Opinión

Descolonizar el futuro valenciano

No podemos cambiar lo que (no) hicimos ayer, pero podemos trabajar para que el mañana no sea un lugar inhóspito, lleno de sombrillas fósiles y calles horadadas por el vacío que dejan los apartamentos turísticos

Termómetro en la calle, a 10 de agosto de 2023, en una calle de Valencia.Eduardo Manzana (Europa Press)

Blade Runner tenía lugar en un ya lejano 2019, antes de que el coronavirus confundiese nuestra percepción del tiempo. El año que viene hará ya diez años que Marty McFly regresó al futuro, y faltarán sólo dos para alcanzar la línea temporal de Hijos de los Hombres. En 2028, que es como decir pasado mañana, viviremos en el año de los doce monos, en el que una pandemia mundial asoló el mundo, devolviéndoselo a los animales (¿se acuerdan de aquello de “La naturaleza se está curando” en marzo de 2020?). Estamos, es innegable, en el futuro.

Sin embargo, hay algo que nos sitúa en...

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Blade Runner tenía lugar en un ya lejano 2019, antes de que el coronavirus confundiese nuestra percepción del tiempo. El año que viene hará ya diez años que Marty McFly regresó al futuro, y faltarán sólo dos para alcanzar la línea temporal de Hijos de los Hombres. En 2028, que es como decir pasado mañana, viviremos en el año de los doce monos, en el que una pandemia mundial asoló el mundo, devolviéndoselo a los animales (¿se acuerdan de aquello de “La naturaleza se está curando” en marzo de 2020?). Estamos, es innegable, en el futuro.

Sin embargo, hay algo que nos sitúa en un mundo nuevo con mucha más fuerza que todas las referencias de la cultura popular: el clima. La delegación valenciana de AEMET, que hace un trabajo intachable en lo científico y ejemplar en lo divulgativo, acaba de hacer públicos los datos climáticos de 2023 en el territorio valenciano. Son absolutamente terroríficos. La temperatura media es 1,3ºC mayor que la del periodo comprendido entre 1991 y 2020, y más de 2ºC superior a hace ciento cincuenta años, las consideradas como temperaturas preindustriales. La precipitación de 2023, el año más seco desde 1983, ha sido un 33% inferior a la media. Puede no parecer una disminución tan grave, pero el problema es que se ha concentrado en unos pocos episodios, y en consecuencia gran parte de la geografía valenciana no ha recibido ni una gota durante meses.

En 2023 hemos superado por 3,4ºC el récord anterior del aeropuerto de València, llegando a unos increíbles 46,8ºC. Además, hemos sentido calor no sólo por el día, sino muy especialmente por la noche: en la capital del Turia hemos vivido un total de 28 noches tórridas, en las que la temperatura no ha bajado de 25ºC. Eso en la calle, porque en muchas casas sin aire acondicionado ha sido prácticamente imposible bajar de 28-29ºC, una temperatura insoportable que impide el descanso y afecta gravemente a nuestra salud y nuestro bienestar.

Estos récords no son exclusivos de nuestro pequeño país mediterráneo. El servicio de cambio climático del programa europeo Copernicus ha hecho público el dato de la anomalía global de temperatura en 2023: 1,48ºC. El aumento roza peligrosamente el límite de 1,5ºC de calentamiento, un umbral que, según lo acordado en la COP21 en París en 2015 en base a la abrumadora evidencia científica disponible, representa la barrera de seguridad frente a los impactos más catastróficos del cambio climático. Si la cruzamos entramos en un territorio desconocido y peligroso. Y, pese a que no signifique que hayamos traspasado definitivamente esa barrera, sí implica que estamos muy cerca de hacerlo; cada año será más difícil quedarnos por debajo, en la zona segura.

Estamos ya en un mundo nuevo, y deberíamos actuar en consecuencia. Resultan espeluznantes los vítores que algunos lanzan por la posibilidad de convertirnos —gracias a nuestra “bonanza climática”— en una nueva Canarias y dedicarnos, aún más, al monocultivo del turista. El turismo devora no sólo nuestro territorio y nuestras calles, destrozando las relaciones humanas al tiempo que precariza las laborales y ensancha la grieta de la desigualdad; también fagocita nuestro imaginario colectivo y coloniza el futuro. ¿Y quienes vivimos aquí? ¿Y la salud, la agricultura, la industria, el deporte, el descanso, los paisajes, la gastronomía? ¿Y el agua para que todo ello funcione? ¿Acaso nos importa tan poco nuestro presente y nuestro futuro?

No podemos cambiar lo que (no) hicimos ayer, pero podemos trabajar para que el mañana no sea un lugar inhóspito, lleno de sombrillas fósiles y calles horadadas por el vacío que dejan los apartamentos turísticos.

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