La convivencia se asienta en Euskadi con la asignatura pendiente de la memoria

El clima social se ha normalizado tras el fin del terrorismo en una comunidad que parece pasar página de los años más duros sin apenas reparar ya en ellos

Carteles electorales de los candidatos a lehendakari, en una calle de San Sebastián.Javier Hernández

Era octubre de 2003 y todavía quedaban ocho años para que ETA anunciara el fin de la violencia. En los cines se estrenaba el documental La pelota vasca, la piel contra la piedra de Julio Medem en medio de una polémica que duró meses. Las últimas palabras que escuchaban los espectadores antes de que se encendieran las luces de las salas eran las de Bernardo Atxaga. El escritor vasco, sentado en una silla a las afueras de un pequeño pueblo de la Llanada Alavesa, hablaba del final de la vi...

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Era octubre de 2003 y todavía quedaban ocho años para que ETA anunciara el fin de la violencia. En los cines se estrenaba el documental La pelota vasca, la piel contra la piedra de Julio Medem en medio de una polémica que duró meses. Las últimas palabras que escuchaban los espectadores antes de que se encendieran las luces de las salas eran las de Bernardo Atxaga. El escritor vasco, sentado en una silla a las afueras de un pequeño pueblo de la Llanada Alavesa, hablaba del final de la violencia que todavía no había llegado: “Algún día se producirá y lo notaremos porque la gente en vez de andar sobre el suelo, andará como a 20 centímetros, levitará levemente para no escandalizar pero levitará del peso que nos quitaremos de encima”. Atxaga planteaba, además, una utopía política para una mejor convivencia entre diferentes a la que llamó Euskal Hiria (”la Ciudad Vasca”, en euskera). “Nadie puede decir ‘esta ciudad es mía porque yo llegué primero’, la ciudad es de todos los que han llegado y de todos los que la han construido y la van a construir”, decía en el documental.

De aquellas palabras han pasado más de dos décadas y, aunque los vascos siguen caminando por el suelo, Euskadi ha vivido un proceso de descompresión y la convivencia se ha abierto paso. “Yo creo que se ha normalizado, hay situaciones que hace unos años generaban mucha incomodidad, algunos temas no salían en las conversaciones, en las fiestas populares se generaban situaciones de mucho malestar… todo eso ha desaparecido”, opina María Silvestre, catedrática de Sociología y directora del Deustobarómetro Social, una encuesta de la Universidad de Deusto. Hasta las palabras convivencia o cohesión social se han resignificado. Ahora no se mencionan al hablar de una sociedad golpeada por el terrorismo sino, por ejemplo, al denunciar el alto grado de segregación escolar que sufre Euskadi, que según un estudio de Save The Children y Esade, es de las comunidades que más segregan al alumnado de origen migrante junto con Madrid y Cataluña.

Los debates públicos se han desprendido de la sombra del terrorismo y se asemejan a los de otros territorios donde está asentada la democracia. Se habla de la crisis de Osakidetza (Servicio Vasco de Salud), de derechos laborales, del problema de acceso a la vivienda, o de poner coto al turismo en una comunidad que despegó con el fin del terrorismo de ETA. Y se habla más libremente. El porcentaje de quienes se sienten libres de expresar sus opiniones políticas en cualquier situación ha pasado del 47% al 61% en ocho años. Un rápido avance en poco tiempo, según Silvestre, pero “en parte porque la transmisión de la memoria ha sido un poco light, la gente joven desconoce mucho de nuestro pasado reciente”. “La sociedad ha estado más por pasar página y seguir adelante”, cree la experta.

Óscar Rodríguez, doctor en Ciencias Políticas, parlamentario del PSE entre 2004 y 2012 y directivo de empresa, coincide con ella, pero solo en parte. Cree que lo que ha ocurrido equivale a una “amnesia colectiva” en la que “la mayoría ha pasado página sin leerla”. Rodríguez tiene 47 años y vivió hasta los 16 en Arrasate/Mondragón (Gipuzkoa). Su padre era concejal socialista en la localidad. Uno de sus primeros recuerdos políticos, con apenas nueve años, es el calor que desprendía el fuego de los cócteles molotov que los violentos lanzaban contra la Casa del Pueblo, sede local de los socialistas, que regentaba la familia de su madre. Los radicales, apunta “cuando tienen 20 o 30 años más”, abandonan la violencia y tienen un discurso diferente pero seguramente piensan que lo que hicieron estuvo bien y que era necesario”. Pero, al mismo tiempo, considera que hay que ser capaces de aliviarse, de no estar todo el día con ese peso. “Si no —dice— no vamos a levitar nunca como decía Atxaga”.

Rodríguez tiene amigos de la izquierda abertzale y señala que “en las conversaciones ya no hay los momentos de tensión de antes”. Apuesta por dejar atrás el pasado, sin olvidarlo. “Tiene que haber un momento en el que, una vez que ha acabado la violencia, seamos capaces de pasar un poco página, sin olvidar las cosas y haciendo memoria”. Considera que un paso importante hacia una convivencia “plena” sería que quienes tengan información ayudaran a esclarecer los asesinatos cometidos por ETA que están todavía sin resolver. Según el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, hay 312 asesinatos de ETA sin resolver cometidos tras la amnistía de 1977, de los más de 850 perpetrados por la organización terrorista.

“El indicador de la justificación de la violencia ya está en datos que nos equiparan a las democracias avanzadas”, explica Silvestre, que señala que un 89% de los vascos considera que en ningún caso se puede justificar la violencia para alcanzar fines políticos, según el último Deustobarómetro, de finales de 2023.

“Pasar página” es la expresión que surge en casi todas las conversaciones. Preguntado por ella, Julen Mendoza, alcalde de EH Bildu en Errenteria (Gipuzkoa) entre 2011 y 2019 y ahora dedicado a la actividad privada, apunta que “esa sensación puede existir en las víctimas de todas las violaciones de derechos humanos e incluso algunas víctimas de la violencia del Estado sentirán que la violencia que han sufrido no ha sido reconocida”. Un informe encargado por el Gobierno vasco documentó 4.113 casos de torturas y malos tratos policiales entre 1960 y 2014, y concluía que sus víctimas no habían recibido “el reconocimiento y la reparación debidos”.

Errenteria (Gipuzkoa) fue durante años conocida como la Belfast vasca. “Ahora es totalmente diferente, no tiene nada que ver”, afirma Mendoza. “El acercamiento entre comunidades culturales e identitarias diferentes ha abierto la puerta a una Errenteria diferente, bastante cohesionada”.

Julen Mendoza impulsó el primer homenaje expreso de un Ayuntamiento gobernado por la izquierda abertzale a víctimas de ETA y la corporación que él lideraba aprobó con el respaldo de todos los partidos —EH Bildu, PSE, PNV, PP e IU— el informe Hacia una memoria compartida, que documentaba los hechos violentos en Errenteria de 1956 a 2012. “Han pasado 13 años desde que ETA lo dejó, ha llegado una nueva generación y esto está quedando atrás y mi sensación es que no se cerró como se debía cerrar, no hubo un acuerdo mínimo en el país, un suelo común. Eso genera una insatisfacción en las personas que han sufrido la vulneración de derechos humanos y además trasladamos la mochila a las siguientes generaciones”, asegura el regidor.

A esa nueva generación pertenece Aroa Martínez, de 14 años, que vive en Vitoria y cumplirá 15 años en octubre. ETA cometió su último asesinato cuando ella tenía solo cinco meses. Sabe lo que fue el terrorismo porque su padre le ha hablado de ello y vio un documental en televisión, pero reconoce que no sabe mucho sobre lo que ocurrió y el tema nunca ha surgido en una conversación con sus amistades. “Cuando salimos de Euskadi siempre nos hacen la broma de si somos de ETA, pero yo no me he puesto a hablar en serio de ello con alguien de mi edad”.

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