Libros desde la orquesta del Titanic

Ubicada en la agitada calle Pelayo, Amapolas en octubre es una de las librerías más jóvenes de Madrid

Laura Riñón, el martes en su librería.KIKE PARA

Se lee en el letrerito antes de entrar en la librería: “Los libros necesitan tiempo para elegir a sus lectores”. A modo de consejo vital, pero también como precaución, la frase intenta hacer entender que conviene esperar el turno fuera si se ve gente dentro de la tienda, que en un primer vistazo desde la calle más bien parece un elegante salón. Los tiempos del coronavirus nos han traído muchas cosas malas, pero algunas buenas como enseñarnos a esperar, aunque todavía existan esos individuos e individuas que, insoportables, se am...

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Se lee en el letrerito antes de entrar en la librería: “Los libros necesitan tiempo para elegir a sus lectores”. A modo de consejo vital, pero también como precaución, la frase intenta hacer entender que conviene esperar el turno fuera si se ve gente dentro de la tienda, que en un primer vistazo desde la calle más bien parece un elegante salón. Los tiempos del coronavirus nos han traído muchas cosas malas, pero algunas buenas como enseñarnos a esperar, aunque todavía existan esos individuos e individuas que, insoportables, se amontan en los pasillos de los trenes, aviones y autobuses sin respetar nada.

La frase prosigue: “Estás en una de las calles más bonitas de Madrid. Disfruta”. La calle es Pelayo, a medio camino entre Chueca y el barrio de Salesas. Es larga, estrecha y tan tranquila que parece peatonal. También parece una calle de pueblo, como tantas calles centenarias del centro de Madrid, que nos recuerdan que esta ciudad no ha dejado ser nunca un pueblo grande o, al menos, un cruce de caminos donde siempre se han encontrado los pueblos de toda España y, desde hace ya lustros, los de Latinoamérica para, entre la ilusión y la supervivencia, asentarse de forma espontánea, desordenada, casi caótica… muy madrileña.

Pelayo es una calle muy de Madrid, de un Madrid admirado, con ese carácter distinguido de Chueca: abierto, culto y hedonista. En esta vía, alejada del estrés metropolitano y organizada bajo la asociación Pelayo District, conviven bares de batalla como La Unión con restaurantes japoneses como Sr.Ito y cubanos como Borax, centros de belleza como Espacio Q y galerías de arte como Espacio Brut, tiendas de muebles vintage con otras de complementos de moda y decoración, sex-shops, cafeterías, panaderías y peluquerías. Incluso está el local S&B (Shower & Bar), hoy cerrado a cal y canto por el virus, donde solo se admiten a “hombres desnudos”. Un cartel en una pared cercana tiene una placa dibujada con la leyenda: “Peligro: osos”.

MANERAS DE VIVIR

Este toque travieso, y también el bien versado, se guardan en Nakama Lib y Amapolas en octubre, dos de las mejores librerías del centro, ubicadas en Pelayo. La última en llegar a la calle fue Amapolas, “el hogar” de Laura Riñón, abierta el 11 de enero de 2019, aunque, según ella, empezó a ser real desde el mismo día que en la cena de su 22 cumpleaños brindó con el deseo de cumplir este sueño. Ahora, pasados los 40 años y tras dejar su trabajo de azafata de vuelo, se sienta en el sofá grisáceo, junto a la lámpara alargada y la máquina de escribir roja, rodeada de amapolas, para decir: “Siempre fui muy brava o tarada. Quizá las dos cosas”.

El letrero de la puerta viene con conocimiento de causa. A Laura, librera, escritora y “lectora, por encima de todo”, le eligieron algunos libros para despertar su pasión por “el mundo de la literatura”. El primero: Mujercitas, que descansa en una mesita en una edición de lujo. De niña, su padre le dio a elegir a ella y a su hermana entre dos libros envueltos como regalo. A ella le tocó el clásico de Louisa May Alcott mientras que a su hermana Robinson Crusoe. “Muchas veces pienso que habría sido de mí si me hubiese tocado Robinson Crusoe. Habría pasado toda mi vida buscando a mi Viernes -en referencia al amigo rescatado del protagonista de la novela de Daniel Dafoe-”. Sin embargo, se encontró con Jo, la adolescente audaz y apasionada de la lectura de Mujercitas y que inspira su novela Amapolas en octubre (Espasa), que habla, precisamente, de una mujer que sueña con los libros. Y, durante su año de estudios de COU en Estados Unidos, hubo otro encuentro determinante: Matar a un ruiseñor, la magnífica novela de Harper Lee.

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Un fotograma de la película basada en Matar a un ruiseñor descansa en la pared del sofá. Se ve a Gregory Perk haciendo de Atticus Finch en una imagen en blanco y negro en el momento en el que le dice a la pequeña Scout: “Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”. Tener una librería hoy en día y, más aún, abrirla hace apenas dos años, es empezar a pesar de todo y seguir pase lo que pase.

Todavía sentada en el sofá donde se tomó un café Héctor Abad Falcione en una visita sorpresa a la semana de abrir Amapolas en octubre, Laura no piensa mucho en eso, aunque reconoce que le ha “sobrevolado” alguna vez “tirar la toalla” y se ve como “una violinista del Titanic”. Ella y tantos pequeños libreros son como violinistas ante un inmenso iceberg llamado Amazon y un más inmenso océano oscuro de desinterés cultural, de aguas agitadas donde qué importan Jo, Atticus y las palabras escritas por Joan Didion, Paul Auster, Benedetti, Truman Capote, Sylvia Plath, Charles Dickens o Sam Shepard, más héroes personales de Laura que se ven en fotografías y dibujos sobre la pared de su librería.

“Estoy en el lugar que he soñado estar. Nunca se me olvida que los primeros días, tras abrir, regresaba a casa llorando de alegría”, explica Laura, que incide en “la riqueza diferente” de la cultura y en “el sentimiento de comunidad” de la librería. Un sentimiento que también, afirma, “existe en la calle Pelayo”. Ahí están: Amapolas en octubre y Pelayo. Una pequeña comunidad frente a una sociedad acelerada y un mundo cada día más encerrado en pantallas.

Al salir de la librería, el letrerito lo recuerda: “Los libros necesitan tiempo para elegir a sus lectores”. Casi suena a súplica, sino fuera porque, como decía Atticus Finch, “es pecado matar a un ruiseñor”.

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