Contra el reparo a mostrar la realidad de la pandemia

A lo largo de las semanas el muro de la censura fue cayendo poco a poco, pero era demasiado tarde. Las imágenes de las situaciones más duras de la pandemia no pudieron mostrarse

Un hombre espera en el exterior de su habitación en una residencia de mayores mientras los bomberos trabajan en la desinfección.OLMO CALVO (MSF)

Los primeros días de la pandemia en Madrid me resultan lejanos, parece como si hubiesen pasado años, pero sólo han sido unos pocos meses. Recuerdo las primeras fotos que hice relacionadas con este tema. Fue a finales de enero en el barrio de Usera. La comunidad china, muy numerosa en esa zona de Madrid, había empezado a llevar mascarillas por la calle y algunos comercios comenzaban a cerrar.

En ese momento, a pesar de saber lo que había pasado en Wuhan y lo que estaba aconteciendo en Italia, no fui capaz de imaginarme que lo mismo podría suceder en nuestra ciudad. Creo que fue una sensa...

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Los primeros días de la pandemia en Madrid me resultan lejanos, parece como si hubiesen pasado años, pero sólo han sido unos pocos meses. Recuerdo las primeras fotos que hice relacionadas con este tema. Fue a finales de enero en el barrio de Usera. La comunidad china, muy numerosa en esa zona de Madrid, había empezado a llevar mascarillas por la calle y algunos comercios comenzaban a cerrar.

Concepción, de 86 años, vuelve a casa con una caja de leche en el reparto de alimentos organizado por la Asociación Valiente Bangla, en Madrid.Olmo Calvo (EL PAÍS)

En ese momento, a pesar de saber lo que había pasado en Wuhan y lo que estaba aconteciendo en Italia, no fui capaz de imaginarme que lo mismo podría suceder en nuestra ciudad. Creo que fue una sensación generalizada. A partir de aquellas primeras imágenes de Usera, comencé a hacer más fotos relacionadas con la covid-19. Dos meses después, era lo único que fotografiaba.

Durante todo este tiempo he tenido dos líneas de trabajo muy diferenciadas. Por un lado, he estado documentado el embarazo de mi pareja, Fabiola Barranco, a lo largo de todo el confinamiento y, por el otro, he hecho multitud de trabajos de manera independiente y por encargo, para diferentes medios de comunicación y ONG.

La segunda semana de marzo recibí una llamada de Manu Brabo, fotógrafo y amigo. Había tenido una idea, cubrir la pandemia de manera colectiva desde varias ciudades del Estado. Yo hablé con Fabiola sobre este proyecto y decidimos entre los dos hacer un reportaje sobre su embarazo, con mis fotos y sus textos. Así comenzó Esperando a Iria, quizá el trabajo más importante que he hecho hasta ahora: documentar los meses previos y el nacimiento de nuestra hija.

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En otros países sí vimos en fotografías la crudeza que iba dejando la covid-19. En hospitales y residencias tenían miedo a lo que se pudiese publicar

Pocos días después, Covid Photo Diaries fue una realidad. El 17 de marzo, Manu Brabo, Judith Prat, José Colon, Anna Surinyach, Javi Fergo, Susana Girón, Isabel Permuy y yo, comenzamos a publicar una foto al día en la cuenta de Instagram del grupo. Al principio fue sencillo, pero con el paso de las semanas cada vez requería mayor esfuerzo. Muchos días trabajaba fuera y al volver a casa continuaba haciendo fotos, estaba vez de nuestra intimidad. Nunca había hecho un reportaje así, en el que mi vida era la protagonista. Ha sido un reto, tanto profesional como personal.

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Paralelamente, desde el primer momento, estuve en la calle intentando documentar todo lo que estaba sucediendo. A lo largo de febrero y principios de marzo aún no trabajaba con mascarilla, y no era consciente del riesgo al que estaba expuesto. Cuando tomé conciencia de ello empecé a aplicar un protocolo muy estricto de trabajo cuando hacía fotos y de desinfección cuando regresaba a casa. Mi salud, la de Fabiola, embarazada de ocho meses, y la de todas las personas que me pudiese cruzar realizando reportajes estaba en juego.

Los primeros encargos fueron sencillos; gente con mascarillas por las calles, el vaciamiento de la ciudad por el estado de alarma o los aplausos en apoyo de los trabajadores sanitarios que comenzaron a escucharse en todos los barrios.

Barrera a fotoperiodistas

Pero a medida que se extendía la covid-19, todo se complicaba. El miedo invadió a los jefes de prensa de hospitales, servicios de ambulancias, tanatorios, ayuntamientos, comunidades autónomas y ministerios. Pero no era miedo al virus, sino a lo que se pudiese publicar. Mientras en otros países veíamos la crudeza de las imágenes que iba dejando la pandemia, en España todo eran calles vacías y aplausos a las puertas de hospitales. No se podían fotografiar ancianos enfermos en las residencias, hospitales abarrotados de pacientes o depósitos llenos de cadáveres. La excusa era el temor a los contagios o la privacidad, la realidad el pánico que tenían a que se viese algo que les pudiese perjudicar.

A lo largo de las semanas el muro de la censura fue cayendo poco a poco, pero era demasiado tarde. Las imágenes de las situaciones más duras de la pandemia no pudieron mostrarse.

Además el acceso era muy limitado y, casi siempre, por vías informales. La mayoría de los compañeros con los que he hablado tuvieron muchas dificultades para poder trabajar y, en la mayor parte de los casos, lo hicieron gracias a contactos personales propios o de los medios con los que colaboran. Los canales oficiales para solicitar permisos estaban prácticamente bloqueados. También se incrementó la competencia. El neoliberalismo más desenfrenado se desató en nuestra profesión. Pese a todo y con mucho esfuerzo yo pude trabajar. Quizá no como hubiese querido, pero trabajé y lo sigo haciendo.

El 27 de mayo nació nuestra hija. Con esa foto terminé el reportaje Esperando a Iria y comencé un tema de largo recorrido, para toda la vida.

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