Cuidado con lo que deseas
Si algo hemos aprendido después de un año es que hay que tener mucho cuidado con lo que damos por sentado
9 de marzo. Es lunes. Suena el despertador. No es que haya pasado un fin de semana especialmente agitado pero me cuesta mucho salir de la cama. Pongo la cafetera y me meto en la ducha. Mientras me enjabono pienso en qué les voy a contar a mis compañeras en la oficina si me preguntan qué he hecho estos días. Pues el sábado mi amigo Jacobo me insistió en que fuese con él a la Sala Sol porque El Cuerpo del Disco organizaba una San Junipero; nos encantan esas sesiones de baile, son ...
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9 de marzo. Es lunes. Suena el despertador. No es que haya pasado un fin de semana especialmente agitado pero me cuesta mucho salir de la cama. Pongo la cafetera y me meto en la ducha. Mientras me enjabono pienso en qué les voy a contar a mis compañeras en la oficina si me preguntan qué he hecho estos días. Pues el sábado mi amigo Jacobo me insistió en que fuese con él a la Sala Sol porque El Cuerpo del Disco organizaba una San Junipero; nos encantan esas sesiones de baile, son la leche, ¿no las conocéis? Tenéis que ir. Los que pinchan, Yayo y Eloi, escogen un año concreto de finales del siglo XX o principios del XXI y ponen solo canciones que han sido un éxito en ese espacio de tiempo. Es un planazo pero esta vez me dio pereza ir porque estaba algo tristona. Pensé: “Qué horror, me voy a acabar liando, me van a dar las tantas, luego tendré agujetas y resaca una semana. Ya bailaré otro finde. Las discotecas no las van a cerrar”.
El domingo no fui a la mani pero me quedé metida en la cama toda la mañana. Mira, os lo confieso, dije que no iba porque me daba miedo contagiarme del virus, pero en realidad es que estaba de bajona. Pensé: “No tengo fuerzas para meterme en esa multitud ahora. Por una vez que no vaya no pasa na’. ¿Quién va a notar que no estoy? Ya iré el año que viene. Las manis no se van a terminar”. Otras cuantas díscolas que tampoco acudieron a la convocatoria del deber activista me llamaron para que, al menos, bajara a tomar el vermú, pero me dio pereza cogerles el teléfono. “Qué horror, toda esa gente ahí en la calle, apelotonada en las barras, pidiendo a voces boquerones y cañas. Ya iré el próximo domingo. Los bares no los van a cerrar”.
Pensé: ‘Ya iré a los Verdi el fin de semana que viene. Total, los cines no se van a acabar’.
Por la tarde recibí un Whatsapp de Gala, que me invitaba a ir a los Verdi a ver una película a las ocho de la tarde en versión original. A Gala y a mí nos encantan los Verdi porque tienen un ambigú con mesitas redondas donde uno puede sentarse a charlar tranquilamente hasta que empieza la sesión. Pero justo ayer me pudo la galbana: “Ay, qué horror. Dos horas a oscuras, qué angustia. No voy. Ya iré el fin de semana que viene. Total, los cines no se van a acabar”.
Mientras me tomo el café de pie en la cocina me acuerdo de que el día 13 es mi cumpleaños. Pienso. “Ay, no tengo ganas de hacer fiesta. Qué pereza todo. Mira, ya la haré otra semana. Tampoco es que esta sea la última oportunidad de celebrar”. Ya en el ascensor me doy cuenta de que no me he quitado las zapatillas. Vuelvo a casa y doy un portazo malhumorada. Pienso. “Qué pereza. Ojalá no tuviese que salir de casa nunca más”.