La maldición del bar-oficina
Muchos negocios de hostelería se llenan de clientes con ordenadores, hartos de teletrabajar desde casa, pero casi ningún dueño está feliz
La escena a las 16.00 en las cafeterías del centro de Madrid es la envidia de cualquier hostelero: no queda ni un sitio libre y hay clientes haciendo cola. Muchos son jóvenes con ordenador, cansados de teletrabajar en casa después de nueve meses de pandemia. Sienten nostalgia de la oficina y buscan romper con sus vidas de ermitaños. Es tal la dema...
La escena a las 16.00 en las cafeterías del centro de Madrid es la envidia de cualquier hostelero: no queda ni un sitio libre y hay clientes haciendo cola. Muchos son jóvenes con ordenador, cansados de teletrabajar en casa después de nueve meses de pandemia. Sienten nostalgia de la oficina y buscan romper con sus vidas de ermitaños. Es tal la demanda que algunos incluso llaman por teléfono y reservan mesa para hacer una reunión de trabajo con cafés y tostadas. ¿Son los teletrabajadores la tabla de salvación de la hostelería madrileña? Casi todos los dueños de estos negocios responden con un rotundo no. “Si el artículo es para decir que esto es un sitio para trabajar prefiero que ni me nombres”, advierte Cynthia Stucki, la dueña de Nomade Café. No es rentable tener a un cliente ocupando una mesa ocho horas. “Es que tenemos que hacer dinero. Hay que ponerse en nuestro lugar”.
El dilema del cliente con ordenador no es nuevo pero se ha agudizado con la pandemia de coronavirus. A los autónomos se han unido oficinistas forzados a teletrabajar. Para el hostelero ver tantos portátiles ocupando sus mesas supone un dolor de cabeza. Cuando llega la hora del almuerzo o la cena no les queda espacio libre para los clientes de placer, mucho más rentables. Una persona que come un menú ocupa la mesa durante 30 o 45 minutos, pero un cliente con ordenador puede llegar en la mañana para irse por la noche, explica el dueño de La China Mandarina, Òscar Zugasti. “Esto es un restaurante y no un sitio de coworking”, advierte tajante. Sin embargo, para estos clientes los bares-oficina tienen lo mejor de dos mundos. Compañía sin supervisión del jefe. “Yo flipo tío. ¿Cómo consiguen trabajar tomando vino?”, se pregunta Sandra Almeida, la dueña de Café del Art, una cafetería gourmet.
A veces se viven momentos de tensión. Como cuando en Federal Café le pidieron a una clienta estresada que se cambiara a otra mesa y ella se lo tomó a mal. Al momento recibieron un aviso sobre una nueva valoración online de una sola estrella
Una de las peores cosas que le puede pasar a muchos de estos hosteleros es ser incluidos en una de esas listas de Internet con títulos como “10 cafeterías workplace con encanto” o “Los mejores coffices de Madrid”. Zugasti tiene pesadillas cuando ve a La China Mandarina en uno de esos artículos. Es la publicidad que menos desea.
La mejor manera de defenderse es ponérselo difícil a los clientes con portátil. Como necesitan enchufes y wifi, recortan su disponibilidad. Federal Café ha puesto en muchas mesas señales de prohibido usar ordenador. Otros avisan de horarios restringidos en la misma carta, junto a la lista de precios.
A veces se viven momentos de tensión. Como cuando en Federal Café le pidieron a una clienta estresada que se cambiara a otra mesa y ella se lo tomó a mal. Al momento recibieron un aviso sobre una nueva valoración online de una sola estrella. O como cuando un periodista amenazó a Mamúa Café Bar con incluir en su artículo sobre el rastro una mención sobre cómo le obligaron a levantarse de la mesa. Ese local prohíbe usar ordenador los fines de semana. “Hay gente que lo entiende y otros que no”, explica resignado el dueño, Pablo Migliore.
Irónicamente muchas personas dicen que trabajan mejor en un bar o cafetería. Está demostrado que el ruido ambiente ayuda a ciertas personas a concentrarse. Estos locales suelen tener música tranquila y un murmullo de fondo a veces roto por unas risas o la conversación por zoom de algún cliente. Los teletrabajadores buscan romper con la monotonía del salón de su piso. Los hay que se motivan más cuando ven a otros en su situación. Chelo Lozano, una coach de 56 años, levanta a ratos la cabeza de la pantalla y al ver a la gente trabajando siente el deber de terminar su tarea. En su piso se distrae con la lavadora, el portero o la niña de la vecina que llora. También tiene más tentaciones, dice ella: “Me voy a comer unas almendras, un caqui, estoy comiendo todo el tiempo”. Lozano cuida mucho su estado de ánimo. Junto al teclado de su portátil tiene un post-it rosa con un recordatorio: sonríe.
Café del Art, en la plaza del Cascorro de La Latina, llega a tener una veintena de clientes con ordenadores al mismo tiempo
Irene Dorta, una joven periodista, pasa sus días en cafés escribiendo historias. El ruido ambiente de las cafeterías le recuerda a la atmósfera de la redacción. “Mi jefe no entiende porque siempre que tenemos reunión le contestó en un bar diferente”, afirma.
Café del Art, en la plaza del Cascorro de La Latina, llega a tener una veintena de clientes con ordenadores al mismo tiempo. La dueña, Sandra Almeida, es una portuguesa de 45 años amante del café de calidad. Mira a su alrededor y tiene el local casi lleno del público con ordenadores. Con algunos tiene ya tanta confianza que los ve casi como familia. Pero habla de encontrar el equilibrio entre estos clientes y otros que vienen a pasar el rato con sus perros y sus niños. Tres chicas jóvenes con mochilas entran por la puerta, dan una vuelta por el local y se marchan. No han encontrado enchufes. A ella no le preocupa. ¿Por qué no pones una alargadera? Ella se piensa la respuesta: “Mejor ir despacito. Porque si no te conviertes en algo que no quieres”.
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