56 años juntos. También en la enfermedad
Alfonso y Cesárea han muerto en Caser de La Moraleja, uno de los muchos geriátricos madrileños donde ha entrado el coronavirus
Almudena pasa estos días un doble luto imaginando las últimas horas de sus padres, aislados en su habitación de una residencia madrileña. Primero se fue él, Alfonso Ariza, de 87 años, el miércoles de la semana pasada. Su madre Cesárea Andrés, de 85, aguantó hasta el sábado. Todo ha sido irreal, frío. Sin abrazos, ni besos, ni un adiós.
No sabe si podrá cubrir las lagunas sobre cómo fue la muerte. A duras penas ella y sus dos hermanas han podido rellenarlas con la escasa información de los trabajadores del centro, Caser Residencial La Moraleja. Hace dos semanas la empresa les informó de ...
Almudena pasa estos días un doble luto imaginando las últimas horas de sus padres, aislados en su habitación de una residencia madrileña. Primero se fue él, Alfonso Ariza, de 87 años, el miércoles de la semana pasada. Su madre Cesárea Andrés, de 85, aguantó hasta el sábado. Todo ha sido irreal, frío. Sin abrazos, ni besos, ni un adiós.
No sabe si podrá cubrir las lagunas sobre cómo fue la muerte. A duras penas ella y sus dos hermanas han podido rellenarlas con la escasa información de los trabajadores del centro, Caser Residencial La Moraleja. Hace dos semanas la empresa les informó de que cancelaban todo tipo de visitas porque había un brote de Covid-19, la enfermedad del nuevo coronavirus. Las tres hermanas solo podían comunicarse con ellos gracias a la generosidad de los cuidadores. Con sus móviles hacían videollamadas para mostrarles que estaban bien; la última el miércoles 18.
Pero la llamada que recibieron el viernes 20 les hundió. Alfonso tenía tos y fiebre, síntomas de la enfermedad. Hasta entonces y durante dos años en la residencia los dos habían superado cada bache, pero su salud era ya muy frágil. Él padecía hipertensión y tenía un marcapasos; ella, alzheimer avanzado, aunque tenía algunos momentos de lucidez. Las hermanas pensaron que esta vez sería el final.
Los cuidadores trasladaron a Alfonso a la zona de la residencia donde agrupaban a los enfermos con síntomas del virus, pero les llamaron para decirles que habían decidido llevarlo de nuevo a su habitación, junto a Cesárea. Las hermanas dieron su aprobación. “Mi padre preguntaba mucho por ella y se sentía muy solo. Si mi padre había cogido el virus y se iba a morir, preferíamos que se fuese con ella”, narra Almudena al teléfono desde su casa en Asturias.
A partir de ahí todo fue una lucha titánica para conseguir información. Ya no recibieron más videollamadas. Nadie cogía el teléfono en la residencia, tampoco respondía el gerente por el WhatsApp. Lo poco que averiguaban las dejaba aún más confundidas. Un día les dijeron que los dos dieron un paseo, pero ¿por la habitación?, ¿cómo podían dar un paseo si estaban aislados?, ¿cuántos enfermos había en la residencia?
La siguiente noticia que tuvieron fue el miércoles pasado por la mañana. Su padre había empeorado rápidamente y se estaba asfixiando. Le habían puesto morfina para aliviar el dolor. En ese momento la doctora les confesó que tres días antes habían llamado al hospital, pero la ambulancia se negó a ir por él. La Sanidad madrileña ha optado por salvar a las personas con mayor vida útil porque no hay respiradores para todos. De nuevo otra llamada, a las ocho y media. Alfonso había fallecido.
¿Se hubiera salvado en el hospital?, ¿se enteró de algo Cesárea? Según les dijo el personal de la residencia la sedaron para que no viera cómo retiraban de la habitación el cuerpo de Alfonso. En cuanto despertó al día siguiente su estado era crítico. Fue súbito. No había tenido síntomas de la Covid-19 hasta entonces, pero parecía que se estaba dejando ir, como si sintiera la ausencia de Alfonso. El sábado, durante la ronda, los cuidadores vieron que no tenía signos vitales. A las hijas les avisaron a las dos de la tarde.
Almudena, de 52 años, dice que al menos les queda el consuelo de saber que sus padres murieron juntos. Se casaron en 1964 y nunca se separaron, ni siquiera en la enfermedad. Él, cordobés, fue guardia real y bedel de la Universidad Politécnica; ella, leonesa, modista y ama de casa.
Las hermanas han sabido por boca de otras familias que al menos otras 30 personas estaban enfermas. A su madre le hicieron la prueba de la Covid-19 en la residencia, pero no les han dado los resultados. No responden ni al teléfono ni a los correos. Sienten que la gerencia de la multinacional les ha ocultado información para no dañar su imagen. Una portavoz de la empresa dice que desconoce el caso. “Hemos intensificado la comunicación en todos los sentidos”, responde.
Han decidido que harán un funeral cuando los familiares puedan volver a reunirse y abrazarse. Todavía no han visto ni las cenizas. “Es todo como un mal sueño. Queremos verlos y saber que es real. Si las cosas han sido como creemos quizás han tenido una buena muerte. Juntos. Sin sufrir”.
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