De vuelta a la ‘tribu’ a partir de los 70
Un grupo de jubilados promueve un ‘cohousing’ cooperativo en Godella con 21 apartamentos de alquiler y una gran zona común para vivir juntos una vejez activa
Los cohousing de mayores son cada vez más una alternativa a vivir en residencias o en soledad a partir de los 60 o 70 años. Rosana Pérez, una trabajadora social jubilada de 74 años, quiere compartir su vida con otras personas y tener una vejez activa y comprometida mientras su cabeza se lo permita, confiesa. Hace unos años se unió a Resistir, una cooperativa de viviendas colaborativas pionera en la Comunidad Valenciana, surgida en 2016 de una docena de amigos que...
Los cohousing de mayores son cada vez más una alternativa a vivir en residencias o en soledad a partir de los 60 o 70 años. Rosana Pérez, una trabajadora social jubilada de 74 años, quiere compartir su vida con otras personas y tener una vejez activa y comprometida mientras su cabeza se lo permita, confiesa. Hace unos años se unió a Resistir, una cooperativa de viviendas colaborativas pionera en la Comunidad Valenciana, surgida en 2016 de una docena de amigos que, ocho años y mil vicisitudes después, se está haciendo realidad en Godella, un tranquilo pueblo de 13.500 habitantes cercano a la capital. La construcción está en marcha y en dos años, con permiso de imprevistos y sorpresas, los cooperativistas dispondrán de 21 apartamentos de 50 o 60 metros cuadrados —en alquiler— y una zona común de 400 metros para convivir y compartir desde clases de yoga, a cinefórums, clubes de lectura o encuentros culinarios. Su proyecto de vida es comunitario y abierto al barrio.
“La vejez es un estado muy vulnerable. Hay quien no tiene hijos, quien sí los tiene pero están fuera o no pueden cuidarlos…, así que la idea de la cooperativa es vivir juntos y protegernos a todos los niveles”, resume Juan Ballester, arquitecto de 73 años y responsable por amor al arte del diseño de Conviure, nombre dado al proyecto de Godella. La ley valenciana de vivienda colaborativa —la primera del Estado, aprobada por el anterior Gobierno valenciano—, fue un espaldarazo para los cooperativistas. “Ha sido un problema que hasta entonces no hubiera una legislación donde encuadrar estos proyectos. Durante años hemos ido prácticamente por libre, sin ayudas”, apostilla Rosa Crespo, de 71 años, educadora retirada y cooperativista.
La idea original, según Ballester, era conseguir una cesión de suelo en otro municipio valenciano que no salió adelante. Más tarde un agente de la propiedad les ofreció una parcela en Godella pero los bancos no les pusieron fácil la financiación y el Instituto Valenciano de Finanzas tampoco respondió. El mismo agente les proporcionó al final un inversor —Anfusal, SL—, que es el que se ha hecho cargo de la construcción. Cuando se acabe el edificio se alquilará a Conviure, que cederá el uso a los socios cooperativistas. El precio del alquiler no está cerrado todavía y reconocen, con cierto realismo, que no será barato porque hay bastantes gastos pero, de momento, los cooperativistas ponen 300 euros para el capital social y 2.000 euros de señal, que se devuelven si se van. No hay afán de lucro alguno.
“El Ayuntamiento de Godella nos ha apoyado mucho”, añade el arquitecto pues tuvieron un problema con las ordenanzas municipales que al final lograron resolver. Pidieron la licencia en 2021 y se la han concedido dos años después. La cooperativa organiza eventos comunitarios para que los socios se conozcan y establezcan vínculos ya sea en torno a una paella o en otros festejos porque su proyecto de vida es comunitario. “Todos vivimos en casas mejores que esa, seguro. Porque son más grandes y producto de toda una vida y en la cooperativa vamos a una casa con lo básico: un dormitorio doble, un salón-comedor-cocina, un baño adaptado”, explica el arquitecto. “Pero, a cambio, tendremos unos 400 metros cuadrados de espacios comunes que favorecerán el encuentro”, remata Rosa.
La ley de Viviendas Colaborativas de la Generalitat Valenciana obliga a que un 20% de la superficie útil sea de elementos comunes. “De momento, hay prevista una zona de estar y una cocina para socializar. La primera discusión fue precisamente por este espacio”, explica el arquitecto. “Yo pretendía que fuera una cocina doméstica pero se planteó hacerla más grande. También habrá lavandería, espacios polivalentes y un gabinete sociosanitario cuyo objetivo está por definir”, añade. El área común, prevista en una alquería frente al edificio de viviendas, estará abierta al barrio porque no quieren ser un gueto.
Convenios en Asturias o Madrid
Los tres coinciden en que las Administraciones públicas solo han previsto para las personas mayores las residencias o la ayuda domiciliaria, a la que si no tienes algún grado de dependencia, no tienes derecho. “No queremos vivir en una residencia sino con personas con las que tengamos afinidades y un compromiso de ayuda mutua y colaboración”, continua Rosana. Es un proyecto privado, reconoce, pero si en 10 o 15 años se convierten en personas dependientes y necesitan cuidados continuados, la cooperativista aboga por algún convenio con las Administraciones Públicas para que este tipo de comunidades sean sostenibles. Explica que en Asturias y en Madrid ya existen entre las viviendas colaborativas y las consejerías de Bienestar Social o equivalentes.
Rosa está acostumbrada a la convivencia con otras personas, lo ha hecho a lo largo de toda su vida y le gusta: “Es la necesidad de encontrar a mi tribu [en el sentido antropológico de colaborar y de pertenencia a un grupo]”, añade. Esta educadora retirada pide una mentalidad abierta a los usuarios del cohousing. “La resolución de conflictos es básica, hay que tener una disposición a resolverlos y a cuestionarnos cosas por el bien del grupo”, apunta. Reconoce que el consenso es complicado pero es básico trabajarlo porque “no se trata de hacer lo que diga la mayoría y pasar el rodillo porque generará descontento”. Rosa conoce proyectos parecidos que han sucumbido porque ha habido muchos conflictos y otros como La Borda, en Barcelona, que funcionan muy bien y son intergeneracionales, algo que reivindica también para Conviure.
“De entrada, este no es un proyecto para alguien que quiera vivir en la individualidad, se necesita capacidad de escucha y empatía”, opina Rosana. “Quiero vivir con compañeros, amigos, con personas que puedan desarrollar y decidir un proyecto al trimestre: yoga, cinefórum, conciertos, un club de lectura… Consensuarlo con los demás y desarrollarlo”, concluye ilusionada. Resistir ya estudia reproducir el proyecto en otra parcela que el Ayuntamiento les ha ofrecido en cesión de uso en Campolivar, barrio residencial de Godella. En Sagunto, otro grupo de la cooperativa Resistir intenta conseguir suelo público para repetir la experiencia de Godella.