Atocha-Sants

Madrid y Barcelona, esas dos amantes que no se entienden la una sin la otra

AVE dirección Madrid-Barcelona.Joan Sánchez

La rampa mecánica avanza lentamente. Con las rodillas se frenan las maletitas para que no se despeñen. El cielo se convierte en hierro y cristal con aires ‘eifellianos’. La mirada al frente… y aparece una jungla tropical. Pura humedad, explosión amazónica, salvajismo surrealista mesetario. Subidón, subidón. El jardín de la estación de Atocha es de esos lugares en los que uno podría vivir, ese rincón con el que Madrid sorprende al que llega y al que se marcha.

El vagón del AVE está casi vacío. Destino: la estación de Sants. Reconozco que siento especial atracción por ese trayecto entre M...

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La rampa mecánica avanza lentamente. Con las rodillas se frenan las maletitas para que no se despeñen. El cielo se convierte en hierro y cristal con aires ‘eifellianos’. La mirada al frente… y aparece una jungla tropical. Pura humedad, explosión amazónica, salvajismo surrealista mesetario. Subidón, subidón. El jardín de la estación de Atocha es de esos lugares en los que uno podría vivir, ese rincón con el que Madrid sorprende al que llega y al que se marcha.

El vagón del AVE está casi vacío. Destino: la estación de Sants. Reconozco que siento especial atracción por ese trayecto entre Madrid y Barcelona. Esos raíles son la calle más larga de España, esa Castellana que desemboca en la Diagonal. No me importaría ir y venir todos los días, que se convirtieran en una misma ciudad. Y es que Madrid tiene lo que no tiene Barcelona, y al revés. Madrid siempre ha soñado con ser Barcelona y Barcelona siempre ha soñado con ser Madrid. Madrid y Barcelona, no es dejación de buscar sinónimos, es que es placentero ver los dos nombres juntos.

Este domingo los catalanes van a las urnas, en este San Valentín cuarentenado (para los que lo celebren). Y pienso en el AVE en estas dos ciudades como amantes, que se desean aunque a ratos parezca que no se aguantan. Siempre morbosas, que no pueden vivir la una sin la otra. Amor salvaje a 300 kilómetros por hora, a pesar de que algunos se empeñen en separarlas. Es pura atracción.

Madrid tiene mucho acento catalán también. Esa ciudad en la que uno se encuentra a Mertixell Batet en la plaza de las Comendadoras, mientras que luego uno saluda a Sergi Miquel por la plaza del Dos de Mayo. Camino de Lavapiés, uno se topa con Yolanda Ramos rumbo a La Esperanza o a Mariona Terés tomando algo en la plaza de Ministriles. ¡Qué recuerdos de aquel concierto de los Manel en las fiestas de La Melonera de Arganzuela! Y cómo la gente de secano gritaba y gritaba aquello de “al mar, al mar”.

Esta capital que aplaude a rabiar (y duelen las manos todavía días después) en el María Guerrero a dos jóvenes catalanes que están dándole un buen meneo al teatro: Nao Albet y Marcel Borràs. Su ‘Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach’ es un ‘pasadote’ que levanta a todos los que van a verla, con una brutal Irene Escolar con acento ruso. Nadie quiere marcharse después de la obra, arremolinándose a las espaldas de las Salesas. Y es que en la cabeza retumban los tiros, las risas, los anagramas, las cajas fuertes y los sueños de acabar en el Caribe en estos plúmbeos días. Como una liberación todos nos levantamos al final de las butacas y a bailar el ‘Pikete Espacial’. No es espóiler, eh.

Portátiles cerrados, maletas en el pasillo, dobles mascarillas, el AVE está a punto de llegar. Madrid huele ya a Raval, Barcelona suena ya a Chamberí. Se desperezan lentamente las dos ciudades entre las sábanas. “T’estimo”, le dice una a la otra en bajito. Cosas del 14-F.

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