Baró d’Evel despliega de nuevo en el Lliure toda su imaginación y su sentido de la maravilla
La compañía representa en el teatro hasta el día 30 su espectáculo ‘Qui som?’ en el que juega con la arcilla como materia prima de los sueños
Baró d’Evel, la compañía que dirigen Camille Decourtye y Blaï Mateu, ha desembarcado de nuevo en la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure de Barcelona tras el enorme éxito de su multipremiado espectáculo Falaise. Representan ahora (hasta el día 30) Qui som?, montaje que estrenaron en 2024 en el festival de Aviñón y ofrecieron en el Grec del mismo verano. Llegan en el marco de una larga gira en la que han realizado más de un centenar de actuaciones. Al presentar a la compañía antes de las funciones, el director del Lliure, Julio Manrique, subrayó lo queridos que son Baró d’Evel en el teatro que dirige y en la ciudad y cómo cada vez que vienen “es un verdadero acontecimiento”. Calificó el nuevo espectáculo de maravilloso, y desde luego nadie que lo haya podido ver discutirá el adjetivo.
La primera representación el jueves de esa verdadera fiesta de la imaginación que es Qui som? acabó con la platea, en la que había gente tan variada como Imma Colomer, David Trueba, Guillem Jordi Graells o David Castillo, de pie entusiasmada dando palmas al ritmo de los miembros de la compañía reconvertidos en banda de música de clowns con saxos, trompetas y tambores desbordando el escenario y mezclándose gozosamente con el público.
La función, que tuvo una alborozada continuación en el vestíbulo del Lliure abarrotado, había empezado una hora y media antes casi sin darnos cuenta. Aparecieron unos músicos con una tuba en un palco, Camille convirtió el aviso de apagar los móviles en una divertida perorata contra la adicción a estar permanentemente enchufados (lo que no impidió que luego David Castillo montara una involuntaria performance en su butaca tratando de consultar sus mensajes envolviéndose en la gabardina), y Blaï se cargó uno de los jarrones de cerámica de la escenografía y trató descabelladamente de hacer otro moldeando arcilla en un torno.
De repente ya estaban los 11 magníficos intérpretes de Qui som? en medio del escenario, cada uno con una personalidad característica, resbalando cómicamente sobre una superficie de barro. Luego se colocaron unos tiestos sin cocer en la cabeza como máscaras sobre las que marcaron ojos y bocas, y bailaron. De fondo, una enorme montaña de barro que oscilaba y eructaba como un volcán. Se sucedieron escenas divertidas, absurdas, espectaculares, conmovedoras. Apareció un perrito (uno de los rasgos definitorios de Baró d’Evel es la participación de animales asombrosamente adiestrados en sus montajes) que se sumó a las acciones de los intérpretes como uno más de la compañía. La montaña cobró más vida y se convirtió en algo parecido a un gran montón de algas, y luego se elevó sorprendentemente hasta devenir un muro vertical del que colgaban filamentos o flecos que se agitaban como las plumas de un pájaro gigantesco. De su interior surgió uno de los actores que quedó suspendido en la pared viviente, y luego otro.
Cuando parecía que no era posible conjurar más sorpresas, el muro vegetal, de légamo o fango, se transformó en un mar vertical que avanzaba y retrocedía como una marea o un tren de lavado gigante. Al hacerlo, dejaba cuerpos a su paso, como los ahogados o los náufragos tras una tempestad. Luego comenzaron a brotar botellas de plástico arrugadas, cientos, miles, hasta componer otro inmenso mar horizontal (¿una alusión a la contaminación de los océanos?, ¿poesía del object trouvé?, ¿arte povera?, ¿dadaísmo embotellado?). Los actores salieron de debajo, luego se desplazaron por esa superficie —marchando, nadando o surfeando— que parecía y sonaba al moverse las botellas como un mar, una playa llena de conchas o espuma rompiendo en la costa. Para entonces estábamos todos boquiabiertos.
Lo que consigue crear y evocar Baró d’Evel en el escenario es simplemente inaudito, extraordinario. Construyen un universo que puede ser entrañable y amable y un segundo después misterioso e inquietante. Los personajes, a la vez actores, payasos, bailarines y acróbatas, se entregan a acciones e historias divertidas, simples, evocadoras o indescifrables. El circo siempre está allí, pero teñido de una poesía y una profundidad que lo trascienden. En Baró d’Evel hay algo de teatro del absurdo y de payasos de siempre, un beckettismo-fellinismo-tortellpoltronismo.
Al acabar la función, antes de que salieran a saludar los intérpretes, los técnicos y los colaboradores (entre ellos María Muñoz y Pep Ramis de Mal Pelo), hubo un instante de silencio en el que se pudo escuchar un sonoro y admirativo “¡guau!" lanzado por un espectador, al que todos nos adherimos. En seguida, los actores (“esto no se para”) volvieron a inflamar la atmósfera en formato banda mientras Camille, con divertida verborrea, lanzaba frases (“nadie nos vendrá a salvar”, “nunca dijimos que sería fácil”, “lo das todo y no es suficiente”, “de nivel de incertidumbre vamos bien, vamos sobrados”) que hubieran sonado más trascendentales de no decirlas entre la orquesta clownesca y con un tono que recordaba un poco a una Lina Morgan con acento francés.
“Estamos felices de volver a este lugar, el cosmos que forman el Lliure, el Mercat, la plaza Margarita Xirgu, que tanto forma parte de nuestra historia de compañía”, expresaba Blaï Mateu Trias al presentar el espectáculo, recalcando que hacer Qui som? en sala es muy distinto a hacerlo en el Teatre Grec. Realmente en interior queda mucho más concentrado e impresionante. Mateu subrayó que pese a que es un montaje de gran formato con 23 personas entre intérpretes y técnicos, “toda una troupe”, siguen en el mismo camino y con la misma filosofía de siempre, mezclando vida y espectáculo, como una familia artística.
Camille, que prepara un libro sobre Baró d’Evel, abundó en la importancia de Barcelona para el grupo (“nos abrió puertas actuar en la ciudad y tenemos mucha conexión con el público de aquí”) y ofreció algunas claves sobre Qui som? (“trata sobre las complejidades de existir, la condición humana y los paralelos entre arte y vida”), recalcando sin embargo que son los espectadores” los que tienen la llave para abrir o no la puerta” del espectáculo.
Qui som?, de la que dicen evoca lo peor y lo mejor del mundo, el mal, la destrucción y a la vez la dulzura y la inocencia, forma parte de una trilogía que incluirá un solo y una especie de instalación. Del uso de la cerámica apuntaron que es muchas cosas a la vez y metafórica, dijeron que “representa el trabajo con la tierra en el que nos reconocemos, la esencia y la pureza, y evoca la transformación”. En su empleo hay un tácito homenaje, dijeron, a artistas como Miquel Barceló, Frederic Amat, Tàpies o Picasso.
Del método de creación explicaron que trabajan mucho de manera empírica y a partir de la materia, y que se ponen en zonas emocionales “vulnerables y frágiles” para conseguir imágenes potentes e impacto. Decourtye y Mateu reconocieron la influencia y paralelismos con la obra de los Peeping Tom o Pina Bausch. “No inventamos nada, filtramos lo que vemos y nos gusta”, señalaron. Y, a pesar de su gran éxito internacional, “nunca nos olvidamos de dónde venimos, ni de los valores del circo”.
Coincidiendo con la gira de Qui som? se estrenará en 2026 un documental de Salvador Sunyer i Vidal sobre el proceso de creación del espectáculo. Sunyer filmó a la tribu artística que encabeza la pareja (teatral y en la vida real) que componen Camille y Blaï siguiendo pormenorizadamente su día a día y tratando de mostrar como viven y trabajan Baró d’Evel. Qui som? (la película) es una producción de Materia, Avalon, Filmed y Les Filmes d’ici.