Las primeras horas del estado de alarma
La capital suele quedarse vacía en vísperas de un puente. Esta vez no ocurrió. El éxodo no se produjo. Un par de manifestaciones cerraron la jornada
13. 30. Atocha. La estación es un hervidero. Los viajeros tratan de adelantar sus billetes, antes de que se publique la orden en el BOE. Después, no podrán salir salvo causa justificada. Carla Ramírez viaja dentro de cuatro horas, pero ya está por aquí dando vueltas a ver si agarra un tren que salga antes. Más tarde, a algunos les pedirán que vuelvan a casa. No habrá puente para ellos. Celia Martínez, una las profesoras contratadas de manera extraordinaria para este curso en Madrid, tenía planeado volver a Valencia, de donde es, pero la han echado para atrás. “Al menos me han devuelto e...
13. 30. Atocha. La estación es un hervidero. Los viajeros tratan de adelantar sus billetes, antes de que se publique la orden en el BOE. Después, no podrán salir salvo causa justificada. Carla Ramírez viaja dentro de cuatro horas, pero ya está por aquí dando vueltas a ver si agarra un tren que salga antes. Más tarde, a algunos les pedirán que vuelvan a casa. No habrá puente para ellos. Celia Martínez, una las profesoras contratadas de manera extraordinaria para este curso en Madrid, tenía planeado volver a Valencia, de donde es, pero la han echado para atrás. “Al menos me han devuelto el dinero del billete”, decía resignada.
14.45. Estación sur. Belén Alcalá corre con una amiga por el pasillo con una gran maleta. Va con la hora justa. “Me iba mañana a Granada pero acabo de cambiar el billete para hoy”, responde a toda prisa. A Laura, sanitaria de un hospital del sur de Madrid, esta situación le parece más política que de salud: “He dudado si venir o no, pero estoy al pie del cañón y mi opinión personal es que los contagios están estables, no tiene nada que ver con el mes anterior que sí que se dio un pico”. Viaja a Asturias y siente que los políticos se están riendo de los ciudadanos. “Hay ciudades que están igual o peor que Madrid y no se las ha confinado”.
16.45. Avenida de Manoteras. El BOE publica el estado de alarma. Ya es oficial.
17.20. Carretera A-5. Normalidad. Esta mañana salió gente de la ciudad nada más saberse lo que iba a pasar. Aprovecharon que todavía no había restricciones para cargar el vehículo y salir a mediodía. Ahora ya resulta imposible. El control de carretera más grande de la ciudad se instala en el barrio de Batán. La Guardia Civil vigila la A-1 y A-4. La carretera de Colmenar está atascada. La Policía Nacional establece un control a la altura de Montecarmelo, cerca de la M-40. Las colas de vehículos llegan hasta el hospital Ramón y Cajal. Pablo, de 20 años, y Hugo, de 19, se entretenían apostando a ver a qué coches detenían los agentes y a qué coches no.
18.40. Aeropuerto de Madrid-Barajas. Una situación igual de tranquila que en las carreteras de salida. El aeropuerto opera 348 vuelos entre salidas y llegadas, cuando el año pasado, en estas mismas fechas del puente del Pilar, sumaba 1.400. Ha retrocedido en el tiempo cuatro décadas.
19.55. Calle de Ferraz. Sede del PSOE. Alexia, de 65 años, es la primera en llegar. “Estamos en una dictadura”, arranca. ¿Por qué se manifiesta hoy y no ayer, cuando las prohibiciones eran las mismas? “Una cosa es que te lo pidan y otra es una imposición”. Asegura que es la primera vez que se manifiesta “frente al rojerío”, pero que ya se le ha “hinchado el moño”. Poco a poco llega más gente. Jesús Fernández, de 59, trae el mismo discurso: “Esto es una dictablanda. Confío en que el pueblo de Madrid la detenga. Aquí empieza la resistencia”. Llega otro posible miliciano, José Fernández, de 56. La mascarilla decorada con rojigualdas en miniatura. Dice que ahora son “cuatro gatos”, pero que cuando sean 200.000 tomarán la Moncloa. Suena el himno de España en un altavoz portátil. Algunos coches tocan el claxon. Los pies se mueven solos. “Madrid será la tumba del Sanchismo”, corean los congregados. Suman 300, como los espartanos de la Termópilas.
20.30. Calle de Núñez de Balboa. Suenan de nuevo las cacerolas en este rincón del barrio de Salamanca. Unas 150 personas inician su pequeña revuelta. Madrid vive permanente dèja vú. Todo parece igual, pero nada es lo mismo. Aquí está de nuevo la madrileña Maria Luisa Fernández, autoproclamada líder de las caceroladas del pasado mayo. “Somos el pueblo. Aquí estamos todos. Estamos aquí porque los he traído yo, ponlo”. Fernández está mejor que nunca. Lo que dicta, se cumple. “Sánchez e Iglesias quieren reventar el sistema ya lo he dicho en mis vídeos”, vocifera mientras mueve las manos como la mejor directora de orquesta. El público la sigue. Es una auténtica líder en potencia. Pero, siempre hay un pero con los líderes, Fernández no se cree del todo que el coronavirus exista. Por si acaso, lleva la mascarilla puesta.
— ¿Sabe si va a venir Miguel Bosé?
— Ahora mismo no lo sé.
No se le ve. Hay un ambiente de hastío. La mayoría de los manifestantes cree que el Gobierno de Sánchez ha impuesto el estado de alarma para hundir a la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso “Esto es un auténtico escándalo. Solo es por Ayuso. Hay más sitios de España con miles de casos”, cuenta María, de 50 años, acompañada de su perrito Pepe, un diminuto jack rasell que miraba atónito a las cacerolas. La marcha no es una marcha. Todos se concentran en la misma esquina. A ratos se respeta las distancias, a ratos no. No hay control. A un lado y al otro se juntan vecinos, curiosos, fotógrafos, dos furgones policiales y hasta un helicóptero, por si aquello va a más, pero fue todo a menos.
Información de Juan Diego Quesada, Manuel Viejo, F. Javier Barroso, Luis de Vega, Nicholas Dale e Idoia Ugarte.
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