También esto pasará
No celebro que estuviéramos tristes, pero celebro que nos permitiéramos, por primera vez, mostrarlo. Celebro los aplausos. Celebro la claridad con la que ahora ordenamos nuestras prioridades
Cuenta la leyenda que un rey pidió a su corte un anillo especial. “Quiero que fabriquéis un anillo para ocultar en él un mensaje que pueda servirme en momentos de desesperación. Pero ese mensaje debe ser muy breve para que pueda caber en el anillo”, les dijo. Los sabios pensaron y pensaron, pero no lograban caer en una frase de dos o tres palabras que pudiera servir de consuelo a su rey en momentos de crisis. Un día, un viejo sirviente se acercó al monarca y le dijo: “Yo no soy un sabio, pero creo que tengo la frase que buscáis”. Después le entregó un papel doblado y le pidió no leer lo que ha...
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Cuenta la leyenda que un rey pidió a su corte un anillo especial. “Quiero que fabriquéis un anillo para ocultar en él un mensaje que pueda servirme en momentos de desesperación. Pero ese mensaje debe ser muy breve para que pueda caber en el anillo”, les dijo. Los sabios pensaron y pensaron, pero no lograban caer en una frase de dos o tres palabras que pudiera servir de consuelo a su rey en momentos de crisis. Un día, un viejo sirviente se acercó al monarca y le dijo: “Yo no soy un sabio, pero creo que tengo la frase que buscáis”. Después le entregó un papel doblado y le pidió no leer lo que había escrito hasta que no estuviera viviendo de verdad un mal momento. El rey lo guardó dentro de su anillo y se olvidó de él hasta que, años después y en medio de una batalla, recordó que conservaba aquel papel. Lo sacó del anillo y leyó estas tres simples palabras: “También esto pasará”. El rey se sintió en paz y agradecido, la batalla acabó a su favor y pudo conservar su reino.
El día de la fiesta por la victoria, el rey estaba exultante. Corrían ríos de vino, se asaban montañas de carne. Sonaba la música y, en medio del ambiente enfebrecido, el mismo viejo se acercó al rey y le dijo: “Soberano, ha llegado el momento de que vuelvas a leer el mensaje que te escribí”. El pobre monarca no entendía, pensaba que su siervo le estaba gastando una broma. ¿Para qué leer en un momento feliz un mensaje ideado para los malos? Pero, ante la insistencia del viejo, volvió a sacar el papelito y leyó de nuevo: “También esto pasará”. De pronto miró los bailes, miró la carne y la euforia y entendió: también esto era transitorio. La moraleja de la leyenda se cuenta sola.
2020 ha sido bautizado, casi oficialmente, como el annus horribilis. Al menos, el más horribilis de todos los horribilis que recordamos los que no vivimos ninguna guerra. Un año cancelado, llorado, repudiado, blasfemado. Un año que, imagino, ninguno querríamos revivir. Ahora que le quedan tres días, literalmente, pienso sobre todo en las cosas que perdí. En las personas a las que no pude ver. En la persona de la que no me pude despedir. En el duelo que, según algunos cálculos, estamos superando más de 100.000 personas solo en España.
Pero también recuerdo las calles de Madrid vacías los días más duros del confinamiento. Los mensajes que alguna amiga me mandó en los que decía entusiasmada: “¡Se oyen los pájaros!”. Los atardeceres limpios de dióxido de carbono. No celebro que estuviéramos tristes, pero celebro que nos permitiéramos, por primera vez, mostrarlo. Celebro los aplausos. Celebro el año del esfuerzo. Celebro la claridad con la que ahora ordenamos nuestras prioridades.
Pero, sobre todo, celebro tener una certeza: que también esto pasará.