos mayores hasta han dormido en una habitacioncita con tele que había junto a la cocina. El Central es lo más parecido a una segunda casa”, resumía.

Debía sucederle algo parecido a una de las espectadoras de la primera fila, que repetía a su acompañante: “No sé si aguantaré las ganas de llorar”. O al propio Javier González, conmovido por “el silencio entre canciones y la nueva acústica del local”, que ahora ha reducido su aforo a apenas 15 mesas. O a Edelman, que, tras finalizar con la exquisitez habitual su comparecencia número 664 en el Central, hizo refulgir el verde intenso de los ojos para confesarnos, jocoso: “A lo mejor, cuando alcance el concierto número 690, dejo de ponerme nervioso antes de subir a este escenario…”.

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