‘Junts’ significa otra cosa

Como tales convergentes, se sienten los vencedores perpetuos, han mamado la ley de hierro del catalanismo

Laura Borràs, entre Jordi Sànchez y Elsa ArtadiLorena Sopêna i Lòpez (Europa Press)

En la sala del hotel que Junts per Catalunya ha elegido para pasar la noche electoral suena machaconamente una canción que se llama, oh sorpresa, Junts som invencibles. Es de un grupo de Sant Feliu de Guíxols llamado Bipolar —no le busquen dobles sentidos, el nombre es este y el grupo es preexistente a la campaña—, y resulta indistinguible de tanta música catalana actual, un pop de ritmo fácil y pegadizo y letras a medio camino de la épica y la autoayuda colectiva. Hasta las ocho, cuando lo único que se sabe son los rumores de encuestas, esa canción casa bien con el optimismo que domina entre ...

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En la sala del hotel que Junts per Catalunya ha elegido para pasar la noche electoral suena machaconamente una canción que se llama, oh sorpresa, Junts som invencibles. Es de un grupo de Sant Feliu de Guíxols llamado Bipolar —no le busquen dobles sentidos, el nombre es este y el grupo es preexistente a la campaña—, y resulta indistinguible de tanta música catalana actual, un pop de ritmo fácil y pegadizo y letras a medio camino de la épica y la autoayuda colectiva. Hasta las ocho, cuando lo único que se sabe son los rumores de encuestas, esa canción casa bien con el optimismo que domina entre los dirigentes del partido de Carles Puigdemont y su equipo de organización. De hecho, se me ha ocurrido comentar a un asesor del partido que el resultado estará muy reñido —un formulismo, como quien habla del tiempo—, y él me responde: “No lo creo”. Están convencidos de que quedarán claros ganadores.

Es un convencimiento típicamente convergente. Aunque Junts se esfuerza en presentarse como un partido nuevo, conservan intacto el gen del partido que fundó Jordi Pujol; son convergentes pasados por la centrifugadora. Y como tales convergentes, se sienten los vencedores perpetuos, han mamado la ley de hierro del catalanismo, esa que dice que Esquerra Republicana gana las encuestas y ellos las elecciones.

Así se debe interpretar también la primera intervención pública de la portavoz, Elsa Artadi, que poco antes de las nueve, algo tarde para lo esperable, aparece y se lanza a un mensaje poco menos que eufórico. Tan segura está de la victoria que, aunque empieza su declaración con la consabida prudencia, “la única encuesta real serán los votos etcétera”, se anima y acaba augurando “una gran noche para Junts per Catalunya”.

Lo que no puede hacer Artadi es saludar a los fieles, a los militantes, a los seguidores. Esta noche electoral es muy extraña. Es como un partido de futbol sin público. Cada vez que, en la pantalla, la televisión anuncia los movimientos de escaños, no hay reacción en la sala. Ni vítores si los números van bien, ni silbidos o insultos al árbitro cuando hay bajadas de escaños. Y, por si fuera poco, todos amordazados con las máscaras de la pandemia, que impiden reconocer rictus y reacciones. El mismo escenario es inhóspito, un hotel es hoy lo más parecido a un decorado de película de terror, una especie de Bates Motel de lujo, una versión atípica de la España/Cataluña vaciada.

En el hilo ambiental de la sala, el equipo de Junts alterna ratos de conexión con la tele con otros de martilleo impenitente del Junts som invencibles, la canción emblema. Entonces, en la pantalla desaparecen las listas de escaños y dejan paso al cartel electoral: las caras de Laura Borràs y Carles Puigdemont y ese lema doble, que parece fruto de una indecisión del publicista: Junts per fer, Junts per ser.

El escepticismo que había a las seis de la tarde por el sondeo de TV3 está directamente vinculado a la mala relación del partido de Puigdemont, Borràs y Jordi Sánchez con la televisión catalana, a la que acusan de estar controlada por ERC. Una tirantez que, al trasladarse a las redes sociales, se transforma indefectiblemente en insultos y odio cerval: aunque no se lo crean, les aseguro que hay en Twitter gente que habla de TÑ3”, o sea, que opina que TV3 es un submarino español. No rían, les juro que lo ven así.

Una hora más tarde de su primera aparición, y con unos números menos halagüeños de lo previsto, Elsa Artadi modifica su discurso: ahora la gran victoria es del independentismo —ya así, en bloque—. Aún mantiene una esperanza en algún voto que se gane en el minuto de descuento, con lo que se niega a reconocer la victoria de nadie. Pero la canción empieza a sonar, aunque levemente, como una ironía: “Junts som invencibles”.

Y, a partir de aquí, un largo silencio de los candidatos. Los porcentajes de escrutinio van cayendo y Laura Borràs sale cuando ya van por el 98,35%... aunque quien habla primero es el número uno, cómo no. Es Carles Puigdemont quien hace la valoración online, mientras el resto de los dirigentes, en escorzo, escuchan disciplinados y atentos. Lo que conforma una imagen chocante.

Borràs toma el relevo a continuación. La sonrisa impecablemente colocada. Se ha quitado la mascarilla para el momento, una mascarilla con la imagen de la Marianne indepe —un diseño del 2017, tras el 1 de octubre— y el lema “República Catalana”.

El discurso es de derrota disimulada, insistiendo en las hipotéticas dificultades que Junts tenía por no disponer de suficiente espacio electoral. Pero se puede vestir, como ya aventuró Artadi horas antes, de victoria independentista. Pressing ERC, que no se les ocurra a los republicanos aprovechar su sorpasso histórico para desviarse del camino. Es la resignificación de la cancioncita: ”Junts som invencibles” se refería a todos los indepes. Ah, claro.

Esta noche, ya lo saben, es aquella en la que todos han ganado (aunque, esta noche, hay alguno que ni forzándolo ha podido decirlo). Que digan lo que quieran, pero si el grupo Bipolar cobra royalties cada vez que suena la canción Junts som invencibles, ya les digo yo quiénes van a ser los auténticos vencedores de las elecciones.

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