Jerusalema
Llevo toda mi vida dedicando canciones, grabando cassettes para otros, enviando links de YouTube con un “escucha la letra”. Y ahora no me leo
Hace unos días pensaba en lo mayor que me he hecho este último año, en lo mayores que nos hemos hecho todos, me atrevería a decir.
Hace unos meses cogí una hoja blanca Din A4 para hacer un barco de papel con mi hijo, después de hacer el último pliegue, lo abrí y le dije con entusiasmo: ¿Y qué tenemos?
Me contestó: una mascarilla.
No me refiero a mayor en términos de envejecer, que también, sino a mayor, por dentro, como si definitivamente se hubiera adueñado de nosotros la responsabilidad de la supervivencia cuando intentábamos empezar a vivir.
Ya no podemos eludir ...
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Hace unos días pensaba en lo mayor que me he hecho este último año, en lo mayores que nos hemos hecho todos, me atrevería a decir.
Hace unos meses cogí una hoja blanca Din A4 para hacer un barco de papel con mi hijo, después de hacer el último pliegue, lo abrí y le dije con entusiasmo: ¿Y qué tenemos?
Me contestó: una mascarilla.
No me refiero a mayor en términos de envejecer, que también, sino a mayor, por dentro, como si definitivamente se hubiera adueñado de nosotros la responsabilidad de la supervivencia cuando intentábamos empezar a vivir.
Ya no podemos eludir la política, ni la economía, ni evitar hablar de la educación o la sanidad, pues son asuntos que en esta nueva normalidad atraviesan toda nuestra existencia, o la de nuestros seres queridos, o la de alguien que conoce a alguien cuya historia nos da esa última hostia de realidad.
En los grupos de Whatssap, lo divertido ha dejado paso a lo urgente. Hemos pasado de preguntar “¿Qué tal anoche?” a preguntar por el paro de los hermanos o la salud de los padres de nuestros amigos.
También hay discrepancias y fracturas imposibles de arreglar.
Lo comentaba con Marta, que me cuenta que no se siente perdida, pero le cuesta encontrarse.
Que siente una mezcla entre pereza y desidia. Qué palabra esa, “desidia”.
Yo le digo que tengo la sensación de que este año nos ha dejado confinados en una nube, como con una extraña sensación de estar sintiendo mucho y nada y viceversa.
Y realmente podría decir que es eso, que estamos viviendo una etapa de muchas sensaciones y pocas certezas.
También tengo amigos que lidian con la frustración, la sensación de no saber hacia dónde vamos, de haber iniciado una carrera de la que no se ve la meta.
Dice mi amiga que nota que las opiniones están cada vez más polarizadas y el ambiente crispado, que la gente acusa su desgana saltando con mucha más facilidad por cosas que antes no habrían pasado de ser una mera anécdota.
Que nos avasallan con imágenes y noticias que no invitan a albergar esperanza.
Y yo me he dado cuenta de que últimamente apenas escucho música, Yo , que a veces no sé cómo estoy por dentro hasta que encuentro la canción que me apetece.
Llevo toda mi vida dedicando canciones, grabando cassettes para otros, enviando links de YouTube con un “escucha la letra”. Y ahora no me leo.
He vivido una vida con banda sonora y ahora dudo qué canción ponerle a mis momentos.
Marta tiene razón, últimamente nos cuesta describirnos por dentro.
Así que pongo música y bailamos. Tratamos de seguir en esa carrera, de disfrutar del camino aunque no veamos la meta.
Suena Jerusalema y bailamos esa canción espiritual, ese himno a la vida, ese ritmo místico que nos llegó cuando más falta nos hacía.