La tribu se pone en marcha

“De todas las veces que he querido intensamente a mi madre desde que soy madre, esta es la que más”, afirma la autora

Cartel de cierre colgado en la verja de un colegio en Madrid.Eduardo Parra (Europa Press)

“En Vitoria acaban de cancelar las clases, ahí lo dejo”. Con este mensaje anticipé en el grupo de Whastapp del cole ―26 madres y dos padres, la joya de nuestra corona― lo que nadie podía creer pero acabó pasando unas horas después en Madrid. El Gobierno de Ayuso estaba reunido de urgencia y Sanidad acaba de declarar descontrolado el foco de Madrid. No soy la pitonisa Lola, pero sé sumar. Por la tarde, escuché el anuncio en la radio y me pu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“En Vitoria acaban de cancelar las clases, ahí lo dejo”. Con este mensaje anticipé en el grupo de Whastapp del cole ―26 madres y dos padres, la joya de nuestra corona― lo que nadie podía creer pero acabó pasando unas horas después en Madrid. El Gobierno de Ayuso estaba reunido de urgencia y Sanidad acaba de declarar descontrolado el foco de Madrid. No soy la pitonisa Lola, pero sé sumar. Por la tarde, escuché el anuncio en la radio y me puse a hiperventilar. Como Joshua, el superordenador de Juegos de Guerra, hice cálculos mentales a mil por hora para sobrevivir al cierre de los colegios pero todos terminaban en muerte y destrucción. En Madrid, se podían escuchar las cabezas de los padres estallando como palomitas en el microondas mientras desvalijaban supermercados.

Durante el anuncio, tuve que desconectar del móvil un rato y cuando lo volví a coger tenía más de 300 mensajes. El primero que abrí fue el de mi santa (madre), que me comunicaba que había procedido a comprarse el billete de autobús. De todas las veces que he querido intensamente a mi madre desde que soy madre, esta es la que más. Mi imposible encaje de bolillos particular estaba resuelto, no sin cargo de conciencia. Mi santa es grupo de riesgo y va a viajar, a pesar de que se recomienda evitarlo, y a pasearse por parques, centros comerciales y supers atestados. Nadie puede pretender que los niños pasen 15 días encerrados y los que los van a cuidar son, precisamente, a los que se recomienda no salir.

Mientras tanto, en el grupo de amigos la primera idea fue enmarronar a los profesores padres. “En la urba por decreto los profes atienden a los hijos del resto”, sentenciaba un aguililla. “¡Oye, que los profes iremos al cole!”, contestaba un docente que ya se barruntaba la jugada. “¡Al pueblo todos!”, proponía una madre sin contar con que no todos tenemos pueblo.

Otra tuvo una idea genial: organizar grupos de cuidado y comunalizar a los hijos. “Nos pedimos días libres, nos cobramos esas horas extras que nos deben, adelantamos vacaciones, nos podemos malos un día si hace falta... y por turnos uno se encarga de todos los niños juntos en la sala de la comunidad”. Entre las 10 familias de amigos de la urba, 20 padres, podemos cubrir de sobra las dos semanas del pánico. ¿Quién dijo que ya no había tribus? Mi propio recordó que los universitarios no tienen clase tampoco y varios pidieron el número de esa canguro tan maja que estudia una doble licenciatura. Pero, a razón de 10 euros la hora y con jornadas laborales de ocho, las cuentas no salen.

Lo que nadie vemos claro es lo de telecolegiar. Con chavales de 10 años, todavía, pero es imposible trabajar desde casa con niños pequeños. ¿Qué haces, les pones ocho horas de tele y los atas a una silla para que no vengan cada cinco minutos a interrumpir?

Sobre la firma

Archivado En