La semejanza entre los valencianos y los chinos, según Chirbes
El escritor vertió en sus diarios una visión crítica y ácida pero también evocadora sobre su tierra y su gente, mientras ultimaba ‘Crematorio’ en su casa, desde donde se divisa el mar de Dénia
Rafael Chirbes bajaba al bar de vez en cuando en Beniarbeig. Se tomaba algún ginc-tónic, hablaba con los parroquianos de los temas del momento y se volvía a subir a su casa. La compró a un camionero en 1999 y la arregló sin más lujos que vivir y escribir tranquilamente entre naranjos, aguacateros y palmeras, a los pies de la Serra de Segària. Era una persona reservada, no le gustaba hablar de sí mismo. Cuando...
Rafael Chirbes bajaba al bar de vez en cuando en Beniarbeig. Se tomaba algún ginc-tónic, hablaba con los parroquianos de los temas del momento y se volvía a subir a su casa. La compró a un camionero en 1999 y la arregló sin más lujos que vivir y escribir tranquilamente entre naranjos, aguacateros y palmeras, a los pies de la Serra de Segària. Era una persona reservada, no le gustaba hablar de sí mismo. Cuando murió en 2015 a los 66 años y aparecieron por el pequeño pueblo alicantino periodistas en busca de color para brillar con sus obituarios, algunos de aquellos habituales del bar descubrieron que se trataba de un escritor conocido. “Sabían que viajaba mucho, pero poco más”, recuerda sonriendo Manolo Micó, sobrino y heredero (junto a su hermana María José) del escritor nacido en Tavernes de la Valldigna.
“Era muy divertido, muy abierto, al contrario de lo que piensa mucha gente. Las comidas y cenas se alargaban horas y horas hablando. Le gustaba provocar y, aunque vivió muchos años fuera, siempre mantuvo la relación con su madre, con su hermana, con su familia, siempre venía”, comenta el sobrino, mientras abre la puerta de la biblioteca principal de la casa de su tío, ahora sede de la fundación Rafael Chirbes. Desde allí se divisa una espléndida panorámica del mar de Dénia y del macizo del Montgó. También se distinguen las construcciones que han ido destruyendo la naturaleza hasta la orilla. Allí escribió, precisamente, Crematorio, que narra el expolio del territorio en manos de especuladores y políticos corruptos, y buena parte de sus textos más íntimos, como sus diarios, que solo podían ver la luz de manera póstuma.
La publicación por Anagrama del primer volumen el pasado año convulsionó el mundo literario español sobre todo por sus opiniones descarnadas y ácidas sobre algunos escritores coetáneos y sus manías. Dio para muchos titulares. Pero también fue ponderada la profundidad de sus razonamientos, la gran calidad de su escritura, su capacidad de análisis de la literatura, la brutal sinceridad con la que narra episodios de su propia vida, sus inseguridades y debilidades. Fue declarado libro del año por diferentes medios.
El segundo volumen de Diarios, que abarca fragmentos de su vida entre 2005 al 2007, salió el pasado mes y ahonda en la primera impresión. Ya no ha habido tanto ruido de nombres propios. La obra está plagada de referencias a sus lecturas, sus viajes, a su pugna por sacar adelante una novela que se le resistía y que resultó un éxito catapultada por la adaptación a una serie de televisión, que le confirió una inesperada proyección pública. También hay numerosas alusiones a su tierra, a los valencianos, a su carácter “inestable” que se revela incluso en la denominación (País Valenciano, Reino, Comunidad..). Su mirada es muy crítica, ácida, pero también evocadora. Sorprende el gran número de libros sobre la ciudad de Valencia, además de obras de Blasco Ibáñez, Joan Fuster o Alfons Cucó (El valencianismo polític) que guardaba en su biblioteca de más de 7.000 volúmenes, entre ellos, tres novelas y varios cuentos inéditos. De inmediato, el sobrino apostilla que no se pueden tocar, que el escritor dejó bien claro que no eran publicables, que no estaba satisfecho.
Chirbes compara en varias ocasiones a los valencianos con los chinos. Acusa a los valencianos de tener “prisa por usarlo todo al mismo tiempo, por degradarlo todo. De algo de eso quiero trate mi novela” (página 267). Luego añade en una anotación de mayo de 2006 que solo China y los dragones de Oriente transmiten “tal sensación de activo desprecio por su pasado y por sus tradiciones, y no será que no las tienen”. Si los chinos siguen viajando a Suzhou para contemplar sus históricos jardines, que ahora se “levantan entre basura, construcciones de cemento, al borde de feos polígonos industriales”, los valencianos te muestran “el mar, las puestas de sol en la Albufera y abstraen la porquería que se extiende entre sus ojos y el objeto de su contemplación”.
“Sí, solía contar que a los chinos y a los valencianos les gusta tirar cohetes y petardos y mostrar los sitios que han destruido “, asiente Manolo Micó, junto a unas manoseadas obras completas de Galdós y varios libros de Max Aub, dos de los autores favoritos. En una vitrina de la fundación, que aloja a investigadores y se puede visitar previa cita concertada, se exhibe la múltiples traducciones de sus novelas, incluida una al sirio de La buena letra, novela recomendada en Francia para los estudiantes de español. El sobrino lamenta que no hayan podido reunir los numerosos premios que recibió Chirbes (Nacional de las Letras, de la Crítica... ), porque el propio escritor regalaba muchos de ellos.
Unas páginas después, el autor, que estudió de niño en un internado para huérfanos en Ávila tras morir su padre, rememora la emoción que experimentaba cuando volvía en tren a Valencia y dejaba atrás las “pardas llanuras manchegas, y “entraba de pronto en la huerta de Xàtiva, entre naranjos verdes, bosques de pinos, araucarias y altos penachos de palmeras: era como abrir una página de Las mil y una noches, acceder a un sueño emocionante”. “Echo de menos haberme dado un paseo por Valencia en fallas. Me gusta ver el ambiente de esos días, asistir a la mascletà”, apunta un 19 de marzo. “Sabía muchas cosas de la ciudad que te sorprendían, le gustaba mucho pasear por ella”, comenta el sobrino, relojero jubilado que recuerda con gozo sus visitas siendo muy joven a Madrid para ver su tío. También las discusiones de la época que mantenían: “Yo era trosko [troskista] y él, maoísta”. “Como marxista debería ser partidario de los talleres literarios, de escribir novelas en equipo, pero en este sentido, si ser marxista es eso, yo soy tan poco marxista como el propio Marx, que no montó ningún taller para escribir El capital”, anota el autor de El viajero sedentario en sus diarios.
El escritor hablaba en valenciano, si bien escribía en castellano, que aprendió en la escuela en Ávila, en Salamanca, en Madrid. En el libro constata la pervivencia de la diglosia en 2006: “Resulta revelador que, aún hoy, cuando telefoneo a alguna empresa para establecer una cita para Sobremesa [revista gastronómica en la que escribía], si hablo en valenciano noto inmediatamente cómo nace una complicidad a la baja, cae la cota de respeto que se mantenía mientras había hablado en castellano”. Arremete contra la burguesía que “temió contaminarse con la lengua y la contaminó con sus prejuicios”, utilizando “el castellano como un látigo”. También carga contra la clase baja, que “riéndose de sí misma”, como en los sainetes de Escalante, “se neutraliza en esa cultura de valencianidad, se refugia en el pesimismo del hado, renuncia a ascender y, lo que es aún peor, renuncia a sustituir a la clase dominante”.
A unos kilómetros de Beniarbeig, se refugió al final de su vida otro gran escritor valenciano, Francisco Brines, en su amplia masía familiar de Elca, en Oliva, ahora también convertida en fundación, desde donde también se vislumbra el perfil del Montgó. Chirbes reconoce su identificación con el ideario literario del Premio Cervantes, y destaca que comparten los “dos primeros poetas” que le marcaron, Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda, al que leyó “con un temblor cómplice”.
Un poco más al norte de Oliva, en Tavernes de la Valldigna, el Ayuntamiento ha comprado la humilde casa natal de Chirbes para continuar, en colaboración con la fundación, manteniendo viva la huella de uno de los mejores novelistas valencianos, muy cerca del legado de uno de sus mejores poetas.