El Benicàssim de Manuel Vicent
En ‘León de ojos verdes’, Vicent situó la acción en el Biarritz valenciano, donde un adolescente, aspirante a escritor, conoce a una francesita de bikini rojo que asegura llamarse Brigitte Bardot
El hotel Voramar fue inaugurado en 1930 por Juan Pallarés Picón. En aquel entonces Las Villas, en Benicàssim, ya se habían constituido en el llamado Biarritz valenciano. La burguesía del momento vivió su particular Belle époque en estas construcciones opulentas, donde las fiestas se alargaban hasta bien entrada la madrugada. Por allí desfilaban mujeres de alcurnia con vestidos de gasa en tonos pastel y caballeros muy altivos con chistera y levitas de cuatro botones. La primera villa la mandó construir Joaquín Coloma Grau para su mujer Pilar, en 1872. En su honor, el largo paseo actual l...
El hotel Voramar fue inaugurado en 1930 por Juan Pallarés Picón. En aquel entonces Las Villas, en Benicàssim, ya se habían constituido en el llamado Biarritz valenciano. La burguesía del momento vivió su particular Belle époque en estas construcciones opulentas, donde las fiestas se alargaban hasta bien entrada la madrugada. Por allí desfilaban mujeres de alcurnia con vestidos de gasa en tonos pastel y caballeros muy altivos con chistera y levitas de cuatro botones. La primera villa la mandó construir Joaquín Coloma Grau para su mujer Pilar, en 1872. En su honor, el largo paseo actual lleva el nombre de Pilar Coloma. El Voramar, en el extremo norte del paseo, vino a coronar este dispendio arquitectónico en forma de club social para burgueses muy exigentes.
La historia del Voramar incluye un episodio dramático durante la Guerra Civil. Entre 1936 y 1939 el hotel se convirtió en residencia de Auxilio Social y hospital para los brigadistas internacionales. En 2016 se homenajeó a las Brigadas allí mismo, en el 80 aniversario de su heroica participación en la contienda.
Con el advenimiento del turismo de masas, a partir de la década de los 60, el Voramar vivió un nuevo esplendor. Entonces Benicàssim acogió al visitante extranjero, aunque no tardaría en especializarse en las masas ibéricas, ávidas de una segunda residencia junto al Mediterráneo.
A Manuel Vicent, como a mí, no deja de fascinarle el espectáculo de la terraza de este hotel, abierta a los cuatro vientos y a pocos pasos del mar. Aún hoy es un lugar de reunión para locales y foráneos, aunque los vestidos de gasa y las levitas de cuatro botones han sido sustituidos por tops, chanclas y pantalones cortos.
Vicent publicó en 2008 León de ojos verdes. Su acción se sitúa en Benicàssim en 1953. Allí veranea el adolescente que protagoniza tantas evocaciones vicentinas, un aspirante a escritor que conocerá a una francesita de bikini rojo que asegura llamarse Brigitte Bardot. Por el Voramar se pasea su figura ya provocativa aunque desconocida para el gran público, al lado de asesinos, doctores barojianos, peces gordos franquistas o ancianos en silla de ruedas que aún sueñan con el amor. John Dos Passos y Dorothy Parker pudieron bailar entonces un vals a la luz de la luna, y si el lector no se lo cree no es culpa del autor: la literatura está para eso.
El otro atractivo de Benicàssim es que no lejos de su costa están las islas Columbretes. Creo que he escrito ya todo lo que hay que escribir sobre estos fascinantes islotes volcánicos. Sólo me falta imaginar una pequeña travesía actual hasta allí a bordo de un catamarán con Brigitte Bardot, rememorando su tentadora adolescencia. Tantos años después, quizá la Bardot quisiera salir ahora en defensa de la fauna de las islas, aunque allí ya no queda ninguna culebra (las que dieron nombre al archipiélago), pero sí halcones, gaviotas, cormoranes y una población piscícola alegremente protegida.
A la sombra de la isla La Foradada nos encontraríamos sin duda con el espíritu de Ludwig von Salvator, el aristócrata austríaco afincado en Mallorca que escribió, en el siglo XIX, el primer libro dedicado a la fauna y la flora de las Columbretes.
La próxima vez que visite a Manuel Vicent en Dénia le preguntaré por sus escarceos con nuestra Brigitte. Quizá nuestras ensoñaciones de adolescentes puedan parecer vanas e ilusorias pero cumplen su cometido: un día, se convierten irreversiblemente en literatura.