Opinión

Responso por Ciudadanos

El fiasco del partido supone el fracaso de la expectativa de regeneración de una derecha que se apartó de la corrupción del PP

La candidata de Ciudadanos a la Presidencia de la Generalitat, Mamen Peris, junto con la portavoz nacional de Ciudadanos, Patricia Guasp, y el portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de València y candidato a la alcaldía, Fernando Giner, en un acto de precampaña.CS (Europa Press)

La inminente catástrofe de Ciudadanos y su desbandada hacia el PP no es solo el desastre de un partido al que el electorado da la espalda. No lo es en la Comunidad Valenciana, con sus endemismos y comediantes, ni en el ámbito nacional, con sus divos y desvaríos, si bien la conclusión es la misma: el fracaso de las expectativas de regeneración de una derecha que se apartó del PP, un partido que llegó a 2015 agusanado, gangrenado y purulento. Ciudadanos atrajo en aquel momento a muchos votantes de d...

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La inminente catástrofe de Ciudadanos y su desbandada hacia el PP no es solo el desastre de un partido al que el electorado da la espalda. No lo es en la Comunidad Valenciana, con sus endemismos y comediantes, ni en el ámbito nacional, con sus divos y desvaríos, si bien la conclusión es la misma: el fracaso de las expectativas de regeneración de una derecha que se apartó del PP, un partido que llegó a 2015 agusanado, gangrenado y purulento. Ciudadanos atrajo en aquel momento a muchos votantes de derechas asqueados con la corrupción del PP y en 2016 incluso pudo llegar al Gobierno de España mediante un pacto con el PSOE que Podemos desbarató para beneficio del PP. Se impidió no solo que los socialistas gobernaran sin Podemos sino también que el partido de Albert Rivera se consolidara como una alternativa más o menos aseada de centro derecha con capacidad de orillar al PP y forzarlo a purgar la corrupción.

Después vino que Ciudadanos se abrazó al cuerpo infeccioso del PP, arruinó su regeneracionismo, se embriagó de sí mismo y se estrelló contra el espejo en el que se miraba. A partir de ahí, el elector de centro y derecha hastiado por la corrupción entendió que si quería ejercer su derecho al voto de un modo productivo no tenía más alternativa que ponerse una pinza en la nariz y mirar al suelo. Eso permitió al PP perfumar su pestilencia con sufragios, ataviarse con el ‘Boletín Oficial del Estado’, sacar pecho de lo hecho y, ahora, reabsorber la hemorragia que le causó Ciudadanos y presentar ese retorno de flujo sanguíneo como una tendencia de crecimiento y cambio.

En la Comunidad Valenciana Ciudadanos fracasó desde el principio. Las encuestas de 2015 lo percibieron como el partido clave, la fuerza emergente que iba a comerle terreno a un PP en metástasis judicial. Ninguno de los sondeos dio en el clavo. Ciudadanos tampoco tuvo un predicamento intelectual como el que arropó al partido en Cataluña y en Madrid, ni acertó con los carteles electorales ni los discursos. Ni siquiera tuvo un mensaje que sonara alternativo a nada. Solo trajo el tufo rancio del anticatalanismo del sepulcro del tardofranquismo, con el punto largo y buen tirón del pincel de Vicente González Lizondo y la coreografía de Paquita la Rebentaplenaris interpretada por Toni Cantó. Con todo, Ciudadanos nunca fue una amenaza para el PP, que antes del “qué hostia” de Rita Barberá había creado una tupida malla social de intereses durante dos décadas en el poder, dopado con gúrteles, brugales, eriales, emarsas, imelsas, taulas y pitufeos (y dopante con funcionarios fantasma y jugosas canonjías y compadreos).

Es más, con una estructura provincial en plan Pancho Villa, Ciudadanos incluso fue utilizado en Alicante por Eduardo Zaplana para situar a los suyos como contrapeso al PP de Francisco Camps. Ahora, mientras los más vivales saltan del barco y nadan hacia el PP, el partido trata de reunir la calderilla que no suma para evitar su naufragio. Hasta ha recurrido a la resurrección de Fermín Artagoitia en una apelación a la sobrenaturalidad. El fiasco electoral de Ciudadanos, sin embargo, ha resultado muy nutritivo para el PP, que, con tres de sus presidentes de la Generalitat en el banquillo y el rastro fétido de su podredumbre chorreando en los juzgados, no ha sentido presión ni para verse forzado a admitir sus tropelías, ni siquiera hacer propósito de enmienda sin reconocerlas. Lo cual facilita ahora que Carlos Mazón y María José Catalá, pese a su presencia en aquellos gobiernos que institucionalizaron la corrupción, se presenten como si fuesen turistas escandinavos que acabaran de llegar.

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