Las carencias urbanas del nuevo y el viejo Madrid

La pandemia ha hecho patente los defectos de viviendas y calles en barrios históricos y recientes de la capital

Isabel González
Viandantes en la calle de Montera, el 28 de julio.ANDREA COMAS

Antes de la pandemia de coronavirus las ciudades ya se encontraban en un momento de gran incertidumbre por las nuevas emergencias medioambientales. Desde hace meses el virus ha superado cualquier preocupación anterior y ha transformado nuestra vida cotidiana de forma radical, teniendo especial repercusión en las áreas más densamente pobladas como la región de Madrid.

Desde la planificación y la gestión urbana, los retos son enormes puesto que hemos construido un complicado sistema territorial al servicio de un modelo económico de elevado coste de mantenimiento en términos energéticos, a...

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Antes de la pandemia de coronavirus las ciudades ya se encontraban en un momento de gran incertidumbre por las nuevas emergencias medioambientales. Desde hace meses el virus ha superado cualquier preocupación anterior y ha transformado nuestra vida cotidiana de forma radical, teniendo especial repercusión en las áreas más densamente pobladas como la región de Madrid.

Desde la planificación y la gestión urbana, los retos son enormes puesto que hemos construido un complicado sistema territorial al servicio de un modelo económico de elevado coste de mantenimiento en términos energéticos, ambientales y sociales; y que depende de una altísima e insostenible movilidad de capital, mercancías y personas.

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Las medidas de prevención y control de la pandemia y el confinamiento en particular, con sus restricciones y limitaciones a la movilidad y el contacto, entran en absoluta contradicción con las dinámicas de las que depende el sistema urbano-territorial actual. A la crisis sanitaria se añade una crisis económica y social sin precedente y un constante enfrentamiento entre las medidas sanitarias para combatir la pandemia y las económicas. Además, esta nueva emergencia sanitaria agudiza los viejos retos de la pobreza y la desigualdad urbana. La pandemia se ha convertido en un nuevo factor de vulnerabilidad para determinados barrios que ya se encontraban en complicados procesos de empobrecimiento.

El confinamiento no ha afectado a todos de la misma manera. En pleno estado de alarma se pudieron leer en prensa noticias que apelaban directamente a políticos, planificadores y gestores de la ciudad. Así los vecinos del barrio de la Torrassa de l’Hospitalet de Llobregat señalaban que el brote de covid-19 afloraba los déficits históricos de unos barrios “mal planificados”. En otro titular se leía cómo un anciano de más de 80 años comparaba la vuelta a su vivienda, después del restringido periodo de paseo permitido, con la vuelta a una cárcel, dadas las malas condiciones materiales de su vivienda habitual. Estos dos impactantes titulares son útiles para ilustrar claves que deberían servirnos como base para la intervención y la gestión de la ciudad poscovid.

En primer lugar, la existencia de graves carencias heredadas tanto en el espacio residencial como público en nuestros barrios. En cuanto al soporte residencial, tenemos un enorme parque de viviendas con condiciones de habitabilidad deficientes (interiores de tamaño reducido, sin ventilación, luz natural adecuada o confort térmico) en la gran periferia obrera y en el interior de los tejidos históricos donde son absolutamente imprescindibles las intervenciones de rehabilitación y mejora.

El confinamiento sacó a la luz la importancia de esos espacios que podríamos llamar de transición entre el interior y el exterior de la vivienda y que en ciudades como Madrid quedan ejemplificados en las pequeñas terrazas y balcones que han sobrevivido al acristalamiento y cierre, aportando un plus de calidad a algunos afortunados residentes. Una enseñanza no menor del confinamiento ha sido recuperar la importancia de estos elementos que mejoran la habitabilidad y han permitido históricamente la naturalización sencilla de las fachadas a través de las pequeñas plantaciones en tiestos y jardineras.

En cuanto al espacio libre público, ha sido importante ver las graves carencias del espacio para el peatón en nuestras calles. En algunas investigaciones durante el confinamiento se ha detectado las enormes dificultades que en algunos barrios de Madrid tenían los residentes para utilizar el espacio público manteniendo la distancia de seguridad que las autoridades sanitarias prescribían, como consecuencia tanto del excesivo espacio destinado a la movilidad motorizada como de la ocupación de la ya exigua acera por usos privados y comerciales que entran en conflicto con el uso de la calle como espacio libre público. Parece urgente e imprescindible incorporar estrategias de recuperación de las calles para uso peatonal. En muchos barrios coinciden malestar interior en la vivienda y malestar exterior en la calle.

Otra enseñanza importante del confinamiento fue la relevancia de usos y actividades cotidianas y próximas, de las que el comercio de barrio es un ejemplo paradigmático. Ante las restricciones a la movilidad, muchas personas fueron conscientes, por primera vez, de lo importante y necesario que es tener un rico y variado pequeño comercio en su calle y barrio, a menos del kilómetro permitido para el desplazamiento diario. Se pudo comprobar, además, el desigual reparto del comercio de proximidad en la región de Madrid, lo que indica la debilidad y fragilidad de los tejidos más contemporáneos frente a la capacidad de resistencia y/o resiliencia de los tejidos más tradicionales. En muchas áreas nuevas de Madrid, los residentes necesitan largos desplazamientos para satisfacer sus necesidades más básicas. Así a las carencias heredadas en cuanto a calidad del soporte edificado y el espacio libre se incorporan los nuevos legados de la planificación contemporánea.

La pandemia nos está mostrando la necesidad de darle la vuelta al modelo de la ciudad actual para reconfigurar las estructuras urbanas desde y para la proximidad. Una gestión desde estructuras locales de proximidad nos permitirá soportar la crisis actual y las venideras. Para ello parece imprescindible recuperar una escala temporal (15-30 minutos) y espacial (entre 1 y 2,5 kms) más adaptada a la escala humana, a los cuidados y la calidad de vida. Este modelo parece converger con las alternativas propuestas desde la sostenibilidad, el ecofeminismo y la ciudad de los 15 minutos, entre otros.

Las estrategias de mitigación y lucha contra la pandemia en nuestras ciudades implican una transformación profunda del modelo urbano que favorece, además, sinergias con las esferas política, social y ambiental. Hace falta poner el foco en la reconstrucción del espacio cotidiano y de proximidad y en la reducción de la movilidad, en la reactivación de las economías locales y circulares, en recuperar la agricultura de proximidad y en las políticas de soberanía alimentaria, en apostar por un metabolismo urbano con cierre de ciclos (energía, materia y agua) próximos y cercanos.

Todo ello supone una reconversión extraordinaria del diseño de las políticas y la gestión espacial del territorio y la ciudad: frente a la dispersión urbana y la segregación de usos y funciones urbana, la eficiencia de la proximidad y la mezcla de usos y actividades; frente a la ciudad de los acontecimientos y eventos, la ciudad de los ciudadanos y de los cuidados; frente a la ciudad como inversión, la ciudad como valor de uso y espacio de disfrute de su ciudadanos; frente a los objetivos inalcanzables e inabarcables de las aspiraciones individuales, los objetivos finitos y más abarcables de las necesidades humanas.

Isabel González es Doctora Arquitecta. Profesora Contratada Doctora del Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid.

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