La intimidad del poder

La atracción en Madrid por las puertas que pueden cruzar pocos

La Biblioteca del Senado, de estilo neogótico inglés.Wikimedia Commons

A las cinco y media ha convocado el presidente. Nervios, apuestas, wasaps, cuchillos, portatrajes preparados, susurros, miedos, euforias, decepciones, lexatines, ceses automáticos, anhelados nombramientos, sueños, caídas, ganadores y perdedores. ¡Entramos en directo! En Madrid, un cambio de Gobierno es un terremoto. Esa urbe acostumbrada al poder, que lo mima, que lo lleva en el ADN, que lo retuerce, que lo exhibe y disimula a la par... y que le sobra cuando cae la noche.

Madrid es vivaracha, bulliciosa, acalorada. Pero le encantan también las puertas que no se ven, esas que cruzan poco...

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A las cinco y media ha convocado el presidente. Nervios, apuestas, wasaps, cuchillos, portatrajes preparados, susurros, miedos, euforias, decepciones, lexatines, ceses automáticos, anhelados nombramientos, sueños, caídas, ganadores y perdedores. ¡Entramos en directo! En Madrid, un cambio de Gobierno es un terremoto. Esa urbe acostumbrada al poder, que lo mima, que lo lleva en el ADN, que lo retuerce, que lo exhibe y disimula a la par... y que le sobra cuando cae la noche.

Madrid es vivaracha, bulliciosa, acalorada. Pero le encantan también las puertas que no se ven, esas que cruzan pocos. Verdades y leyendas jalonadas con cuadros oficiales. Ese ecosistema en el que se repite la palabra despachar y en el que resuenan los timbres para avisar de que el ministro sale o entra. Ese universo en el que Justicia es el palacio de Parcent y Política Territorial es el casoplón del Marqués de Villamejor, y en el que nombrar el edificio de Semillas de La Moncloa hace sudar a más de uno.

Puertas que se atraviesan en silencio y en las que uno se encuentra de repente con un inmenso globo terráqueo en mitad del despacho de Margarita Robles en pleno paseo de la Castellana. O esos aires del Elíseo que se respiran al entrar en la sala Goya esperando a Isabel Celaá para una entrevista en el Ministerio de Educación, con cuadros de discípulos del pintor aragonés salpicados de retoques dorados en cada esquina. Y con la cortina jugueteando con la confluencia entre la calle Alcalá y la Gran Vía. Muchos trabajadores cruzan con vértigo a la vez el marmóreo patio en el que antes se achuchaban los periodistas en eras precovid durante las conferencias sectoriales.

Esa sequedad carpetovetónica de los Nuevos Ministerios. Pero en la esquina de su despacho Yolanda Díaz ha decidido crearse un pequeño oasis literario, apilando libros de Irene Vallejo, Angela Davis, Sara Mesa, Ali Smith y Jeanette Winterson. El calor de las palabras… ¡Es la biblioteca de Harry Potter! Nooo, es la del Senado. Refugio de parlamentarios e investigadores entre hierro forjado y tinteros. Pura delicia, con buena parte de la confiscada colección del infante Carlos María Isidro de Borbón, llena de exóticas obras que se regalaban entre las casas reales desde Japón y el lejano Oriente.

Hay que mirar al cielo, y más en el poder. Manuela Carmena lo hacía en el jardincito de lavandas que plantó en uno de los torreones de Cibeles. Unos pocos metros más allá, en el Congreso las mejores vistas siempre las han tenido los despachos de Esquerra Republicana, en las últimas plantas del edificio de ampliación, desplegándose frente a sus diputados el Madrid más abrumador con el Retiro en su magnitud y los desafiantes pináculos de Los Jerónimos. ¡Un poco de aire! La terracita del grupo del PNV también en la Cámara Baja es lanzarse a ese mundo de tejados rojizos que domina el barrio de las Letras y que nos recuerda que esta ciudad es el mayor de los pueblos. Puertas que se abren y que se cierran.

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