Las siete vidas del ‘souvenir’ en el Camino de Santiago: de un botafumeiro con 60 kilos de plata al imán chino de tres euros
La ciudad prohíbe la apertura de más tiendas de recuerdos en un casco histórico con 92 de estos locales. “Hay para todos”, defienden los vendedores de la ciudad
En Santiago se dice que el primer souvenir de la historia fue la venera, la concha de vieira con la que los peregrinos medievales regresaban a casa como prueba de que habían alcanzado su meta. Entonces, salvo que ellos mismos falseasen su relato, las vieiras procedían siempre de las rías gallegas. En el siglo XXI, sin embargo, muchas de las conchas que se venden a lo largo de los Caminos y en Compostela vienen de Irlanda. Las mismas empresas que exportan la carne del bivalvo congelada aprovechan el filón de la creciente fiebre jacobea y ya no desperdician nada. La concha y el Botafumeiro metálico en miniatura (por lo general, fabricado en Menorca) siguen siendo los eternos símbolos de los caminos de Santiago, pero el universo de los souvenirs se expande, se transforma y se globaliza desde hace un par de décadas. La ciudad prohíbe ahora la apertura de más tiendas de recuerdos en un casco histórico con 92 de estos locales.
Manuel Villar, heredero de una estirpe compostelana dedicada al juguete y el recuerdo, vivió la reconversión de las pequeñas fábricas chinas de souvenirs, esas que de una estampa típica de cualquier pueblo de España enviada por correo electrónico sacan una partida de miles de imanes de resina que luego cruzan océanos en un contenedor y se venden en cada pequeño puesto a turistas de todo el mundo.
Cuando Villar empezó a viajar a China buscando esas factorías dispuestas a trabajar para el pequeño comercio, eran talleres con suelo de tierra y horno de leña. Pero estas “o desaparecieron o se transformaron” y esos “fabricantes pequeñitos” con los que hoy continúa “son ya para toda la vida”, asegura: “No te fallan nunca si les pagas religiosamente”. En el polígono de O Tambre, Villar gobierna una nave desde la que distribuye todo tipo de souvenirs, pero no es el único importador en una localidad, Compostela, que según las cuentas del Ayuntamiento concentra, en apenas cinco calles del casco monumental, 92 tiendas de recuerdos, aunque los propios comerciantes del sector apuntan cifras mucho más altas.
“No nos preocupa que haya mucha competencia; hay para todos”, se sincera Nena, que a pesar de este nombre por la que “todo el mundo” la conoce es una de las más veteranas comerciantes de souvenirs, en la rúa do Franco. En su tienda conserva mercancía muy antigua, autóctona, anterior a la era de la baratija global. Muñecas vestidas “de gallegas”, ataviadas primorosamente con el traje tradicional a manos de “señoras de la ciudad”, y tallas de madera que representan escenas típicas (curas con paraguas, lecheras, paisanas con un cochinillo en brazos), labradas por artesanos que ya han fallecido o que rondan los 90 años. “Se ponían de acuerdo, cada uno hacía una figura y no se copiaban. Había muchos artesanos en Santiago, pero todo esto se acaba aquí, ya nadie quiere hacer estas cosas”, lamenta la vendedora.
Pero es que tampoco tienen ya mercado. “Hoy lo que se lleva la gente es el imán, la camiseta y el pin”, sentencia Villar, “además de los rosarios rematados con la concha y la cruz de Santiago, que se venden muchísimos, no me preguntes por qué”. Los gustos han cambiado, condicionados por la forma en la que se viaja y por el reducido equipaje que permiten los vuelos, explica. Por ejemplo, “ya no se venden juegos de queimada”, porque ocupan más de media maleta. Antes también se despachaban “muchísimos hórreos”, recuerda, “pero ahora el turista viene en avión o por autovía y, al llegar a Santiago, no ha visto ningún hórreo en su ruta: así que los hay que preguntan si es un sistema de enterramiento, algún cofre donde metemos a los muertos”. Para estos, ese perfecto granero que es el hórreo ya no significa nada.
El afán por llevarse algún recuerdo del Camino ha alcanzado los estudios de tatuaje, que siguen la estela iniciada por el ecuatoriano Ethan Clay, célebre estampador de pantorrillas y brazos con símbolos jacobeos —desde 40 euros— en la avenida Rosalía de Castro. También se sumó al tirón la propia Catedral, que acoge intramuros una tienda-librería con souvenirs “oficiales” por la que hay que pasar durante el recorrido: “A Jesús no le gustaría. Es el mercader dentro del templo”, critican los comerciantes de la ciudad.
En la zona monumental se prohíbe ahora la apertura de nuevos bazares de recuerdos y de tiendas de productos típicos. El Gobierno de Compostela, una de las localidades más turísticas de España —la catedral de Santiago es uno de los cuatro monumentos más visitados, junto con la Alhambra, la Sagrada Familia y la Mezquita de Córdoba—, ha puesto en marcha un plan “pionero” para combatir la turistificación de la Ciudad Histórica y tratar de repoblarla de vecinos y comercios “de proximidad”, en caída libre desde los primeros Xacobeos masivos de tiempos de Fraga en la Xunta.
Fue también por aquellos años cuando un día se presentó José María Ruíz-Mateos en el Bazar de Villar, dispuesto a comprar un botafumeiro auténtico, fabricado en Madrid, en 1976, por el orfebre Luis Molina con 60 kilos de plata. Puso sobre la mesa un cheque en blanco. Quería llevárselo a cualquier precio, pero los dueños del bazar le negaron el capricho. Al día siguiente, cuenta Villar, el empresario que supo ser viral antes que nadie difundió una foto suya delante de ese incensario gigante (que todavía luce en el negocio familiar de Santiago) y lanzó su particular noticia fake: Ruiz-Mateos roba el Botafumeiro. No fue, de todas formas, el único forastero interesado en comprar el souvenir más caro de la ciudad. “Un obispo de México también lo intentó, y hasta una comitiva de un pueblo castellano se presentó con los dos millones de pesetas que habían recolectado en la parroquia. Querían instalarlo allí”.
Sin pujar tan alto, no son pocos los turistas extranjeros —estadounidenses, alemanes, italianos, brasileños— que compran tallas de madera del apóstol Santiago (incluso en su versión de Matamoros, que la propia catedral camufla desde hace años con ramos de flores) o de la fachada más famosa de la basílica. Apenas quedan manos que las labren, pero el argentino Óscar Martarelli, vendedor afincado desde hace 34 años, hoy en la Praza do Toural, todavía tiene de mano “a Manolo”, un escultor local. Martarelli saca del almacén una de esas estampas catedralicias talladas con gubia y cuenta que se la encargó un peregrino brasileño: “Me la dejó pagada, 360 euros, y me dijo ‘algún día volveré a buscarla’. Desde entonces, aquí le espera. Sé que vendrá”.
Pero el fuerte de Óscar Martarelli, la razón por la que se habla de él y de su tienda A Rúa en todos los Caminos, son los parches cuentakilómetros “a la carta” para pegar o coser en las mochilas. Un día se puso a contarlos y sabe que tiene ya más de 1.700 referencias. Encarga todo a un taller de Portugal y es difícil que se le escape alguna ruta de peregrinación en el planeta. O que le falte la bandera de algún país. O algún punto de partida hacia Santiago con los kilómetros exactos del recorrido.
Da igual si ponen un mojón en Buenos Aires, a 9.990 kilómetros de Compostela; o en la calle 7 de Miami, a 6.640. Automáticamente, Martarelli estampa cualquier novedad que surja en las rutas. Si un día llega preguntando una peregrina con un carrito de bebé, crea el diseño específico para esas madres caminantes. Disfruta sorprendiendo a cada viajero que entra por su puerta, porque prácticamente lo tiene todo. También chapas e imanes, que va creando en pequeños talleres locales.
Las conchas y cruces de hierro fundido vienen muchas veces de Asturias. Los azulejos con la concha o la flecha amarilla estampada, de Andalucía. Los sombreros de peregrino, de Valencia. Pero, en general, China domina el mundo del souvenir de bajo coste. Amuletos “contra el mal de ojo” y la “envidia”, procuradores de “larga vida”, conversores de “sueños en realidad”, ayudantes “en pleitos”. Y brujas de la suerte, y bolas de nieve con el Apóstol encapsulado, y abanicos, y camisetas, y peluches. A veces, los importadores galaicos reciben partidas con imágenes disparatadas y erratas garrafales. Las devuelven. Y después aparecen en alguna plataforma internacional de venta online.
Martarelli encontró una placa en Temu y se la compró “para decorar” su local: Una enorme concha sobre un supuesto mapa de la Península Ibérica como dibujado de memoria por un preescolar con ganas de dormir. La peor parte se la lleva Portugal. Y abajo, el lema: “Camino de Sa intagao”. La rareza también tiene precio: 18,50 euros.