Con ellos que no cuenten

Aquí todo el mundo dice que hay que tomar medidas, pero nadie quiere tomarlas

La presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante la sesión de control del Gobierno madrileño.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

¿Qué querría decir la presidenta madrileña cuando reprochó al Gobierno que no tenga lo que hay que tener para “tomar medidas más difíciles” frente a la pandemia? Se esperaba una aclaración sobre el alcance que deberían tener esas medidas, no fuera que alguien empezase a pensar que, de repente, sí se podía contar con la presidenta madrileña para “arruinar más la hostelería”. O que acaso se hubiese resquebrajado su fidelidad al espíritu de la Prima...

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¿Qué querría decir la presidenta madrileña cuando reprochó al Gobierno que no tenga lo que hay que tener para “tomar medidas más difíciles” frente a la pandemia? Se esperaba una aclaración sobre el alcance que deberían tener esas medidas, no fuera que alguien empezase a pensar que, de repente, sí se podía contar con la presidenta madrileña para “arruinar más la hostelería”. O que acaso se hubiese resquebrajado su fidelidad al espíritu de la Primavera de Núñez de Balboa, aquella rebelión popular, bendecida por ella, que hizo florecer las cacerolas de la libertad contra el confinamiento bolivariano.

Los temores tras las palabras de la presidenta se acrecentaban por el ejemplo de dirigentes de otras partes de España ajenos -que se sepa- a la órbita socialcomunista, con los que sí se ha podido contar para seguir arruinando la hostelería. El gallego Feijóo, por poner un caso del mismo partido que el de la presidenta. Tras desgañitarse hace semanas al grito de “salvemos la Navidad”, el jefe de la Xunta ha terminado sucumbiendo a la tentación y ha cerrado bares y restaurantes con una incidencia del virus en su territorio aún menor que la de Madrid. Sin olvidar a la dirección de Ciudadanos, uno de los dos partidos al frente de la Comunidad, que, contagiada de la fiebre liberticida que acompaña al virus, ofrece su apoyo a Sánchez para aprobar alguna suerte de confinamiento.

Tuvieron que intervenir el vicepresidente Aguado y luego la propia presidenta para aclarar que Madrid no piensa tomar ni una sola medida más. “Si el Gobierno lo ve tan mal, que actúe él”, remachó la líder autonómica con esa determinación guerrera que exhibe para plantar cara a la oposición en la Asamblea. Allá se las apañe Sánchez con esas “medidas más difíciles” que ella mismo había reclamado días antes. Con Madrid que no cuenten.

Tampoco es que el Gobierno dé muestras de que se pueda contar mucho con él. Del presidente que durante el encierro primaveral nos hablaba con metáforas bélicas, como un Churchill comandando los ejércitos del país en sus horas más amargas, solo queda el recuerdo de aquellas comparecencias sabatinas que se nos atragantaban con el postre. Hace ya meses que el presidente no pisa el campo de batalla, donde las operaciones están ahora plenamente encomendadas a los generales autonómicos. Tanto es así que el Gobierno ha encontrado una misión más importante para el que era ministro de Sanidad: las elecciones en Cataluña.

De modo que habrá que esperar a que los epidemiólogos no acierten y la tercera ola se evapore rápidamente. Podrá decirse que eso se antoja improbable. Pero más improbable aún parece que alguien se decida a poner fin a este peloteo administrativo en el que todos dicen que hay que tomar medidas y nadie quiere tomarlas. Con ellos que no se cuente. Deben de andar ocupados con cosas de más alto vuelo.

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